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— ¿Por qué?— murmuro en una voz baja, desconfiada de todo pero necesitada de ella.

— ... Porqué sí— responde sin mirarme y me molesto.

Porqué yo necesitaba algo mas que un simple sí. La necesitaba a ella completamente, no solo un pedazo. Mis ojos se clavan como anclas sobre su cuerpo y se endurecen como el hierro.

— Eso no es suficiente.

Le reclamo, deseando escuchar de sus labios algo que ni yo me atrevía a decir. Sintiéndome estúpido cuando segundos antes están tan ofuscado en negarlo.

— ¿Qué quieres que te diga?— su tono se desespera un poco, su mirada encontrando la mía con prisa y angustia.

— Lo sabes.

— No soy adivina Adirael.

— No necesitas serlo, es obvio.

— ¡No sé que quieres!

— ¡Te quiero a ti, maldita sea! Quiero que seas mía.— le explicó vagamente, urgido porque entienda algo que yo no sé comprender. Me sentía impotente teniendo la voz para decir exactamente lo que necesitaba pero sin tener los cojones para hacerlo.

— ¿No lo soy ya? Tienes mi alma.— el aire se queda en mis pulmones y rechino mis dientes. Recuerdo a Asmodeo con ironía y cierro mis puños.

— No en ese modo ¡Joder!— una punzada cruza mi cabeza de lado a lado y sé inmediatamente que debo irme. Alejarme de Amara completamente.

No ahora, no ahora ¡No ahora maldita sea!

— Enton- ¿Estás bien?— entre parpadeos veo su ceño fruncido y su mar agitado, mis manos tiemblan y trato de mantener un respirar estable.— Adirael— un gemido pecaminoso se ahoga en mi garganta cuando su mano toca mi brazo y doy un paso atrás sorprendido, al igual que ella. Pero la pelinegra parece estar más asustada que otra cosa— ¿Qué tienes?

— Tengo...tengo que irme— susurro con dificultades, mi boca seca raspando las palabras.

Su toque era una dulce maldición que podía llevarnos a una situación apretada y peligrosa.

— Pero estás mal, estas rojo y caliente. ¿Qué tienes?— ahora su dos manos estaban sobre mí y el poco control que tenía se esfuma de un golpe. La miro a los ojos con intensidad y mojo mis labios despacio.

El deseo de devorarla me consumió por completo.

Coloco mis manos sobre sus hombros y la empujo, haciendola acostarse en la cama. Sus ojos se abren tal cuál siervo frente a las luces de un camión y sus manos se cierran en mi pecho. Su piel purificada me quema y duele pero eso queda en un plano lejano al que yo estaba parado. El dolor no me importaba, me importaba ella. Se veía tan indefensa, tan adorable, tan tierna. Parecía una muñeca de porcelana, la más bella de todas.

Entonces miro su cuerpo, la sábana se había caído y sus montañas pálidas me daban una hermosa bienvenida. Mojo mis labios una vez más y mientras lo hago mi lengua roza mis colmillos puntiagudos, afilados y crecidos. Estaban sedientos, ansiosos.

Morder.

Alzo mi mano derecha, con garras del color de la sangre muerta y la paseo por la longitud de su brazo. Tocando en un juego misterioso su piel erizada. Sonrió pensando en la carne caliente que se encuentra bajo aquella sedosa y blanca capa.

Desgarrar.

Me apego a su cuerpo tembloroso, haciendo espacio entre sus piernas con mi mano izquierda. Con la misma hago el juego misterioso que hice en su brazo, pero esta vez en su muslo cubierto por la tela. Luego de unos toques escalofriantes llego al lugar que ella más protegía. Muerdo mis labios al verla moverse inquieta y con mis dedos intranquilos doy caricias crueles y lujuriosas. Sus muslo se cierran en mis caderas y gruño, mirandole a los ojos y oyendo sus gemidos ahogados por la vergüenza.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora