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El tiempo pareció detenerse por completo. El sonido de las manecillas del reloj dejo de oirse, las salvajes olas del mar tomaron descanso y el palpitar de los billones de corazones quedó en completa mudez. En especial, el de Adirael Arcángel.

El ser de cabellos pálidos había quedado en completo silencio mientras miraba a la mujer pelinegra en su falda. Sus manos frías acariciaron el cabello fino y ondulado con delicadeza mientras sus ojos viajaban por aquel rostro que tanta emoción le hizo sentir. Deseo entoces, ver una vez mas una sonrisa en sus labios. Ver de nuevo su entrecejo fruncido con cólera a su causa. Pero más que todo, rogó por ver el brillo volver a sus ojos de mar.

La tristeza fue calando por su cuerpo lentamente. La ira le seguía de cerca y la desesperanza iba a la par. Parpadeo una vez, dos veces y sintió el líquido caliente y doloroso de sus lágrimas bajar por sus mejillas. Sus lágrimas, sin embargo, estaban llenas de luz. Un líquido brillante, casi como oro puro bajaba como la cascada mas melancólica por sus ojos.

— Amara. Por favor. — susurro lentamente, uniendo su frente con la de su amada— por favor. Vuelve. — sus suspiros tan rotos y bajos fueron incrementando, desbordados en el dolor que sentía. Un dolor que nunca, jamas creyó sentir. Su pecho estaba siendo desgarrado lentamente, su piel en fuego y su garganta a punto cerrarse por completo. Creyó antes, al verla postrada en la cama de Lucifer que no había peor dolor que aquel entumecimiento que lo anclo en su lugar con una mezcla de ira y culpa que no sabia controlar. Pero ahi estaba él, — ¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo! — gritó rompiendo sus cuerdas, abrazando en perdición el cuerpo de su mujer. — ...Te amo, Amara. Vuelve conmigo ¿Si? Solo...vuelve. Te necesito. — sus lágrimas brillantes danzaban al son del silencio en su pecho sobre la piel palida y fria de la pelinegra, y bajaban lentamente, perdiendose las unas entre en las otra.

Adirael entonces abrió sus alas –olvidando el dolor físico que sentía– y las cerró alrededor de Amara. El no sabía porque lo hacía, pero sabía que debia hacerlo. Porque aun queria protegerla. Quería apartarla de todo lo malo que los rodeaba.

La quería a salvo.

Aun cuando ya era demasiado tarde.

— Hijo. — murmuró aquel ser con lastima. Su mirada pálida puesta sobre uno de sus ángeles, en su creación más delicada.

— Devuelvemela.— pidio sin voz, roncas sonaban las palabras que salían de su garganta.

— No puedo hacer eso. — su tono seguía demostrando su lastima, algo que Adirael antes no le hubiera afectado ahora lo desmoronando a pedazos.

Que Dios le tuviera lastima, eso ya era algo que el no podía aguantar.

— Por favor, papá. Damela de vuelta. Te lo ruego.— rogó sin respuesta y entonces subio su mirada rojiza— Haré lo que me pidas, viviré eternamente en infierno sin pisar la tierra, solo damela de vuelta. Por favor.

— Adirael...no puedo.

— ¡Por favor!— gritó abrazando mas si era posible al cuerpo frio de la ojiazul—...por favor. La amo papa, la amo tanto. No se que hacer sin ella, no tengo ningún otro propósito en la vida si no la tengo. — sus ojos volvieron a su amada mas lagrimas cayendo sobre su palido rostro— Si ella no está ¿de qué me vale seguir viviendo?

— No-

— ¡Entonces matame!— exploto colérico, enmascarando su profunda tristeza con rabia. La única manera que sabia comunicarse en realidad— Quitame este maldito vacio del pecho. Es lo menos que puede hacer por mi. Llevame con ella a donde sea que este. ¡No quiero seguir vivi-

— Adirael— el peliblanco quedo en silencio al sentir la mano calida de su padre sobre su hombro. La mano de Dios, el ser mas poderoso del universo, el que solo pocos pueden tan siquiera ver. — tu vida para mi significa tanto hijo. Tu existencia es demasiado perfecta como para dejarla ir.

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora