Entre el presente y el pasado, la duquesa de Hawthorne se ha decidido por un final idilico para su matrimonio. Cansada y llena de resentimiento busca solucionar de forma definitiva la situacion entre ellos, es la muerte o el divorcio.
Lachlan, duqu...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
31 de Julio de 1827
La carta del Sr. Holland que había esperado desde hace días, por fin llego esa tarde. Sin abrirla sabía lo que contenía, pero cuando la abrió lo confirmo. Lachlan había logrado no solo desestimar su pedido de divorcio ante el parlamento, sino que enterró el caso con el simple testimonio del médico que la atendió hace años por su "aborto espontaneo" y el de su antigua doncella, la Sra. Becket, librándose así de la demanda.
Todo sin que ella pudiera poner un pie en el parlamento, porque al ser mujer, solo la llamarían para testificar a mitad del proceso. Eldric Rawson discutió ampliamente con su querida Amelia por ello, la cansada Lena no solo no pudo rebatirlo, sino que tampoco pudo negarlo, por lo que los Rawson le quitaron su apoyo, por el hecho de hacerlos ver como títeres de una mujer caprichosa.
Riendo Lena no pudo parar de destrozar cuanto mueble se le atravesara encima, paso un día entero llorando y gritando de rabia. Pero la guerra aun no estaba totalmente perdida, por lo que no tenía más remedio que dar su siguiente paso.
A la siguiente noche, Lena tomo el brazo de Ethan e ingreso al salón de los Carmichael, mientras sonreía a sus conocidos. No había tiempo para los lamentos, aun cuando su voz se sentía descarnada y su estómago encogido, necesitaba seguir solo un día a la vez.
Acercándose a las señoritas Studle, discretas y remilgadas, pero con una belleza singular; en aquel momento comprendido porque el astuto Ethan había caído por alguna de ellas.
Siempre se reprochaba ser una romántica empedernida, pero no podía evitarlo cuando veía tan felices rostros. Contrario a lo que Lachlan creía todos merecían amor, incluso aquellas codiciosas jóvenes, o ella misma.
Sin desear pensar en él, trato de seguir su plan e ignorando a sus amistades se apresuró a la pista de baile con el cuñado de los Studle, sabía que la mejor forma de acercarse a la familia era mediante este método.
Exponiendo su mejor cara inicio el baile con Lord Maxwell, cuñado de las jóvenes que revoloteaban alrededor de Ethan, mientras Lena escuchaba una insufrible charla sobre las innovadoras técnicas de cosecha de algodón en el sur de su país.
La duquesa lo escucha con atención ignorando ciertos pisotones del Lord, por los varios minutos que continuaron el baile, vio como el hombre parecía absorto en sus propias palabras y su legado, presumiendo a su pequeño de apenas 2 años, lo que le resulto tierno.
Ignorando los pequeños cotilleos que se daban en su dirección, supuso que se trataba de una generalizada y común actitud alrededor de ella. Terminando la pieza regresaron junto a su grupo, cuando en el camino escucho los murmullos poco discretos, muchos de ellos hablan con compasión de la duquesa, al menos no hablaban mal y eso era suficiente para ella.
Regresando vio a la alegre Lady Maxwell y la Srta. Bladell, quienes parecían hablar entretenidas entre ellas ignorando al apuesto Ethan, que conversaban distraídamente con una de las hermanas menores de Lidia Maxwell. Apenas distanciada a unos pasos del grupo, vio algo que no le gusto, una pequeña espina se incrusto en su mente, algo no parecía andar bien.
La cercanía entre los invitados, de aquel salón abarrotado, justificaba como algunos invitados del mismo grupo se ignorasen dándose la media espalda, incluso tropezando o rozando sin querer sus manos y brazos. Sin embargo, fue la mano de Ethan la que rozo descuidadamente los delicados dedos de la mayor de las 3 hermanas Studle, tocándose levemente y casi sujetando su mano, siendo indiscutiblemente correspondido.
Captando la mirada de la duquesa, Lady Maxwell se aparto de la Srta. Bladell, la mujer se aproximó con rapidez a los brazos de su esposo, quien seguía absorto en su propia charla, pero para Helena la imagen se grababa en su mente.
Pronto entre discretas risas o despreocupadas frases los volvió a ver, aquellas miradas que se mezclaban como el día y la noche como un cataclismo aproximándose en medio del amanecer, sin avisar y lleno de promesas de desastre. Y lo entendió. El nunca busco a las señoritas Studle, él buscaba a Lady Maxwell.
