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— Dime cariño, ¿Cómo te sientes? ¿Mejor?— su mano amplia y cálida está sobre mi frente como un manto seguro. Tanteando la temperatura mientras me observa con una sonrisa.

Eso es lo único que veo. Su amable sonrisa, puesto que la otra mitad de su rostro no esta en mi visión periférica. Tampoco es como si viera del todo bien. Tenía mucho sueño, demasíado realmente. Culpaba a la medicina que él me había dado completamente.

— Uhm— tarareo sin mucho esfuerzo, acostada en la cama suave y grande.

— Eso es bueno. Muy bueno. Ahora descansa mi niña, tenemos mucho que hacer— da una caricia en mi rostro y se pone de pie. Veo su espalda con algo de desespero.

¿Me dejaría sola? Además, ni siquiera sé su nombre.

— E-espera— su paso se detiene pero igual permanece de espaldas.

— Sí, pequeña— su voz suave me da el valor que me hace falta.

— ¿Tu nombre?— pregunto con debilidad aparente y voz ronca. Toso un poco y me acobijo mas en las sabanas blancas. Eran suaves pero delgadas, el frío estaba llegando a mí de algún lado.

— Oh, que descortesia la mía— ríe un poco apenado y me mira sobre su hombro. Aún sonriendo dice— mi nombre es Darkiel.

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Al abrir mis ojos me encuentro con un techo traslúcido de tela rosa pálido. A través de él puedo ver, aunque no claramente, un dibujo antiguo en el techo actual de la habitación en la que estoy. Quisiera saber de que trata y con curiosidad miro penetrante aquella pintura.

No tardo mucho en notar que sea lo que aquello representará. Estaba relacionado con una deidad. Alguna religión que debido a mi falta de conocimiento no tenía mucha idea.

Me quito las sabanas de encima y con pereza nublada por la energética indagación salgo de la gran cama. Dejando tras de mí un revoltijo de sabanas blancas y almohadas. Una vez fuera de aquella blanda y reconfortante superficie miro de nuevo el techo.

El impacto es mayor que el de antes cuando los colores y las figuras son mas claras. Puedo ver perfectamente lo que la imagen presenta. Aunque puede que no entienda su significado.

Veo en ella muchas cosas. Flores, animales y nubes. Todo tiene ese toque anticuado y rústico. Pero lo más que sobresale en la imágen son los ángeles. Personas altas con alas blancas y grandes que los protegen a ellos a los bebes que cargan. Cada uno de ellos posee uno y en su mirar se ve el cariño. Los angeles miran a los bebes en sus brazos como si fueran lo más preciado que existiera. Lo que más valía en el mundo.

Cierro mi boca al notarla abierta y trago saliva. Doy unos paso hacia adelante y observo con mayor atención. Me dedico a los detalles, notando que los angeles no tenían aureola. De hecho, ninguno lucía como los representaban comúnmente. Cada uno de los 7 angeles tenía sus propias características que lo diferenciaban completamente de los otros. El color de cabello, la textura, el color de piel, las facciones e incluso la ropa. Mas no podía negar que todos compartían la belleza sobrenatural.

No obstante, ante todos aquellos seres incrustados en la imagen había uno que llamaba mi nombre. Tenía el cabello negro y largo hasta su cintura. Era un hombre con largas y hermosas alas blancas con destellos dorados. Como los otros, protegía al bebe en sus brazos con ellas mientras lo miraba.

Lo que lo diferenciaba, era que él sonreía abiertamente mientras con su dedo acariciaba la mejilla del pequeño ser. Y, apesar de que aquello solo era una imágen estática, casi podía sentir el amor que su toque desbordaba. La entrega que tenía ese angel con aquel niño envuelto en una sabana sedosa.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora