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—¿Por qué tardaste tanto?—espeta apoyado del capó y de la puerta abierta del conductor. Lo miro por unos segundos desde mi lugar, sin ninguna emocion aparente.

— Saqué una soda en la máquina— respondo en voz baja, emprendiendo mi caminar hacia el coche.

Me subo en el vehículo con calma y me abrocho en cinturón de forma ausente. Miro de reojo su cuerpo aun de pie entre la puerta abierta y el coche, importandome poco. Mi vista desinteresada viaja por su torso y piernas, notando inmediatamente que hoy viste completamente de negro. Dejo de mirarlo y reposo mis manos en mi regazo, sin importarme realmente lo que este pensando o el porqué de su rara actitud.

— Tsk— el sonido ya característico suyo llega a mis oidos antes que el azote de la puerta.

Es luego del rugido tímido del auto que el silencio se acomoda entre nosotros sin pena. A mí no me molesta por lo que cierro mis ojos en busca de una pequeña siesta. Me dolía un poco la cabeza y el mal sabor de boca que Christopher me había dejado no parecía irse en ningun momento cercano.

Era un chico herido, un chico que se cerraba en si mismo y ni quería dejar a nadie entrar. No lo culpaba, para nada, pero de igual manera me molestaba que no se dejará ayudar. Yo no tenía malas intenciones, al contrario, quería ayudarle. ¿Pero como podía dejarle ver eso a él? Si a la mínima señal de invasión cambiaba por completo.

¿Como podía ayudar a alguien como él?

— No me lo estas diciendo todo— el tono exigente en su voz me saca de mis pensamientos y eriza los vellos de mi cuerpo, pero me olbligo a permanecer quieta. No quería hablar ahora.— Amara puedo sacarte la verdad de muchas maneras, tanto buenas como malas. No me hagas hacerlo, sabes malditamente bien que voy a irme por las malas.

— No quiero hablar— murmuro y me abrazo a mi misma.

¿Porque me sentía tan mal de todas formas? Apenas lo conocía.

Escucho un suspiro de su parte y luego silencio por un par de minutos.

¿Se había enojado?

— Te lo dejaré pasar por esta vez, Amara, solo esta vez.

Asentí agradecida, cerrando mis ojos y dejando mi cabeza descansar contra el cristal.

Quizás mañana pueda hablar con él.

Necesito hablar con él.

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— Nos vemos a la tarde, muñeca— le sonrió al demonio y beso su mejilla para luego girarme hacia la entrada del edificio— ¡Recuerda que tenemos una cita!

Asiento con una sonrisa y me vuelvo a despedir, esta vez moviendo mi mano.

Entro al edificio con tranquilidad, sabiendo que llegaría a tiempo sin problemas. Miro sobre mi hombro y sonrío tontamente al verlo aun recargado de su coche, esperando a que desapareciera completamente de su vista. Vuelvo a mirar hacia adelante, pero en el proceso veo mi reflejo en la puerta de cristal de la oficina de admisiones.

Mi mirada cae sobre mi cuerpo mientras sigo mi camino. Observo insegura mi falda azul marino a cuadros y mi camisilla blanca. Entonces siento de forma cómoda el calor en mi piel bajo la chaqueta negra de gran tamaño y por último veo mis zapatillas blancas moviendose con mis pasos.

Mis mejillas se calientan levemente al recordar la noche pasada, y la razon por la que hoy había decidido esforzarme un poco más en cuanto a mi vestimenta.

Recuerdo:

— Amara— me llama Adirael a mis espaldas, su voz baja y gruesa. Mantengo mis ojos cerrados y me oculto más en la almohada.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora