X. Como muerto en vida

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-Daikiiiii... Keeeen...

No podía más, los había estado llamando por varios minutos sin parar y no había ningún tipo se respuesta. Caminaba con los brazos caídos, el humor por los suelos y las pequeñas lágrimas atascadas en las esquinas de sus ojos. ¿Cómo era posible que se hubiera perdido así? Juraba que estuvo atento al camino todo el tiempo. No le solía agradar hacer misiones solo, aunque ya había alguna que otra. Se sentía con menos posibilidades cada vez que luchaba en solitario a pesar de salir victorioso en todo momento. Sus pasos eran pesados, avanzaba con miedo, parsimonia. Temía que el demonio lo encontrara a él en lugar de ser al revés. Siempre ocurría, se asustaba por ese motivo, ya que marcaba mucha diferencia en el inicio de una pelea. Ser visto lo pondría en desventaja a un ataque sorpresa, por eso necesitaba ser él quien diera con los demonios primero. A parte de evitar aquello, podía estar más tranquilo al vigilarlos y pensar antes de actuar. Fue un grito de horror lo que término haciéndole saltar en el sitio, dejando de respirar. Reconocía muy bien la voz y aquel torrente familiar tan... bestia. Era Daiki. Sonaba muy lejos, pero demasiado fuerte. Entró en pánico, comenzando a imaginarse los peores escenarios de sangre y tortura. No sabía a dónde ir, cómo llegar. Intentó utilizar su sentido del tacto a través de la tierra, pero no había nada, ni una sola vibración que pudiera percibir. Desesperado, sudando e hiperventilando, tomó un rumbo que creyó que era el correcto. Corrió como un loco con el corazón en la boca. Rezaba porque el herrero también hubiera escuchado aquello desde donde estuviera, y que dicho lugar estuviera mucho más cerca de su amigo de cabello largo. Él no era tan rápido corriendo, pero el otro sí. Si alguien podía alcanzar rápidamente al chico de los aretes, incluso estando a mayor distancia que la propia, era Ken. Se había dado cuenta en pocos vistazos que era veloz como el viento, mientras él era tan rígido como una roca. Sin embargo, a pesar de dar su mayor esfuerzo... no parecía estar cambiando de entorno. También fue rápido dándose cuenta. Tal vez no fuera físicamente, pero su cerebro funcionaba a niveles casi surrealistas. Apenas necesitó dos segundos para saber que estaba dando vueltas en el mismo lugar. O más bien, que algo le daba la vuelta al terreno y le impedía avanzar. La respuesta del por qué ocurría eso era más que evidente, la razón por la que se perdió. Se detuvo, inspeccionando el sitio que ya conocía. Frunció el ceño y se frotó la frente con hastío, reprimiendo un gruñido por haber pensado que fue su culpa separarse. Bien, no iba a poder llegar jamás a su amigo en problemas de esa forma. Debía poner un orden lógico de prioridades. Y al contrario que Ken, quien puso al joven Kamado como primera prioridad, Ichiro lo colocó en la segunda, puesto que la primera era derrotar al demonio. ¿Por qué? Porque si no lo hacía nunca saldría de allí para poder ayudarle. Debía ser lo más eficiente y analítico posible, no dejarse llevar por la desesperación de saber que Daiki podría estar en problemas gordos. Así lo decidió.

Cambió la táctica y dejó de intentar escapar. Recorrió todo el terreno del que fue capaz, despacio, atento a cualquier cosa. Caminaba con sus pies algo tensos, con el sentido del tacto concentrado en las vibraciones del suelo y la mano agarrando el mango de su espada envainada, preparado por si había un ataque sorpresa que no estaba seguro de poder esquivar o detener. Aunque se diera cuenta a tiempo de uno, su reacción física era pesada y recibiría el golpe igual. Por suerte, él era resistente y eso no le inmutaría. O al menos, no a menudo. Escuchó sonidos muy lejos. Eran leves, confusos. Tragó saliva y torció el camino hacia dicha dirección. Lo localizó, y mientras llegaba a paso lo más sigiloso posible, pensaba en qué hacer cuando lo tuviera delante, si probar el ataque sorpresa como emboscada, enfrentarse directamente o despistar su atención antes de hacer nada. A cada paso que daba, los ruidos se volvían más altos. Sonaba a húmedo, a un animal carnívoro devorando su presa. Lo peor de ello era que los demonios eran algo parecido, así que imaginaba con tremendo asco y horror que estaría comiéndose a una persona... Se llevó la mano a la boca, tratando de respirar por la nariz profundamente para disipar las náuseas y calmar los ácidos de su estómago. El simple ruido era repugnante.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora