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- ¿Crees que debamos llevarla a un hospital? Ya han pasado cinco horas y ni siquiera se ha movido- una vaga voz masculina entra por mis oídos como un zumbido.

- Demosle...una hora más, sino despierta entonces la llevamos.- frunzo el ceño y trato de moverme.- espera, se acaba de mover.- gruño un poco y intento abrir mis ojos pero estan demasiado pesados y se me es muy difícil.- No creo que haga falta llevarla al hospital. Trae un vaso de agua y una aspirina.

- Enseguida.

Escucho los pasos alejarse y es por fin cuando logro abrir mis ojos. Tomo aire como si lo hubiera retenido y me reincorporo, quedando sentada en la superficie suave.

Una cama.

Parpadeo varias veces y miro directamente hacia la ventana. La luz del día entra por la misma e ilumina la pequeña habitación. Una habitación totalmente desconocida para mí. Me alarmo y miro a mi lado solo para dar un brinco en mi lugar.

- ¡Ah!- llevo una mano a mi pecho y suspiro, tratando de tranquilizar mi acelerado corazón.

- ¿Cómo te sientes?- murmura, mirandome con seriedad, sus ojos ambar evaluandome con intensidad.

- E-estoy - carraspeo aclarando mi voz ronca- bien.

- ¿Segura?- su tono me deja en claro su incredulidad. Aparto mi mirada y la centro en las sabanas verdes que me cubren.

- Claro que sí- le aseguro sin mirarle porqué sé, se dara cuenta de mi mentira.

Nunca había sido buena mintiendo y dudo llegar a serlo.

- Ya traje el agua- giro mi rostro para ver al peliazul entrar con un vaso en su mano derecha y su palma izquierda elevada a la altura de su pecho.- ¡Amy!- se acerca a mí con rapidez y se agacha a mi lado.- Me alegra tanto que hayas despertado. Ten, esto te ayudará.- acerca su mano hacia mí pero niego suavemente, solo tomo el vaso.

Yo no tomo pastillas. Las odio. Ver a mi madre tomarlas a diario y de forma tan dolorosa no dejo nada bueno en mi cabeza. Tampoco me gustaba la sensación que dejaban en mi boca, me exasperaba. Aparto mi mirada de las pequeñas tabletas blancas con desagrado. Sabía que traian beneficios pero eran la prueba de una desgraciada, por minima que fuera. Una enfermedad siempre sería una maldición.

- ¿Eh? ¿No te tomaras las pastillas? ¿No te duele nada?- pregunta consternado Leo. Termino de tragar el agua en mi boca y le sonrió tranquilizadoramente.

- Estoy perfectamente bien Leo, gracias.- el chico de alta estatura me mira sorprendido y se traba con sus palabras.

- P-pero, pero tú- mueve sus manos frenéticamente señalandome- lo que sucedio ayer, tu muñeca...te desmayaste Amara. ¿Estas bien? ¿Segura, segurita?- mi sonrisa se borra al instante y bajo mi vista rápidamente. Saco mi muñeca de bajo de las sabanas y la dejo a la vista. Un jadeo profundo retumba en la habitación pero no le presto importancia.

Todo lo que pasó ayer vuelve a mi mente y me asusta, pero hay algo más que me inquieta. Miro por la ventana de nuevo, el sol esta mas alla de su punto mas alto. Y entonces mi cabeza grita una sola cosa.

¡Sebastian y mama!

Me levanto con rapidez y miro a mi alrededor.

Necesito mi cartera ahora. Necesito tomar mis cosas y ir hacia ellos. Ellos no saben de esto, necesito decirles y sacarlos de alli enseguida.

- Hey, tranquila.- Leo toma mis hombros y me obliga a mirarle.- ¿Que sucedio allí adentro, Amara?- su pregunta vuelve a traer las imágenes de la noche anterior y con ellas viene el nudo en mi garganta.- ¿La sangre era tuya? Tu muñeca esta sana, no tiene nada y ayer jure haberla visto sangrando. Además, ese tatuaje ¿Desde cuando lo tienes?

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora