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Nos encontrabamos en casa, por fin. Luego de haberle echo miles de estudios a mamá y de bombardearla con preguntas, nos dejaron ir de una vez por todas.

Un milagro; eso era lo que se había dicho en el hospital. Casi toda la gente allí se entero del suceso. Nos fue un poco complicado llegar a casa, pues algunos pacientes o familiares de los mismos, habían insistido en hablar con mama. Esa fue otra de las causas por las que tardamos tanto. Quitándole a esto el tiempo que tomó el sermón que mamá me había dado respecto al tatuaje.

Tuve que pedir perdon y mentirle, diciendole que me lo había echo unas semanas atrás por mero capricho. Cuando en realidad no sabía exactamente por qué ni cómo tenía un tatuaje en mi piel. Me asustaba, sí, pero me preocupaba mucho más.

Respiro hondo y capto el olor a guisado. Mamá estaba cocinando mientras cantaba. Yo la miraba desde la mesa junto a Sebastián. Para él, era un faceta completamente nueva, yo ya la había visto. Esa era mi madre, divertida, gentil, humilde y sobre todo buena persona. Se sentía tan bien tenerla de vuelta. Tan bien que temía.

Todo había pasado tan rápido, todo era tan irreal. Nada podía ser tan perfecto...eso no pasaba en este mundo.

- Deja eso niña, ve a descansar. - me da un golpe en la mano cuando intento ayudarla. Me sonríe con cariño y vuelve a girarse hacia la estufa. - ya te aviso yo cuando esto esté. Imagino que no has dormido nada. Ve, ¿O tendré que darte algunas nalgadas como cuando eras pequeña? - ruedo los ojos divertida.

- Entro al trabajo a las 7, si me duermo ahora no despertaré hasta mañana. - susurro y miro con pesar el reloj, son las cinco.

- Deja ya ese trabajo hija, ahora estoy yo, estoy bien. Tú descansa, no vayas hoy. Mañana mismo salgo a buscar empleo. - niego con una mueca. Por nada del mundo lo permitiría.

- De ninguna manera, quédate en casa con Sebastián y pasa tiempo con él - miro a mi hermanito durmiendo recostado de la mesa. - yo trabajaré y los sacaré a todos adelante. No debes preocuparte. -beso su mejilla y antes de que diga algo me voy a mi habitación.

Es cuestión de segundos para que me encierre entre las cuatro paredes de mi cuarto una vez más. Por más que quisiera dormir, no podía. No podía darme ese lujo. Sabía que si me acostaba ahora, no habrá nada ni nadie que me levantara, al menos en las proximas seis horas. Estaba realmente cansada, pero debía trabajar.

La renta de este mes se aproxima y aunque no tenga que comprar medicinas, tenía ya tres meses de atraso. Pagaba este mes o nos echaban. No había dicho nada, no quería preocupar a nadie. Algo que me fue sumamente difícil pues cada vez eran mas constantes las visitas de la arendadora. Una señora seria y de caracter. Nos había tenido compasión por el estado de mamá, pero ya se estaba hartando. La entendía, era su dinero.

Suspiré y caminé hasta la cómoda. 798 dólares. No eran suficientes. Me faltarían aún 102 dolares para completar. Era un alivio el no tener que comprar las medicinas, pues si ese fuera el caso, sólo tendria 578 para la renta.

Suspiro y guardo el dinero. Una vez pague las deudas podré quitarme un peso de encima.

Camino hasta la cama y me siento. Alzo mi mano izquierda y la giro hacía mi. Trazo con mi dedo índice el tatuaje. ¿De dónde saliste? ¿Cuándo?

La sombra de ojos dorados pasó fugaz por su mente.

Dejo caer mi mano y tomo el puente de mi nariz con un suspiro.

Tuvo que ser un sueño. No podía ser real. No lo era. Nadie podía tener esos ojos, nadie podía curar una enfermedad terminal de un segundo a otro. Eso no existía ni pasaba. Los demonios no existian, al menos no en la tierra.

No sabia mucho de ello. Nunca había leído la famosa biblia. Nunca habia ido a una iglesia. Realmente no sabía nada más de lo básico. Los demonios y el Diablo eran malos, los ángeles y Dios buenos. El bien y el mal. La luz y la oscuridad. El infierno y el cielo.

Eso era lo que escuchaba a mi alrededor, pero en realidad desconocía de aquello. No tenía opinión certera del tema.

Pero estaba segura de que lo que soñé había sido solo eso, un sueño, una pesadilla horrible. O al menos eso quería pensar. Nada tenía sentido. Mi mamá, el tatuaje. Nada.

Miro el reloj sobre la mesita de noche, me levanto sin prisa y tomo mi uniforme. Salgo de mi habitación y sonrío al escuchar las risas de mi madre y hermano. Entro al baño con pesar y abro la pluma de la ducha.

Seria una noche larga.

⬛◾⬛◾⬛◾⬛

- ¡Hija! Ven, come antes de irte. Sino me harás caso, al menos come mi comida. - sonrío levemente y tomo asiento.

- Esta delicioso, gracias- ella sonríe y se seinta a mi lado. - ¿Sebas ya comió?

- Si, no te preocupes.- sigo comiendo mientras ella me mira.

- Ya se me hizo tarde, tengo que irme.

- Aún te queda comida Amara.

- Me lo comeré cuando regrese. - tomo el plato una vez de pie y me dirijo hasta el refrigerador. Lo guardo y me giro dispuesta a irme. - mamá- murmuro cuando la veo de brazos cruzados.

- Dejarás el trabajo.

- Hablaremos cuando vuelva. Tengo que irme.

- Amara, ¿No vez que te haces daño? No tienes por qué trabajar, ya estoy bien.

- No discutire esto ahora. Llegaré tarde. Nos vemos en la mañana, te amo.

- Amara-

Cierro la puerta a mis espaldas y suspiro cansada. No quería discutir con mi madre. No me sentía del todo bien y estaba realmente cansada. Solo terminariamos mal y no quería eso. Acababa de librarse de la muerte, pelear sería lo menos que haría con ella.

Bajo las escaleras de dos en dos mientras sostengo mi cartera. Tan pronto salgo a la calle recuerdo el abrigo que debí traerme. Hacia un frio horrible y mi uniforme apenas me cubría.

Las calles a estas horas solían ser así, pero hoy es algo exagerado. Camino abrazandome a mi misma entre los edificios viejos y decaídos del sector donde vivo. Miro la acera de cemento, la sucediedad ha creado una capa negra, dándole un aspecto antiguo y desagradable. Además de los chicles y otras cosas incrustadas que no ayudaban en su aspecto.

De todos modos ¿A quién le imortaba?

Vuelvo a mirar mi muñeca. Algo me decía que de ese tatuaje nada bueno saldría. Tenía un mal presentimiento, un hueco en el estomago que solo parecía succionar malas vibras.

No era un persona que creyera en cosas sobrenaturales ni espíritus, pero no podía negar que desde que había visto a mamá sana, mi alrededor había empezado a tornarse denso. Como si tuviera una capa negra que amenazaba con afixiarme.

Un sonido llama mi atención. Eran pasos y no los míos. Miro a mi alrededor, no había nadie cerca. Mi alertas empiezan a encenderse y miro tras de mí. Nada.

Quizás solo este volviendome loca. O quizás ya lo esté.

Sigo mi camino con más prisa y centro mi vista al frente. Los pocos focos funcionales que hay no iluminan demasiado, dándole un ambiente más escalofriante a mi situación. Los pasos se vuelven a oir y un escalofrío recorre mi espaldas. Empiezo a asustarme.

- ¡Amara! - giro mi rostro y suspiro de alivio cuando veo el chico de cabellos largos y azules correr hacia mí. - Dios, me muero. - cuando esta a mi lado pone sus manos en sus rodillas y toma grandes bocanadas de aire.

- Hola Leo - me sonríe para luego enderezarse y darme un beso en la mejilla. - ¿Otra vez te levantaste tarde? - pregunto retomando el camino.

- Claro que no- bufa y lo miro alzando una ceja- Vale, sí. ¡Pero no es mi culpa esta vez! - murmuro un 'ajá' escéptico y sigo mirando al frente- Kevin no quizo dejarme ir.

- Excusas- digo simple.

- ¡Ay! ¡Tú nunca me crees! - ruedo los ojos y me preparo mentalmente cuando visualizo el bar.

Aquí vamos otra vez.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora