XXXI. Sin mirar atrás

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-Ken, abre la puerta.

-¡Ni muerto!

-¡No puedes encerrarte para siempre en el baño, sal!

-¡Oblígame!

-Realmente no quieres eso, podría echar la puerta abajo.

Silencio.

-¡No voy a salir! ¡No sé nada tampoco, así que no voy a decirte nada!

Ichiro suspiró frente a la puerta del cuarto de baño. Ken estuvo gritando incoherencias ahí dentro desde que salió corriendo de la habitación sin siquiera molestarse en ponerse algo que le cubriera. Tras diez minutos de insistencia, accedió a contestar, como mínimo, a lo que le decía, aunque no de la manera que deseaba.

-No entiendo a qué te estás refiriendo. Ya he dicho que solo quiero saber qué pasó mientras estaba haciendo el arroz. -necesitaba que le dijera qué había ocurrido para que reaccionara de forma tan desmesurada. Nunca antes se había comportado así estando en cueros. Eso era algo que a Ken no le avergonzaba. ¿Por qué estaba tan alterado entonces? ¿Por qué se escondía? Daba gracias a que Daiki todavía continuaba dormido. Ni con todo el escándalo se pudo conseguir que se moviera un milímetro. Era mejor así, lo que menos necesitaba era someterse a más tensiones.

-¡NO ME ACUERDO! -la puerta recibió un golpe desde dentro, tal vez un puñetazo. No tenía idea, pero lo sospechaba. Una sospecha errónea de la que no estaba seguro. Se sentía sucio, asqueroso. No por lo que conllevaba el acto que imaginaba o por la persona con la que creía que lo hizo, sino porque conocía al chico, y este jamás habría aceptado algo así, fuera con quien fuera. Le quedaba el horroroso pensamiento de que lo forzó. Que lo obligó muy fácilmente debido a la escasa resistencia que el otro pudo haber ejercido. Le dolía el pecho a niveles surrealistas, una sensación ya conocida para él, aunque no por ello menos insoportable. Le masacraba las entrañas tan solo pensar que le hizo ese tipo de daño.

-Si no te acordaras no tendría sentido que... -escuchó el sonido de la madera rozada, pasos arrastrándose. Giró la cabeza por encima del hombro. Encontró un rostro adormilado, unos ojos aturdidos y entrecerrados, y un cabello despeinado, desastroso. -¡Ah, Daiki! -percibió en su piel los temblores efímeros del otro a través de la puerta. -Necesito tu ayuda, Ken regresó a la normalidad y no quiere salir del baño...

Las cejas de tono violeta se alzaron ligeramente. El joven terminó de acercarse hasta el lado de su amigo. No le tomó por sorpresa. Al igual que Ichiro, era consciente de que el antídoto funcionaría.

-¿Ken? -pronunció dudoso, con la voz pastosa y ronca. El hecho de que el pelirrojo se escondiera así era extraño. Esperó por una respuesta que no llegó. No obstante, fue paciente con él. -¿Te encuentras mal? -silencio. -¿Es por cómo te comportabas?

-¡No lo sé! -al fin, una respuesta. No importaba si era gritada. -¡No sé lo que he hecho, no recuerdo nada!

Extrañamente, su tono se les hacía tembloroso a pesar de ser fuerte, como si en cualquier momento se fuera a romper la nota de sus palabras.

-Ni siquiera hemos tenido tiempo de explicarte. -replicó Ichiro. -Tienes que calmarte.

-¡No voy a calmarme habiendo visto esas marcas moradas!

Por un momento, los otros dos no supieron de qué hablaba. No hasta que el de gafas observó el cuello de su amigo y desvió la cabeza con prisa, avergonzado, acalorado. Daiki solo presiono los labios, inquieto.

-Eso... -pronunció el de ojos amarillos, incapaz de mantener la mirada al frente o al otro lado. -Eso es mi culpa, lo siento... -podía entender ahora que Ken estuviera incómodo viendo las manchas en aquella piel. Eso creía. Hubo un silencio pesado de dos segundos hasta que el herrero lo quebró, abriendo la puerta y quedándose quieto, mirando con una mueca extraña al chico que confesó. Confusión, impresión, decepción, sorpresa, incredulidad. No fue él mismo entonces, sino...

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora