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Aparto mi rostro y sin pensar en las consecuencias, le abofeteo. Mi mano viajando a su rostro como fuerza y velocidad.

— ¡No vuelvas a besarme!— le ordeno furiosa. Limpio mis labios con asco y lo fulmino.

Mierda.

Doy un paso atrás y niego levemente, volviendo a mis sentidos. Mi mano tiembla al igual que resto de mi cuerpo. ¿Qué he hecho?

Levanto mi mirada con temor, encontrando su rostro de perfil y su mano en su mejilla. Esta estático, inmóvil y sin mirarme. Doy otro paso atrás y miro la puerta, en cualquier caso, esa seria la única manera de salir de aquí, al menos la que conocía. Entonces giro su rostro hacia mí...cuando mis ojos reconocen la sonrisa macabra en sus labios, lo pierdo. Mis piernas se mueven solas lejos de él, aunque mi cerebro sepa que era en vano, mi corazón permanecía esperanzado por alguna milagrosa salvación. Me dejo guiar por la vagas y escasas memorias que mi cabeza logra recopilar en el momento. La misma estando muy ocupada en la huída como para darme planes detallados. 

Subo las escaleras lo mas rápido que puedo, saltando de dos en dos los escalones sin la debida precaución, pero justo ahora no importaba. Con la respiración agitada y el corazón a punto de romper mis costillas entre a la primera habitación que vi. Cerre con pestillo la puerta y me recargue de ella, sintiendome un poco más segura.

¿Que estaba haciendo?

¿Por que intentaba ocultarme si sabía que no serviría para nada?

  — Eso es lo que el miedo causa en los seres humanos: la estupidez irracional— doy un salto y lo busco con la mirada, estaba acostado boca arriba en la cama, sus manos haciéndole de almohada. Sus ojos permanecían cerrados mientras hablaba, estaba demasiado tranquilo...no parecía enojado — acércate...—  no me muevo, pero no era con la plena intención de desobedecerle, yo más que nadie sabía lo que pasaba si lo hacía. Sino mas bien fue por el simple ataque de pánico que paralizó mi cuerpo. Una vez más esos ojos dorados me miraban como una presa, una carne apunto de ser devorada. En ellos no había más que seriedad, furia y hambre—hazlo ahora que puedo controlarme Amara. Una vez explote juro por mi nombre que haré de tu castigo un puto infierno. Ven. Aquí. Ahora.

Mi cerebro parece saber lo que más le convine cuando manda el comando a mis piernas para moverlas. Aun así, mi corazón quiere salir corriendo lejos y ocultarse en el lugar mas recóndito y tranquilo que exista en esta tierra. Mis piernas temblorosas llegaron hasta el borde de la cama y allí se quedaron. Mis manos se hicieron puños contra mis muslos que a cada movimiento que el hacía se apretaban más y más. Mis uñas enterrándose en la carne de mi palma, pero no sentía nada mas que la fuerza que mis manos ejercían. En el momento en que el demonio estuvo sentado frente a mí y vi su mano extenderse hacia mí, cerré mis ojos esperando algún dolor, algo que me hiciera agonizar, gritar de dolor e implorar su perdón. Eso era lo que esperaría de él, cualquier cosa que satisfará  su sadismo y locura, todo menos la suave caricia que dio en mi mejilla.  

Abrí mis ojos como dos grandes platos y lo mire confundida, y no pude evitar terminar mucho mas enredada cuando vi la sonrisa suave y pequeña que adornaba de forma placentera su rostro pálido. Lamentablemente, al notar mi mirada sobre esa nueva expresión, la misma desapareció como polvo. Un ceño fruncido y ojos prendidos en enojo fue lo que la remplazo. 

— Sabes lo que hiciste— susurro, dejando sus manos en mis caderas. Mi cuerpo nervioso y alerta bajo su tacto, la imagen de su sonrisa aun presente en mi cabeza, impregnada como un tatuaje— ¿Por que lo hiciste Amara? Sabes lo mucho que me molesta que me desobedezcas. Pensé que habíamos dejado las cosas claras, te estabas portando bien dentro de todas tus niñerías. ¿Qué te hizo levantar tu mano contra mi, tu maldito amo? ¡Dime!  — su mirada estaba fija en mi rostro y yo no era muy capaz de mantenersela por demasiado tiempo.  

Por Dios, no era ni siquiera capaz de formular una simple letra, estaba en blanco total. Al ver que no respondía, con las manos que ya estaban en mi cuerpo me jalo hacia el, haciéndome caer en su regazo. Una vez ahí, el mismo me acomodo sobre el, con lentitud, sin dejar de mirarme.

  — ¿Tanto te molesta que te bese? —  acerca su rostro peligrosamente al mío, a solo centímetros de tocar mis labios.—  Por que si eso es, lamento informarte querida, que no dejaré de probar tus labios nunca, estoy viciado contigo—  su manos viajan de mis caderas a mi espalda baja y tiemblo sintiendo un cosquilleo por cada parte que el recorría, parpadeo lo más que puedo y aparto mi mirada avergonzada. Esta posición era muy comprometedora y estaba sintiendo cosas que no estaba supuesta a sentir.— eres mi droga Amara, y te deseo como solo un demonio puede hacerlo—  roza nuestros labios y me sorprendo yo misma cuando no me alejo de él, en cambio me veo necesitada de su toque. Entre cierro mis ojos y suelto un suspiro cuando besa mi cuello con suavidad para luego dar una pequeña lamida con su lengua cálida y húmeda. 

  — Adi-

¿¡Qué estás haciendo Amara!?

Reacciono y trato de alejarlo, lo que obviamente le resulta fastidioso. Gruñendo se inclina hacia adelante con ímpetu, llevándonos a ambos al suelo. Mi espalda choca contra la madera y suelto un quejido ante el dolor que recorre mi parte trasera.

Sin dejarme reponerme, toma mis manos y las deja a ambos lados de mi cabeza, bloqueando el uso que pueda darles para intentar detenerlo. Luego de eso, separa mis piernas de una forma lasciva y se mete entre ellas. 

  —  ¡Suéltame! —  me remuevo y pataleo, tratando de golpearle, pero aunque lo logre él no se moverá, lo sé.

  — Cierra esa linda boquita tuya, primor—  lo fulmino y cuando estoy a punto de responderle él me besa de nuevo, jadeo con sorpresa y trato de negarle el beso, pero no me sirve.—  O ¿Es que necesitas que la ocupe en otra cosa? Tengo muchas ideas Amara, y en todas tu estás de rodillas.

Me sonríe burlón y sin más que decir baja a besar mi cuello una vez más, haciéndome estremecer. Cierro mis ojos y muerdo mi labio inferior, hundiéndome en la vergüenza y la ira al terminar de comprender sus últimas palabras. Mi rostro se calienta y sé que estoy sonrojada, pero la cuestión es, si es por sus palabras obscenas o por el placer que empiezo a sentir con su toque y la necesidad de él que ha vuelto a tocar mi puerta.


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