18

32.5K 2.8K 352
                                    

— Llegué — es lo primero que digo al pisar el suelo de losas agrietadas del apartamento.

— Hola, cariño. ¿Cómo estubo el paseo? Pensé que llegarías más tarde.— su voz femenina llega a mi oído como un tranquilizante.— ¿Adirael no viene contigo?

— No— me quito los zapatos y dejo las llaves sobre la mesa de mala manera. La poca tranquilidad que había ganado marchandose ante su nombre.

— ¿Por qué? Estoy haciendo almuerzo, ¿No puede venir a comer?

— Por que no mamá, no puede. ¿De acuerdo? Estoy cansada, iré a dormir.

— Pero la comida-

— Comeré cuando me levante— le corto y camino hacia la puerta café y desgastada.

Que mi madre lo haya mencionado me enojaba tanto como me entristecia. El único deseo que tenía al entrar por la puerta era el consuelo de mi madre, pero escuchar su voz alegre bajar a un tono decepcionado cuando al decirle que él no estaría presente solo hizo crecer el nudo en mi garganta. Estaba hecha un lío internamente y tenía la esperanza que quizás, solo quizás, mi madre podría ayudarme. Pero obviamente, olvidé que el maldito demonio la tenía en sus manos. Mi madre no me creería aunque le dijera que él me había lastimado.

Entro a la habitación y me dejo caer en la cama. Suelto un suspiro largo y agotador para luego cubrir mis ojos hinchados y rojizos con mi antebrazo a la par que muerdo mi labio inferior.

— Maldita sea— las ganas de llorar vuelven, empujando fuerte contra la débil barrera que construi durante todo el camino de regreso a casa.

Algo que se me hizo difícil al estar sentada a su lado, mientras él me miraba de vez en cuando para no decir nada y seguir adelante. No era que esperara algo de él, pero necesitaba algo, alguien que me consolara en esos momentos. Estaba tan necesitada que no me hubiera molestado que esa persona fuera él.

Pero era obvio que él no haría nada, tampoco tenía sentido que la persona que me había dañado me ayudara con ese dolor.

La primera lágrima baja sin aviso, el pequeño camino que deja sintiéndose frío cuando el aire lo acaricia. Mis hombros empiezan a temblar levemente y mi boca se vuelve una mueca adolorida. Labios pegados con demasiada fuerza e inclinados hacia abajo.

El primer sollozo parece arrancarme todas la fuerzas que me quedaban. A ese le sigue otro, y otro y al final, soy incapaz de detenerlos.

¿Qué debía hacer? ¿Qué era lo que él queria que yo hiciera con todo esto?

Me había tirado una bomba encima sin aviso. Estaba destrozada y en busca de algo a lo que aferrarme, por que aparentemente no tenía lo más importante; el amor por mi misma.

Nunca lo había notado y que él, precisamente él, fuera quién lo dijera me había chocado.

No podía con esto, yo no quería morir. Enserio no lo hacía, pero si era por mi familia, lo haría sin dudarlo. Me sacrificaría, en esos casos, yo no importaba.

Sabía que lo que paso con mi hermana había dejado huella, pero nunca pensé que fuera tan peligrosa y grande.

Inconscientemente había dejado de valorarme y me había entregado a mi familia por completo. De esa manera huí del dolor perpetuo que ese noche me había condenado a sentir. De hecho, lo había olvidado por mucho tiempo, pero ahora, grácias a él, lo siento a flor de piel.

Lo vuelvo a revivir como si fuera en este instante que veo como ese hombre de cabello pelirrojo golpeaba a mi hermana y reía con gozo.

No queria sentirme así. Lo odiaba, me odiaba a mi por no haber hecho nada.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora