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Me levanto al escuchar un quejido débil, se escucha muy cerca pero no es suficiente para despertarme completamente. Aunque si me fastidia. Con ojos quejumbrosos me reincorporo confundido y irritado. Una vez parpadeo lo suficiente y analizo el lugar me paralizo. Miro mi cuerpo desnudo y frunzo mi ceño.

Toco la piel rojiza y ardiente de mi pecho, siseando una maldición por lo bajo ante el dolor. Estas heridas eran causadas por la purificación de la piel de Amara.

Amara.

Abro enormemente mis ojos preocupado y miro a mi lado, solo para perder el aire ante la chica inconsciente. Llevo una mano a mi rostro y luego la subo hasta mi cabello pasandola por con frustración creciente, con ira ilimitada.

— Me cago en mi puta vida, maldita sea.— golpeo la cama antes de levantarme y tomar el cuerpo ensangrentado en brazos. Ya no me quema pero eso era lo menos que me importaba. Ya sabía porque no lo hacía, yo fui la puta causa.

Entro al baño con prisa y abro la llave de la bañera. Regulando el agua para que estuviera tibia. Miro a la muchacha con angustia y molestia. No recordaba una mierda pero ella era la viva prueba que lo había jodido, había hecho una estupidez. Suelto aire y cierro la llave, probando la temperatura antes de dejarla en la bañera. Me altero aun más cuando el agua se torna roja. Una punzada me cruza el pecho con un poder que es capaz de detener mis acciones. Tengo que desviar mi mirada para recomponerme y empezar a limpiarla con un cuidado inmenso.

Mi mandíbula se tensa increíblemente mientras que la esponja va dejando clara la piel de Amara. Rechino mis dientes colérico al ver los rasguños profundos en su cuerpo, las mordidas, los hematomas. Quiero detenerme y darme la vuelta para no verla. Quería irme para no escuchar sus quejidos inconscientes. Sin embargo, me obligo a seguir a su lado. Era mi deber, no podía dejarla así a pesar de que verla me dolería y que mi mente se estuviera quemando en la culpa.

Culpa.

Dolor.

Cobardía.

¿Desde cuando?

Rio irónico, pero me detengo en seco al sentir algo extraño. Algo que hace milenios que no sentía. Mis ojos caen incrédulos al agua, viendo las ondas nacidas del impacto de las gotas sobre la superficie. Trago saliva lentamente, tratando de deshacer el nudo que se había instalado en mi garganta. Sonrió y rio viendo mi reflejo con asco y apatía en el agua carmesí. Una chispa pasa por mi mirada y frunzo mi ceño mezclando mi risa con sorna, furia y confusión. Mi mente era un caos que mi cuerpo no sabía expresar. Había una falla en el sistema, un suceso inesperado que me recordaba un pasado ignorado y olvidado.

— ¿Por-por qué estoy...llorando?— pregunto al viento, aturdido, sorprendido y aunque me costara aceptarlo...estaba asustado.

— ¡Pedro!— gritó alegre la joven ojiazul, corriendo hacia el muchacho que cargaba una canasta de pescados.

Sonreí al verla tan alegre y le seguí el paso. Prestándole poca o nada de atención al varón al cuál despreciaba silenciosamente.

Noemi, ¿Pasa algo?— el castaño dejó la canasta en el suelo, secándose en sudor de la frente y mirando preocupado a la castaña.

El no era suficiente para ella, ella necesitaba algo mejor.

Pensé, sintiendo culpa seguidamente.

— ¡Ya nació el hijo de Lara!— el hombre sonrió de inmediato y tomó la mano de Noemi para arrastrarla a la casa de su cuñada.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora