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— Buen provecho — dice en un murmullo pasajero el hombre de mediana edad.

Mis ojos se clavan en su espalda enfundada en una camisa blanca hasta que se pierde entre sus otros compañeros. Llevando consigo un aire elegante, con la espalda derecha y hombros abiertos. Debían exigirle ese tipo de conducta, en un lugar como este era de esperarse.

¿Cual era su nombre, otra vez?

Lo había olvidado por completo, o quizás nunca lo escuché. En realidad estaba muy centrada en lo que haría en el futuro como para oírlo. Ni siquiera sabía que era lo que estaba en el plato frente a mí.

¿Pasta?

— Se te va a enfriar la comida— mi mente vuelve a mi cuerpo gracias a su grave voz. Qué, contrario a lo que creí, sonó tranquila y hasta en cierto punto endulzada.

Mi mirar se pierde en el plato, el apetito muerto en mí. Ni siquiera la buena pinta de lo que fuera aquello me creaba el dichoso deseo de comer. Probablemente consecuencias de la situación pasada. No obstante, me obligo a comer de todas maneras. Sin importar que mi estómago se encontrara inactivo y mi ánimo vago.

Se me estaba haciendo costumbre eso de hacer todo lo que él me decía. No sabía si eso era bueno o era malo. Por supuesto, para él era muy conveniente.

¿Pero para mí? ¿Y mi orgullo?

Creo que eso quedó atrás hace mucho, lastimosamente. Podía recuperarlo, pero no ahora. No me convenía.

— ¿Adirael?— pregunto después de tragar la comida. Sintiendo aflicción ante el hecho de que el extraordinario sabor de aquel plato desconocido no haya borrado mi angustia.

— Uhm... — murmura desinteresado, picando muy concentrado la carne bañada en algún tipo de salsa blanca en su plato.

Mi atención se aleja de mi propósito por unos segundos al ver la elegancia y sutileza con la que hacía una acción tan simple. Pero sería yo una mentirosa si negara el camino oscuro que realmente mis pensamientos estaban tomando. Mientras mis ojos graban de manera lenta y detallada la manera con la que él deslizaba el cuchillo en aquel pedazo de carne. Escenas indeseables se creaban como por arte de magia en mi cabeza. Ver el corte liso y limpio que hacía sin tanto esfuerzo. Saber que de esa misma forma podía hacer en una persona, no era agradable.

Hacía que mi piel se pusiera de gallina ante el mal trago, el mal sabor de boca que los recuerdos me dejaban. Los escalofríos helados que la muerte ocasionaba cuando susurraba a mi oído lo cerca que estuvo.

Sacudo levemente mi cabeza, deshaciendome de todos los pensamientos inútiles. Repitiendome a mí misma que todo quedo en el pasado. Encontrando refugio en mi propia mentira, pero importandome muy poco en el momento.

Seguir adelante. De eso trataba la vida. ¿No?

Dejo mi mirada fija sobre el demonio frente a mí, el hecho de que se vea tan normal aún tomándome por sorpresa. Tomo aire y pienso bien lo que voy a hacer. No sabía como reaccionaría. Aunque podía suponerlo igual con Adirael nunca se sabía.

Era como el viento, a veces iba para un lado, otras para otro. A veces era calmo y a veces solo quería destruirlo todo. Unas veces traía calidez y otras un calor arrasante. A veces hacía bien y otras era la peor condena.

Era un hombre impredecible y cambiante. Un martirio en el pecho. Pero justo ahora, tenía otro problema hincando mi corazón con desespero. Antes no me importaba tanto. Pero ahora, por alguna razón, lo hace.

— ¿Qué...qué harías si tuviera un amigo cercano? Alguien a quién quiera mucho.— sus acciones se detienen en seco y su mirada congela la mía, envolviendola en un agarre feroz pero manso. Tranquilo pero que ardía en el fuego más escandaloso.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora