XXIV. Peor que un demonio

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A las afueras de aquel lugar no hubo nada que pudieran resaltar, nada diferente a lo que eran unos patios y unos jardines. Sin embargo, había algo extraño en todo aquello. El hospital se había cerrado y evacuado hacia solo cuatro días, por lo que el estado de aquel edificio de tres plantas era sano y estable, o al menos así se veía desde fuera, pero... Las plantas estaban negras, muertas, marchitas, acartonadas. Debieron haberlas regado hacia esos cuatro días, que alguna se encontrara algo pocha sería normal. No obstante, directamente se rompían al mínimo roce, crujían bajo los dedos. Daiki los frotó un poco, suficiente para que la hoja de la planta se hiciera polvo a trozos entre sus yemas. El metal de las farolas que iluminaban la zona estaba tan oxidado que poseía un tono naranja que desagradaba demasiado a Ken. Ni siquiera quería tocarlo. Y qué decir de la tierra que Ichiro miraba con cada paso. Una tierra que hacía poco fue fértil y repleta de briznas ahora era grisácea, poco consistente. ¿Cómo? Lo primero que se les pasó por la cabeza era que el culpable fuera un demonio. Pero no existían rastros de alguno. O al menos, no que ellos pudieran percibir. La vista del herrero no veía el pasado, y el tacto de Ichiro no le proporcionaba recuerdos de las cosas que tocaba. No podían saberlo. Levantó la cabeza y observó fijamente una de las ventanas cerradas. Entrecerró sus ojos amarillos y frunció el ceño.

-Siento presencias... Son varias, pero... -se ganó la atención de los otros dos, quienes lo miraron con mucho interés, inquietos. -No son demonios, tampoco humanos... Ni animales...

-¿Qué? -el pelirrojo arrugó la nariz, extrañado. No dudaba de lo que el chico decía, no tenía motivos para mentir y era consciente de lo agudo que tenía el tacto.

-No sé que tipo de criaturas son, pero sus vibraciones me están poniendo muy nervioso... Son muy irregulares... -no era necesario decir que tenía ganas de marcharse y no regresar jamás a aquel lugar.

-Eso suena interesante. -no obstante, Daiki sonrió, visiblemente curioso. El más alto no mostraba el entusiasmo, pero se encontraba igual de interesado en saber qué eran y darles batalla. -Aquí fuera no hay nada, creo. Entremos.

No necesitaron demasiado tiempo para rodear el edificio y regresar a la entrada principal. Había un pequeño problema, a decir verdad. Las puertas estaban cerradas. Ninguno de ellos lo dio por hecho, en realidad. Ken empujó lo suficiente para asegurarse. Se escuchó un estruendo metálico dentro, algo caerse, y la puerta se abrió despacio, revelando un interior oscuro y con aroma fuerte a medicina y alcohol puro, como si alguien hubiera esparcido todo tipo de líquidos fisiológicos por el suelo y las paredes. Un intenso olor a hospital multiplicado por cien. Incluso para el de ojos esmeralda, quien estaba más acostumbrado a ello, era demasiado. Inmediatamente, Ichiro agarró su mano, manteniéndose lo más pegado posible al chico. Entraron a paso cauteloso, tratando de hacer el mínimo ruido. Era una suerte que la luz del exterior se filtrara por las ventanas. Otorgaba una vista bañada de blancos y azules a causa de la noche. Pasaron al lado de la recepción vacía. Entre los folios de los archivos había trozos finos de madera y hojas. Extraño. El suelo se encontraba corroído, chirriando con cada paso lento que daban. Era muy raro. Por una parte, todo estaba más o menos ordenador, pero por otra había objetos que no debían encontrarse en un hospital, como trozos de metal sin forjar esparcidos por el suelo, piedras o más corteza de árbol. No podían imaginar las caras que se les habría quedado a la policía local cuando ellos mismos se encontraban confusos. Podían sentir bajo sus pies que existía un sótano, posiblemente una morgue, como en todo hospital antiguo.

-No es muy grande, no veo necesario que nos separemos... -Ichiro murmuró con el tono tembloroso, aferrándose a la manga del abrigo de Daiki.

-De todas formas, ¿cómo cojones se supone que vamos a encontrar pistas de un demonio con tanta mierda rara repartida por todas partes?

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora