LX. La luz de mi vida

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Su vista se clavaba con dificultad en aquella cuchilla amenazante. Su cuerpo chillaba de dolor, de pánico, de desesperación. Tenía que moverse más, tenía que respirar mejor. Siempre le había costado mucho esfuerzo realizar esa técnica tan básica, pero poderosa, de los cazadores. Causaba en él sensación de ahogo, de un aumento terrible del dolor en cada herida, en cada hueso roto. No sabía si sería capaz de evitarlo, de librarse de aquel filo cuando descendiera hacia él a toda potencia. El horror reflejado en su rostro hacía reír por lo bajo a Keiichi, quien se tomaba su tiempo para mover su mortal brazo en llamas. Todo su cuerpo ardía, se había convertido a la vista en una especie de criatura de fuego, ya que era imposible ver dónde estaba su piel.

-¡Puedes ablandar y derretir el metal usando fuego, pero jamás destruirlo! -gritó con fuerza a causa del aguante que debía soportar por las profundas quemaduras. Aclaró que iba a ser imposible calcinarle debido al tipo de demonio que era, a su técnica. -¡Mientras tenga sangre en mi cuerpo no seré cenizas! -allí donde más se concentraba la cantidad de hierro, desde donde regaba el resto de su existencia y lo esparcía. Alzó un poco más el brazo, amenazante, imponente.

-¡No! ¡Ken! -Daiki continuaba peleando contra la daga que le mantenía atado al tronco. Sus manos se resbalaban del mango metálico por la sangre y el sudor. Sus esfuerzos empeoraban el sangrado de cada uno de los apuñalamientos que sufrió, mas no dudó en seguir intentándolo, cada vez más y más aterrado al ver que su amigo tenía problemas y no llegaba a dominar al cien por cien la respiración total. Veía a Keiichi a punto de hacer baja su brazo, su cuchilla ardiente, deseoso por partirle en dos. Las lágrimas de terror por la situación hicieron aparición en sus esmeraldas. -¡KEN! ¡NO, POR FAVOR, NO! -gritó a todo pulmón, a todo llanto desesperado. Sus chillidos y súplicas fueron parcialmente opacados por las duras y enloquecidas carcajadas de Keiichi, quien disfrutaba de ese sonido que Daiki emitía y del miedo de su hermano.

Sin embargo, para Ken, escuchar a su compañero de esa manera causó una reacción diferente. Oírle sufrir así, tan desgarrador, aumentó la adrenalina en su sangre, la ira y el deseo de venganza. Ya no solo por asesinar a sus padres, sino por haber hecho llorar al chico de ojos verdes. No podía permitir que volviera a dañar a un ser querido suyo, que nadie se atreviera a sacarle las lágrimas si no era por emoción o felicidad. Su llanto cargado de pánico le dio la capacidad de reforzarse de nuevo, de fortalecerse y enloquecer. Con cada grito le demostraba que le quería, y él debía hacer honor a aquello. No quiso permitir más que la agonía se comiera a Daiki. Profundizando la respiración y cargando sus músculos más allá del límite, apretó entre sus manos la katana. Mantuvo sus pupilas en constante precisión, esperando. Al momento en el que vio aquel brazo descender, peligroso, él se movilizó. De un corte de lado a lado, amputó la extremidad que amenazaba con matarle antes de que llegara a tocar su cuerpo. La situación se había tornado crítica, debía mantener la mayor atención y cautela, por lo que no dudo en tomar la ventaja para cortar por completo una de sus piernas. Keiichi no sintió dolor, el fuego que le quemaba y no le mataba era tan abrasador que cualquier otra cosa era imposible de notar. Vio que su brazo no estaba, pero no supo que su pierna tampoco hasta que estuvo en el suelo por la pérdida del equilibrio. Ken tomó el momento para darse la vuelta e ir lo más rápido posible con Daiki, quien se había callado justo en el mismo segundo en el que observó aquel brazo en llamas caer, sorprendido y aliviado. El herrero tomó sus manos más pálidas y las retiró del mango de la daga para encargarse él mismo de retirarla. De un par de fuertes tirones, el arma salió de la corteza y liberó la tela del haori. Agarró al chico más bajo por los hombros, mirándolo lo más fijamente que sus pupilas le permitían.

-Daiki, escúchame. Guarda la espada. Sé que eres consciente de que no la manejas bien y eso no es bueno, así que evita arriesgarte. -sabía que no le iba a gustar lo dicho, y no se equivocó. La confusión e indignación en el rostro del muchacho se hicieron presentes.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora