XIX. Más caliente que la fragua

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-¡ESPERA, ESPER-AAHH!

Por mucho que Ichiro gritara por piedad, Kanao no se detenía. Catorce flechas habían impactado en la valla de madera del enorme patio, clavadas. La mujer era buena con el arco, y tener un ojo ciego profundizaba la vista del otro al apuntar. Cierto era que ya no veía como antes, pero... El joven esquivó por pánico, por puro instinto de supervivencia, mas no porque realmente pudiera controlar sus movimiento. A parte, en cada tiro siempre era suavemente rozado en alguna parte del pijama. Le faltaba movilidad, estaba más que claro. Y solo así acostumbraría a su cuerpo a deslizarse, aunque fuera solo un poco. Tenía una complexión demasiado rígida y dura, había que agilizarla si no quería ser alcanzado por todos los golpes que pudieran darle. Daba igual si era resistente, una de las ideas principales de una pelea era no ser tocado por el enemigo. Arriesgarse a eso podría ponerlo de nuevo en un peligro grave, sobretodo con los ataques venenosos.

-¿No crees que es un poco... excesivo ese entrenamiento? -no podía evitarlo, Daiki estaba preocupado por si una de esas flechas provocaba un gran desastre. Al igual que Ken, mientras corrían a un trote suave un poco más allá, observaban en todo momento cómo el del mechón se retorcía como podía para esquivar aquellas cosas.

-No. -sin embargo, a diferencia del más bajo, él sonreía con malicia al presenciar la graciosa escena. No era que quisiera que Kanao dañara al otro, sino que él si tenía la vista lo suficientemente aguda como para darse cuenta de que las mujeres engañaron al chico. Esas flechas no eran reales, al menos, no la punta de estas. Como herrero, él conocía toda la variedad de armas que se podían forjar, flechas incluidas. Si una se "clavaba" en el joven de las gafas, no le haría tanto daño más que un pequeño hoyo por el impacto. Estaba seguro de que ni siquiera sangraría.

-¡¿Cómo que no?! -dirigió su mirada esmeralda al otro muchacho, clavándole con fuerza su decepción y molestia. -¡Si falla en eso volverá a la maldita camilla! ¡¿Es que no te importa?!

-Relájate, princesa. No seas tan dramas. -se burló con una sonrisa ladina y una ceja alzada, continuando la leve carrera alrededor de toda la finca, alejándose de la escena. Recibió un codazo en las costillas por parte del chico. No le afectó, no le dolió. Ni siquiera le desvió de la dirección.

-¡Princesa mis huevos!

-Ah, ¿tienes de eso? -evitó carcajearse para no romper el ritmo de la respiración.

-¡Más grandes que los tuyos! -realmente no sabía si era cierto o no, aquella vez en la que tuvo que quitarle la ropa porque el herrero estuvo inconsciente por su cabezazo evitó mirar.

-¡¿Comparamos?! -comenzaba a hinchársele la vena de la sien, pero sin perder aquella mueca burlesca.

-¡NO!

-¡Princesita cobarde!

-¡QUE TE CALLES, ZANAHORIA ESTÚPIDA! -no hacía falta recalcar lo mucho que odiaba que le cambiaran en el género a las palabras para referirse a él. Ya ni siquiera estaba centrado en correr al ritmo correcto, y tampoco en continuar. No iba a cometer el mismo error que en el pueblo al empujarle. Sus ganas de tirarlo al suelo eran intensas, la sangre le hervía y la cabeza le echaba humo. Sin dudar ni un solo segundo, se abalanzó como un loco sobre él, provocando una caída en la que no fue dañado, pues utilizó al otro como amortiguador. Sentado encima, alzó el puño con claras intenciones de estrellárselo en la cara. Antes de que pudiera bajarlo para ello, las tornas dieron el giro. Su visión se volteó. Supo a mitad del movimiento que les estaba intercambiando la posición. Pero no se dejó. Ancló una pierna al suelo y se impulsó al mismo lado hacia donde giró. Ignoraba los gruñidos del pelirrojo cobrizo y su mirada ofuscada. Volvió a la pose inicial, y se hubiera quedado ahí de no ser porque Ken tampoco quería ceder.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora