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— ¿Te veré mañana?— el muchacho me mira extrañado para luego girarse y darme la espalda.

Algo indignada por su conducta también empiezo a caminar hacia adelante, mirandolo por última vez de reojo.

— S-siempre estoy a-aquí— sonrío satisfecha y asiento aunque él no pueda verme. Lo veo alejarse en su patineta negra con diseños verdes con algo de felicidad.

Tomo el tirante derecho de mi mochila blanca y sigo mi camino, pensando en el chico rubio y su forma de actuar. Me intrigaba mucho su lado oscuro, aunque solo había visto una pequeñísima parte de el.

Algo me decía que tras esa mascara de timidez se ocultaba algo desgarrador. Y sinceramente, no creía que él fuera la causa.

Tal vez ¿Problemas en casa? ¿Familia? ¿Novia?

No lo sé, podían ser tantas cosas, como también podían ser todas a la vez. Cuando se trataba de sufrimiento todo podía pasar, no había piedad ni juicio.

Suelto aire mirando el cielo pintado de naranja azul y rosa, algun tono violaceo ocultándose bajo alguna nube. ¿Cuando fue la última vez que me tomé el tiempo de admirar la naturaleza? Se sentía bien hacerlo, me hallé un poco más liberada de mis penas bajo aquella manta de colores. Sin tomarle mucha importancia a mi alrededor, respiro profundo y cierro mis ojos por solo un segundo.

— Ya pronto anochecere, no es seguro que andes sola a éstas horas— miro con desconfianza y susto la espalda ancha de hombre frente a mí, su cabello negro moviendose al compás del viento frío de la tarde.

Observo nerviosa mid alrededores con rapidez y trago saliva.

— Lo tomaré en cuenta— respondo, mi voz seria y cortante en busca de ocultar el tenue miedo que el estar sola con él había sembrado en mí.

— Siempre me has escuchado, eres una chica buena Amara— mi corazón se detiene y me quedo quieta en mi lugar. Pierdo el completo control de mis piernas, y en sí, de mi cuerpo.— tan buena que terminaste a su merced...Pero no haz de preocuparte, haré todo lo que esté a mi alcance para recuperarte. Tu espacio no se ha perdido por completo, él te sigue amando como el primer día. Perdonará tus fallas y te aceptará de vuelta, solo debes cooperar conmigo. Aún puedes volver a casa, Amara, nunca es tarde. No pierdas la esperanza.

El hombre alto se gira hacia mi pero no puedo ver su rostro completamente. El viento sigue soplando y ademas de que mis propios cabellos interrumpen mi vista, los suyos cubren la mitad superior de su rostro.

Mi mano se alza por si sola y doy el primer paso hacia él. Encontrando su aura tranquila y brillante hipnotizante. Sus labios forman una sonrisa gentil que en algún punto me recuerda a alguien.

Alguien.

— ¡Amara!— giro mi rostro hacia la voz, sorprendida al ver a Adirael bajar del coche mal aparcado a unos cuantos metros de nosotros.

— Supongo que tendremos otra oportunidad luego, pequeña. Cuidate.— la voz amable del hombre tras de mí se escucha distante y para el momento en el que me giro, él ya no se encuentra allí.

— Vete al auto— muevo mi cabeza hacia un lado y miro sobre mi hombro a Adirael. Mi vista se posa en él con confusion ante su agitada y sombría forma.— ¡Súbete al jodido auto! ¡Ahora!— chillo cuando toma mi brazo y me empuja hacia la dirección del vehículo. Mi corazón se acelera y lo miro con los ojos bien abiertos y el estómago revuelto.

— ¿¡Qué te pasa!?— grito, soltandome de su agarre con brusquedad y luego acariciando la zona herida.

— ¿¡A tí que mierdas te importa!? ¡Maldita sea!— sus ojos cambian seguidamente entre el azul cielo y el dorado puro. No hay control en él y me jode que se desquite conmigo.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora