44

15.6K 1.2K 249
                                    

— ¡Despierta ya!

Abro mis ojos rápidamente y me reincorporo, quedando sentado en lo que noté era una cama. Como un animal apresado mire a todos lados, los ojos afilados y el cuerpo tenso. No obstante mi respirar errático se ve en pausa instantánea cuando me tropecé con su mirada azulada y angustiada. Mágicamente mi mente quedó en blanco y lo único que permaneció fue ella.

— ¿Amara? — pregunté en un susurro, viendola bien. Se veía cansada pero no físicamente. Su mirar sin brillo y sus labios insensibles no le pertenecían a aquella hermosa cara. Algo no estaba bien.

Esperé por su respuesta mientras la miraba aún mejor, buscando alguna herida o señal de que su salud corriera peligro.

— Tememos que irnos.— continúa con la cara seria, la mirada muerta sobre mí.

— ¿Por qué? — confundido me saqué las sabanas de encima por completo y me acerqué al borde de la cama.

— Ya se dieron cuenta.

— ¿De qué hablas?

Y justo cuando termino mi pregunta una serie de gritos y bucheos se escuchan a mi derecha a través de la pared.

¡Malditos pecadores! ¡Pecadores! ¡Impuros! ¡Matadlos!

Con el ceño fruncido me pongo de pie y camino hacia la ventana. Hago a un lado las cortinas y observo el lío que había afuera. Decenas de personas estaban reunidas en algún tipo de rebelión. Todas traían armas, machetes, palos y al parecer cualquier cosa que causara daño en general.

¿Que pensaban hacerme con eso? ¿Un masaje?

— ¡Deshaced la maldición que ha caído sobre vosotros! ¡Proteged vuestro pueblo! ¡Pelead por nuestro Dios y salvador! — gritó un pastor a varios metros de la muchedumbre. Oculto entre las sombras y tirando leña al fuego con las manos protegidas.

Me daban asco los humanos como él, cobardes que tiraban la piedra y sacaban la mano. Me irritaban.

— Vámonos ya.— escucho decir a la pelinegra. Miro sobre mi hombro a la chica, la veo recoger cosas con urgencia pero niego.

— ¿Por qué me tengo que ir sin divertirme?— el brillo dorado de mis ojos se vio reflejado en su mirada hastiada y disgustada. Por unos segundos quedé confundido ante su actitud bizarra y frunci el ceño muy brevemente antes de sonreír y dejarlo de lado.

Ella probablemente estaba de mal humor. Yo por mi parte estaba ardiendo en rabia. Solo quería jugar un poco con aquella culebra disfrazada de siervo. Quería enseñarle el infierno del que tanto cree que escapara.

— No estoy para tus idioteces hoy Adirael. Nos vamos justo ahora.— mi diversión siniestra se esfuma y mis brazos caen a mis costados, mis ojos enterrandose en su rostro desconforme.

— ¿Qué te sucede? — pregunto por fin en un tono serio y seco.

— ¡Estoy harta de ti, eso me sucede!— mis ojos se abren mas de lo normal, pero mi expresión no cambia demasiado. No le muestro que en realidad me ha sorprendido completamente. Que quizás me haya herido un poco.— ¿Y sabes qué? Pudrete aquí y juega todo lo que quieras, bañate en sangre si te apetece. Yo no soporte un puto segundo más a tu lado. ¡Te odio!

Lo único que deja atras la pelinegra enfurecida es un portazo que dejo la habitación sorda y a mí me dejó mudo con el pecho hecho un hueco. Miré la puerta por unos minutos intentando sacar alguna conclusión pero todo caía a lo mismo.

¿Qué cojones está pasando?

Bufo algo trastocado y me siento en el borde de la cama con las rocas chocando contra el exterior como fondo musical.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora