XLV. La voz del océano

245 24 23
                                    

No sabían de qué estaban hablando, pero no parecía algo demasiado agradable. Su miradas se cruzaron por unos cortos segundos para después soltarse las manos y correr a por sus calcetines y sandalias. Regresaron en un minuto de vuelta al amplio sendero abierto, abandonando la arena de la playa. Ichiro les sintió acercarse, por lo que se giró un poco hacia ellos. Su expresión era atípica. Portaba inquietud, derrochaba preocupación por cada poro de su rostro. Viró su cabeza de nuevo hacia el hombre del carromato.

-¿Puede darme un minuto?

El adulto pareció pensárselo. Tampoco se le veía tranquilo, al contrario. Suspiró y presionó los labios que estaban rodeados por vello facial corto, oscuro.

-Está bien... -podía deducirse su deseo por alejarse de la zona, sus prisas.

-Gracias. -tomó de las muñecas a sus dos amigos y los retiró un poco. Ellos se lo permitieron, sin abrir la boca o emitir alguna queja, interesados por el asunto que parecía aquejar al desconocido. -Estoy casi seguro de que en el pueblo en el que tenemos que hacer parada hay un demonio. -los otros dos abrieron un poco más sus párpados, dejándole continuar al mantener el silencio. -Según este hombre, desde que vino con su familia, su hija se ha estado comportando de forma extraña, como... ansiosa. Su esposa y él creen que ella estaba siendo influenciada por algo mayor, así que decidieron irse tan pronto como lo notaron. Por ahora es lo que le ha dado tiempo a contarme, creo que debemos interrogarles para sacar algo de contexto.

-Preguntemos pues. -Ken fue el primero en regresar al lado del carromato y apoyar la mano en este, observando cada detalle de la cara del hombre con su típico ceño levemente fruncido. La máscara no había sido reparada, y no creía volver a intentarlo. Siempre terminaba partida de nuevo y ya comenzaba a cansarse de prestarle atención a su arreglo, por lo que tendría que acostumbrarse a ir sin ella desde el momento en el que volvió a hacerse pedazos. -¿Cuántos días duraron en ese pueblo?

-Dos, contando el día en el que llegamos... -miró hacia atrás para preguntarle a su esposa con la mirada por si se estaba equivocando. Ella, asomada por la tela que separaba el exterior del interior del carro, asintió.

-¿Podemos hablar con su hija? Tal vez sepamos darle sentido a lo que le ocurrió. -Daiki preguntó con la mayor calma del mundo para no transmitir más preocupaciones al matrimonio.

-Claro. -fue la madre quien contestó y se metió del todo en el vehículo mientras los tres chicos lo rodeaban para ir a la parte de atrás. Las cortinas se abrieron por la mujer y la joven, habiendo escuchado todo, se sentó en el borde, dejando colgar las piernas. Era una muchacha de su edad, tal vez un poco más mayor, no demasiado. No pasaría de los 18, estaban seguros. Sus ojos pardos observaron a cada uno, escudriñando cada detalle como si fueran los trabajadores de un psiquiátrico que querían llevársela.

-No estoy loca. -fue lo primero que dijo, a la defensiva. Vio al joven del mechón blanco sonreír con calma, algo que no esperó que hiciera. De alguna forma, le transmitía confianza incluso si no lo conocía.

-No creemos que lo estés. -Ichiro dejó claro sus nulas intenciones de juzgarla. -Pero es importante que nos digas todo lo que pasó porque nosotros nos dirigimos hacia allí.

-No lo recomiendo, muchacho... -el murmullo del padre fue audible, mas nadie le contestó, ya que no era una frase hecha para ser respondida.

-No sé exactamente qué pasó... -apretó la tela suave de su kimono floral, arrugando la tela entre sus pequeños puños. -Estaba cerca de la orilla y escuché algo extraño. Los primeros segundos era como un cántico pero luego se convirtió en una voz... Era la voz de mi abuela y ella me llamaba.

-Hay una leyenda reciente. -fue entonces su madre quien habló, siempre estando a un lado de su hija, un poco más atrás. -Cuando tenía vuestra edad se esparció un rumor entre las personas mayores de que existía una sirena en las grutas más recónditas de esta zona. Nadie creía que fuera cierto, quiero decir... -hizo una breve pausa, pensativa, sabiendo que los chicos mantenían sus miradas fijas en ella. -Las sirenas siempre han sido cuentos para niños, así que era difícil creerlo.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora