VIII. Sinergia rota

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Había sido impresionante, ya no solo por el impacto mental de verle la cara al enmascarado Pilar de la bestia, el espadachín más aterrador y temido por todo el mundo menos por quienes lo conocían desde joven. Existían tantos rumores, como que incluso siendo humano era capaz de devorar humanos por su extrema naturaleza tan salvaje. Hasta algunos pensaban que debajo de esa cabeza de jabalí,  y ese cuerpo curvilíneo y musculoso, existía un demonio camuflado. Otros pensaban que lucía en su totalidad como un hombre tan rudo, tan grande. Pero aquellos rumores se cayeron cuando, al encontrarlo, notaron que solo se diferenciaba un par de centímetros de Ken, que no era tan grueso de cuerpo como decían a pesar de estar lleno de musculatura, puesto que había una proporción correcta entre altura y anchura. Que hablaba como una persona normal a pesar de sonar bruto. Y sobretodo, que era divertido y despreocupado, tal vez algo... ¿Inocente, tonto? No sabrían decir cuál de las dos palabras, pero en eso se asemejaba a Daiki, quien era igual de despistado mentalmente. Y la guinda del pastel fue su cara. Esperaban una cara dura, de quijada fuerte, de pómulos marcados y facciones tan masculinas que dieran miedo. Sin embargo, fue todo lo contrario, no pegaba para nada con sus músculos. Era un rostro tan... bello. No había otra palabra, tenía una piel tan blanca, de un color ligeramente cálido... Un mentón de forma suave, nariz fina que lucía como si el mínimo golpe pudiera romperla, unas mejillas rellenas y coloradas de un rosa natural. Un rosa que se plantaba en aquellos labios atrayentes y lindos. Y sus ojos, esos malditos ojos esmeralda repletos de pestañas tan negras como el carbón, tan largas y rizadas. Literalmente, estaban describiendo también la misma cara que el chico más joven, su "cachorro", o como así lo llamaba, eran conscientes de eso. La única diferencia entre ambos eran las pupilas, el chico tenía el mismo brillo blanco en ellas que Tanjirou, sin dejar que se vieran más que cuando no había luz suficiente para reflejarse. Aquel cabello tan largo no se quedaba atrás, era maravilloso y brillante, de apariencia sedosa y abundante, medio recogido con ese adorable pompón de pelaje, que a saber de qué animal lo había sacado. Ichiro había pasado del terror absoluto de toda una vida a la admiración en apenas media hora. Se había enamorado, no literalmente. Aunque continuara siendo algo aterrador cuando se ponía un poco agresivo, ya no sentía que se iba a desmayar. Hablaba con tan poco control sobre lo que opinaba que era gracioso, mucho. Decía cosas que más de una vez habían sacado carcajadas, se comportaba un poco como un niño y no se veía extraño haciéndolo, sino que venía siendo parte de él de forma natural. Ken no podía creer que realmente pensara aquello, pero ese Pilar acababa de convertirse en su favorito, le gustaba muchísimo y había pasado mucho tiempo desde que sintió admiración hacia alguien más que no fuera el famoso Tanjirou Kamado o Haganezuka, ambos por diferentes motivos y formas. El espadachín de la bestia era otro nivel, uno muy poco profesional, tan caótico que le encantaba, aunque no lo iba a mencionar en voz alta jamás. Encontraron algunas similitudes entre "madre" e hijo en su comportamiento, y no era para extrañarse si lo había criado él también.

-¿Cómo está Himejima-san? -Tanjirou preguntó, interesado. No supo nada de él desde hacía tantos años... Era consciente de que se había retirado a una zona bastante más lejana, distanciada de la sede de los cazadores de demonios. Siempre fue un hombre solitario que adoraba la vida tranquila.

-Está bien, actualmente él cuida bonsais en el jardín y la gente los encarga. -Ichiro contestó con fluidez y una sonrisa contenta. Su timidez se disipaba cuando aquel hombre de mostraba tan cercano, como si fuera un familiar al que adoraba de toda la vida.

-Espero que no tenga muchos problemas para moverse.

-¡No! Él puede caminar con su bastón. ¡Tener una sola pierna no lo detiene, es muy fuerte! -exclamó, emocionado cada vez que hablaba de su padre adoptivo. Sabían que la ceguera para Gyomei era algo que no existía para él. Podía ver todo a través de otros sentidos. -Aunque... -su alegría menguó, comenzando a frotar sus manos bajo el kotatsu, desviando la mirada hacia su vaso de bambú. -Lo echo de menos. Llevo tres semanas sin verle... Sin volver a casa. -aquello hizo que Daiki abriera los ojos de sobremanera hacia él, confuso. Parecía ser el único sin entender por qué.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora