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- Ibas a matarlo- susurro bajo, mirando sus manos ensangrentadas envueltas en mis muñecas.

Por alguna extraña y retorcida razón, eso no me incómodaba. Una alerta suena lejana en lo profundo de mi cabeza pero la ignoro por completo. Prendada en la imagen de sus manos pálidas haciendo contraste con aquel rojo vibrante.

Esto esta mal, esto no debería parecerme atractivo.

- ¿Y? ¿Esa era razón suficiente para que te hicieras esto?- sisea, moviéndo mis brazos suavemente para remarcar su punto - ¿Es que eres tonta?

Pestañeo y lo miro por unos segundos antes de ser intimidada por el poder que su altura y mirada representaba.

- No puedes ir matando por la vida- murmuro avergonzada, ahora cayendo lentamente de la nube en la que me había metido.

- Y tú no puedes ir hiriendote por estupideces y sin razones.- escupe soltándome bruscamente. Estaba enojado, mirándome con una furia herida en los ojos. Pero yo también estaba molesta y no aceptaría que hablara de una vida de esa manera.

Irónicamente, ignore la falta que yo le había hecho a la mía.

- ¿¡Cómo va a ser esto una estupidez!? ¡Lo estabas destrozando! ¡Ibas a matarlo!- grito levantando mis manos, fulminandolo con el ceño fruncido y la cabeza inflada por la irritación de toda la situación.

- ¡Comparado con tu bienestar lo es! - simplemente con eso mi actitud se desinfla, dejándole espacio al razonamiento- ¡Lo único importante en toda esta mierda eres tu Amara! ¿No lo entiendes aún? Tu jodida existencia es lo único que me importa en este maldito mundo de mierda. - su voz es firme y gruesa, retumba en cada esquina de mi cuerpo y me baña en agua helada. Lo miro boquiabierta, sintiendo el corazón martillarme el pecho y el escalofrío envolverme con una serpiente.-Ya vale con que yo te haga daño como para que vengas a hacertelo tu sola.- murmura tan bajo al final, dejando caer toda la frustración y aflicción que le revolvía el alma- Ese hijo de puta sana cien veces más rápido que tu, matarlo tardaría dias. No tienes que preocuparte por él, tampoco por mí. No morimos tan fácil.- aclara con desgano, como si descargar sus sentimientos le haya drenado todas las fuerzas que tenía.

- No podía seguir viendo eso- susurro solo por hablar y miro el suelo. En realidad estaba tocada, nerviosa y avergonzada.

Adirael... ¿Por qué me haces esto?

- Te hubieras ido.- dice con simpleza.

- No podía dejarte.- digo con honestidad, dejándole saber de alguna manera, que me importaba.

- Fíjate, es lo mejor que puedes hacer ahora.- sus palabras salen de su boca como una bala que me atraviesa el pecho. Sus mirar esta en otro lado y sus brazos cruzados. Y sino me equivocaba, eso que veía en su rostro era una burla dolida y una arrogancia que me sonaba a forzada.

- ¿Estas de coña?- mis cejas se elevan con el tono de mi voz.

¡Jodido idiota, acabo de decirte que me importas!

- Vete a casa Amara. Váyanse, ambos.- ordena serio mirándome brevemente antes de mover sus ojos levemente sobre mi hombro.

- No.- respondo cruzandome de brazos, ocultando la molestia que rozar mis heridas me creaba.

- Amara no me desobedezcas. Vete a casa.

- No me pienso ir.- lo miro a los ojos directamente, sin ningún miedo.

- Tsk, ¿Voy a tener que obligarte a que muevas tu trasero a la puta casa?- se acerca a mí en un solo paso y se inclina un poco para pegar nuestros rostros. Doy un pequeño salto ante el movimiento brusco pero me mantengo en mi lugar. Algo temerosa sí, pero con la misma convicción del principio.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora