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Está loco. Es un maldito lunático. Sin pensarlo giré sobre mis talones y tomé el picaporte entre mis manos. Lo giré con fuerza, lo moví hacia todos lados, pero no cedía. Mi corazón palpitaba cada vez más rápido con cada paso que escuchaba. Se estaba acercando. Mi respiración se aceleró de sobremanera, obligando a mis pulmones a golpear mis costillas con fuerza. Podía probar el sabor salado de mis lágrimas. Estaba desesperada, nerviosa y sobre todo aterrada. Mucho más que cuando estoy cerca de mi jefe. Este es otro tipo de miedo. Este es un miedo totalmente infernal.

— No saldrás de aquí hasta que yo lo decida. —  el golpe seco que producen sus manos chocando fuertemente contra la puerta me obliga a soltar un grito. Jadeo al sentir mi cuerpo ser apricionado contra la madera. Un gemido adolorido brota de mis labios. — solo éstas atrasando los echos, Amara. — el escuchar mi nombre de sus labios un escalofrío recorrió mi espalada.

Traté de apartarlo de mí. No pude tan siquiera moverlo. Su pecho estaba tan precionado a mi espalda que dolía. Sollozo y me pregunto como estará mi hermano, mi madre. No quería estar aquí. Por Dios que no.

— ¿No piensas cooperar? — susurra con voz juguetona a mi oído.

— ¡Dejame ir bastardo! — un gritillo me abandona cuando soy girada con brusquedad.

Ahora veo su rosotro perfectamente, esta sonriendo, pero no está feliz. Sus ojos opacados por sombras oscuras y furiosas me intimidan con fervor. Sin poder sostener su mirada agacho mi rostro y muerdo el interior de mi mejilla con nerviosismo.

— Reconozco que lo soy, primor. Pero, me jode que me lo recuerden.— toma mi mentón con fuerza y me obliga a mirarle a los ojos— En tu vida, escuchame bién, en tu miserable vida vuelvas a insultarme. No me costaría nada acabar contigo. — termina con una sonrisa aterradora.

Levanto mis brazos como puedo y trato de apartarlo. Es entonces que la ira me inunda cuando lo escucho reir.

¿¡Esto le divertía!?

Alzo mi mano dispuesta a golpear su rostro con toda la fuerza que tengo, sin embargo, no lo logro. Él, en un movimiento fugaz, casi imperceptible, toma mis muñecas y  lleva mis brazos sobre mi cabeza. Incapacitando mis movimientos.

— Eres valiente, me gusta pero no exageres. Ahora, terminemos con esto.

— ¡No, sueltame! —antes de intentar algo–la única opción que me quedaba, darle un golpe bajo– una de sus rodillas esta entre mis piernas y su rostro esta a escasos centímetros del mío.

— ¡Ya me harte!— sus ojos azules se oscurecieron varios tonos. Quize gritar pero no pude. Mis cuerdas vocales parecían haber desaparecido. — Ya no hay vuelta atrás, el lazo está echo. Ya aceptaste el precio y ya tomé tu sangre. Eres mía ahora, tu alma ya me pertenece. Solo necesito marcarte para completar el contrato.—hace una pequeña pausa y mira mis labios por un milisegundo— Me has puesto de mal humor, hubiera sido suave contigo pero no pareces captar la situación del todo. Con tan solo tronar los dedos puedo destruirte. Puedo acabar con todo lo que amas y hacer de tu vida una miseria. No tengo muchas ganas de eso, pero si no cooperas conmigo tendré que hacerlo. — su voz varios tonos bajo lo normal vocaliza en un susurro peligroso y amenazador.

Aparto la mirada y veo por la ventana al fondo de la sala. Ya el sol ha salido completamente.

— ¿Q-quién eres? — susurro con voz rota. Había tocado mi punto débil, y parecía saber perfectamente cuál era. Mi familia. No me quedaba de otra. Haría lo que fuera por ellos.

— Tu demonio— mi boca se seca y mis labios se abren levemente, las palabras se quedan atascada en mi garganta. Mi respiración se detiene junto al palpito de mi corazón.— pero llámame Adirael.

No me deja decir una palabra. Su labios se han estampado con dureza contra los míos. Su lengua entra sin permiso a mi cavidad bucal y explora libre. En mi estado de shock soy incapaz de hacer algo al respecto. Su agarre en mis muñecas toma muchas mas fuerza y creo oir mis huesos crujir. Se me escapan algunas lágrimas junto a unos quejidos. Abro mis ojos grandemente y le miro directo a los suyos. Mi alma parece abandonarne cuando veo sus orbes doradas ardientes y brillantes enfocarse en mi mirada. Pierdo toda fuerza y me extravío en esa mirada cautivadora y llena de peligro. Todo a mi alrededor se detiene. No escucho nada. No siento nada, solo el toque de sus labios sobre los míos.

Entonces pasa. Un ardor terrible envuelve mi muñeca izquierda. Intento gritar, pero todo sonido que sale de mi boca muere en la suya. Cuando sesa–después de lo que considero horas–, mi cuerpo parece vuelto liviano cual papel y no puedo mantenerme en pie.

Lo siento sonreír sobre mis labios, mas no puedo verlo bien. Mi vista se ha nublado considerablemente y mi cabeza palpita. No me quejo cuando siento dos pinchazos en mi labio inferior. Tampoco cuando siento el sabor metálico característico de la sangre en mi boca.

Y no es que no quiera, es que no puedo. No tengo fuerzas ni siquiera para eso.

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Tan pronto abro mis ojos veo a mi madre. Esta sentada sobre la camilla vestida casual y me mira molesta. Me quedo paralizada. Ella luce... Sana. Había vuelto a ser aquella mujer fuerte y saludable que recordaba. No tiene ojeras, no esta pálida, sus ojos brillan al igual que su cabello. No esta igual de flaca y frágil a como la recuerdo.

Esta bien.

Las lagrimas empañan mis mejillas y no quiero moverme. Si esto es un sueño no quiero despertar. Tengo miedo a levantarme y verla postrada como la última vez, o peor, muerta.

— ¡Nana! — Sebastián aparece frente a mi con una sonrisa. Su rostro esta embarrado de chocolate y me ofrece una barra del mismo.

— ¿C-cómo? — reconozco que no es un sueño cuando mi hermanito toca mi rodilla y siento su mano pequeña y fría.

— ¿Porqué lloras, mi niña? ¿Estas bien, te pasó algo? —mi madre se acerca y toca mi mejilla, mirándome con preocupación. No puedo creerlo. Sin pensarlo me aferro a ella. La abrazo con fuerza. — estoy bien cariño. — me susurra con su voz melodiosa. Lloro sin importarme nada. Mi mamá estaba bien.— shhh, ya. Tontita asustaras a tu hermano— asiento levemente mientras la sonrisa no se borra de mi rostro.

— Te amo tanto mami— cierro mis ojos y disfruto de su tacto.

— Y yo a ti mi amor— acaricia mi espalda levemente. — ¿Estas mejor? — vuelvo a asentir. La suelto y la veo enderazarse frente a mí, sola, sin problemas ni muecas de dolor. Soy tan feliz. Tengo tantas conversaciones pendientes con ella. — entonces ¿Me explicaras que haces tú, muchachita, con un tatuaje? Que yo sepa, no te di permiso. Aun eres menor Amara, no puedes...

Dejo de escucharla y miro mi muñeca izquierda. Todo se detiene cuando veo un estrella de seis puntas dentro de un triángulo, este ultimo rodeado por dos círculos, y en el interior de estos un lenguaje que desconozco.

Unos ojos dorados vienen a mi mente, junto a ellos varias sensaciones. La principal: Terror.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora