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Inhalo profundamente mientras cierro mis ojos, buscando en la oscuridad eterna que mis párpados crean la paciencia y la paz interior necesaria.

— ¿Ni siquiera dirás "hola"?

— ¿Por qué debería?— gruño fulminando de reojo al castaño de ojos verdes.

¿Por qué tenía que caer en mis clases? ¿Por qué, en el infierno, tenía que sentarse a mi lado y hablarme?

Su rostro sonriente me irrita sin necesidad de que habrá su boca. Esa mirada socarrona que aquel par de ojos insensibles me estaba  dando me podía; el chico tenía el talento de joder, eso era seguro.

— ¿Modales?— dice con burlona obviedad. Como si en realidad tuviera el derecho de sacarme algo como eso en cara.

— Cuando tú aprendas lo que significa esa palabra, entonces me hablas— siseo con disgusto y me enfoco en la profesora: una mujer en sus cincuenta y tantos con una sonrisa amable en su rostro, y, una peluca un poco dislocada.

Le sonrió cuando nuestras miradas conectan y asiento agradecida cuando dice mi nombre con un "Bienvenida" entusiasta al final. Como si hubiera estado esperando por mí desde hace mucho.

Supongo que al final la peluca no dañaba tanto su carisma, pero igual seria un poco difícil concentrarme en la lectura cuando su cabello canoso me recordaba constantemente que estaba siendo ahogado por la maraña roja que lo cubría con vergüenza. En un intento de ocultar los años de aquella mujer, un vago y desesperado llamado a la juventud que un día tuvo.

— Ladras mucho para ser tan pequeña, perrita— lo escucho decir de forma distante, pero aún así, lo ignoro.

Sabía perfectamente que si le contestaba terminaríamos en una discusión que tomaría la clase entera. Al contrario que él, yo si queria aprender y sacarle provecho a las siguientes cuatro horas metida en este lugar. A esto sumándole el hecho que estaba atrasada en las materias, no podía darme el lujo de perderme una sola palabra.

— Oye, no me ignores— bufo irritada y me giro hacia él.

— No quiero hablar contigo, no quiero escucharte y no quiero ni siquiera sentirte. ¿De acuerdo? Perfecto.— le aclaro de una, con un tono mordaz y completamente serio en mi voz sutil. Sonriéndole falsamente, regreso a mi lugar y sigo con mis notas.

Esperaba que se detuviera allí y se tragara sus palabras, pero en su universo eso no pasaba, no existía. Quedarse callado parecía ser un pecado mortal para él.

— Pero yo sí quiero hablar contigo.

Gruño hacia el cielo y aprieto en mi puño el pobre lápiz de plástico negro. Sabía que hacer un contrato con un demonio era malo, pero tener que soportar esto en silencio en serio era una maldita tortura.

¿Estaba mal imaginarme un asesinato?

•×•×•×•×•×•×•×•

— ¿Te gusta la comida seca? ¿O prefieres el jamón?— inflo mis mejillas y veo con ansiedad como la profesora sale del salón, mi rodilla sube y baja a un ritmo constante mientras muerdo el interior de mis mejillas.

¡Ya vete, por favor!

Casi grito en júbilo cuando la señora de peluca roja no está más en mi campo de visión.

¡Por fin!

— ¡Maldita sea, ya déjame en paz!— me levanto de mi asiento con brusquedad y tomo mi mochila, en el proceso fulminando al imbécil que en ningún momento ha dejado de joderme la vida.— ¿¡Qué quieres!?

Contrato Donde viven las historias. Descúbrelo ahora