+ Capitulo 17: Icor con olor a rosas.

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20 de febrero de 1825

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20 de febrero de 1825

"Los murmullos constantes y las continuas voces susurrantes

Levantando el rostro contemplo el oscuro bosque, aun boca abajo podía sentir el pasto bajo ella, rozando su mejilla mientras trataba de pararse, pero una opresión contra su cuerpo, la mantenía presa, como si gigantescas si rocas estuvieran sobre su espalda y se aferraran a sus extremidades.

Su voz había desaparecido y por mucho que gritaba no escuchaba respuesta, el agua fluía por su rostro, en un intento de consolar su cansado cuerpo; tratando de calmarse pudo percibir que era una incesante lluvia, que pronto se tornó helada, tocando su piel desnuda sintió el peso sobre su cuerpo aumentar, arrebatando un gemido de dolor, haciendo tronar sus huesos y asfixiándola, segundo a segundo sentía como sus huesos crujían y su piel era magullada casi rasgada.

El aire se iba de sus pulmones y el dolor no encontraba alivio, iba a morir, lo sabía. La exasperación consumía su mente mientras agitaba los brazos en dolorosas posiciones, escuchando como los huesos tronaban una y otra vez"

Despertando súbitamente, empujo con todas sus fuerzas las mantas sobre ella, peleando y arrastrándose salió de aquella cama con prisa, cayendo sobre la alfombra pudo sentir por fin que estaba libre. Su respiración estaba agitada y su garganta estaba ronca,

Hacia algunos días que había tenido el mismo problema, lograba conciliar el sueño, pero en mitad de este terminaba teniendo la misma pesadilla. El duque tenía demasiado trabajo en aquella época del año y una noche de desvelo significaba que su cansancio se acumularía durante toda la semana.

Por lo que había decidido dormir en la habitación de la duquesa hasta que mejorara, pero cada vez la sensación de intranquilidad la embargaba más, además de la culpa por no lograr ayudar por completo a su esposo la atenazaba.

La mañana habia llegado por lo que no tenia sentido volver a intentar dormir. Decidiendo tomar un paseo por su pequeño jardín de rosas junto a Lachlan se alisto con rapides. Deseaba verlo mas que cualquier cosa, deseaba ser consolada, ser tomada entre sus brazos y dormitar en medio de olor a rosas

La emocionada la joven corrió, de una forma nada elegante, hacia la terraza donde el solía descansar a esa hora de la mañana, mientras leía el periódico. Mas cuando llego pudo percibir que Lachlan no se encontraba solo, sino que sentado junto a él se encontraba Catherine conversando amenamente, riendo como niños, después de todo su comodidad con ella iba desde la infancia.

Suspirando pensó con desilusión que sería una descortesía no invitarla a su paseo, por lo que se detuvo un instante para pensar en que escusa debía usar o talvez era mejor solo aceptar que el destino conspiraba para no dejarlos solos en esos días.

Asumiendo con algo de resignación se dijo así misma que sería divertido, después de todo ambas podrían conspirar contra aquel presuntuoso duque, como siempre hacían cuando estaban juntas.

Retomando el paso, ya no pudo vislumbrarlo, pero mientras más se acercaba al lugar contemplo la figura recostada de Lachlan, mientras la parlanchina mujer había quedado en silencio y se inclinaba hacia él con una sonrisa en los labios.

Estremeciéndose la sonrisa en el rostro de Lena desapareció, mientras sentía su garganta se secaba, fue cuando lo vio. Un beso, largo y sensual, depositado sobre los labios del duque, quien tomo con delicadeza la mejilla de la joven mujer acercándola.

El peso de aquella roca en medio de su sueño regreso, asfixiándola y retornándola hacia aquel frio lugar, estremeciendo su cuerpo. Empezaba ahogarse.

El desengaño y la traición.

No podía mirar más y bajo el rostro al piso, sintió como cálidas gotas rodeaban su rostro y eran secadas por el frio viento de esa escondida zona de la casa.

No supo cómo llego hasta su habitación, pero al entrar cerro todas la puertas y ventanas, la luz no ingresaba y las velas estaban apagadas. No sabía desde cuando empezaron a tocar la puerta, solo volteo el rostro cuando la Sra. Becket abrió la cerradura con la llave maestra.

Viéndola en el suelo apoyando el rostro contra la cama, escondida de la vista, sentada sobre la tibia alfombra, pronto la doncella cerró la puerta con rapidez.

La mirada en aquella mujer se lo dijo todo, llena de pena y reconocimiento. Todos sabían sobre Lachlan y Catherina, supo entonces que la única ingenua había sido ella. Una abrupta risa salió de sus labios, entendiendo por primera vez que ella se había estado engañando sola.

Durante toda esa mañana las piezas habían encajado. Él no la amaba, nunca se lo había dicho, pero no entendió hasta ahora que solo se quedó con ella porque era más fácil de controlar; a comparación de Catherine, era más simple, más manipulable y maleable.

Su falta de carácter y experiencia habían sido la base de todo hasta ahora, él solo la necesitaba como yegua de cría, una que cumpliera con quedarse dentro de casa hasta que todo terminara.

Estúpida niña, con estúpidos sueños de amor, incauta e infantil.

En la alta sociedad matrimonio y amor, rara vez tenían que ver con la misma persona, ella creyó encontrarlo y había errado tremendamente. Todos habían tenido razón, pero ahora era demasiado tarde, ella viviría la vida de grandeza, repleta de joyas y sedas, pero con amantes tras las puertas.

La propia perspectiva de vivir una vida así le revolvió el estómago. Su propia ingenuidad la lastimaba. La amargura empezaba a reemplazar el dolor que cubría su cuerpo.

Lloro en silencio hasta que la garganta se le seco y no hubo más lagrimas para caer. La noticia que ella no bajaría a cenar ni desayunar al día siguiente se le comunico a los invitados y Lachlan, quien toco su puerta en busca de su compañía, solo fue echado por la Sra. Becket con esquivas escusas.

Había pasado la siguiente mañana en camisón, con los cabellos sueltos y enmarañados observaba el atardecer, lejano y esquivo, llevándose por fin otro día.

Los invitados habían estado curiosos y expectantes por la falta de Lena, quien se había pasado el día entendiendo la situación.

Su amor jamás iba a florecer, por mucho que lo cuidara y mimara, había errado en colocar su corazón en un lugar infértil y atestado. Lachlan solo amaba dos cosas en esta vida su legado y su fortuna, la mínima oportunidad de entrar dentro de él se la había llevado Catherina, destrozándolo y dejando las piezas para que alguien más las recogiera.

Y la tonta dispuesta a hacerlo era ella.

Secando la última lagrima, pidió de inmediato a los empleados que calentaran agua y dispusieran todo para un baño; además de ordenar que cortaran y trajeran cada una de las rosas. Media hora después de que el sol cayera observo entrar a la Sra. Becket esparcir los pétalos en el agua humeante.

El edificante olor penetro en sus fosas, dejando un delicioso aroma, mientras su doncella esparcía y media la temperatura del agua. Ingresando rápidamente a la bañera sintió su cuerpo estremecerse, al sentir el frio apartarse de sus huesos y alma, hundiéndose hasta que solo su rostro sobresalía.

Una vez le pregunto a su abuela porque sembraba rosas y no otras flores, esta le había contestado que las rosas, así como expresaba el amor y belleza, también demostraba un renacimiento

Tras emerger, se vistió, confabulando y preparando con agilidad su siguiente paso.

Esa madrugada, sin verlo venir, en medio de la oscuridad Helena tomo un caballo y salió de Galstworth, rumbo al norte, iría a casa; el único lugar que ella siempre consideraría casa, Ravenwood. 

Atrapada por el duque (Completa )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora