XVII. De amistad a noviazgo. De noviazgo a matrimonio

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Se había retrasado una semana por el pequeño accidente con los puntos de sutura, eso estaba claro. Pero no era nada del otro mundo, aquel tipo de cosas no eran extrañas. Lo que sí lo era... El hecho de ser sonámbulo. O eso creían. Cuando Daiki pudo volver a la enfermería de forma definitiva colocaron a uno de los kakushi como vigilante nocturno de los pasillos por si algo ocurría. Y sobretodo que resguardara las ventanas y las puertas. No obstante, el chico pareció no volver a levantarse a mitad de la noche, tampoco a tener pesadillas. Y Tanjirou tampoco, o al menos no la misma. Había algún que otro sueño raro en el que el chico, sin saber que era él mismo, sin reconocerse, le pedía a su padre que lo matara. No fue como aquella vez. Realmente sabía que era un sueño porque, a la par, sentía el colchón, como si estuviera medio consciente, aunque sin ser capaz de reaccionar a nada exterior. Eran sueños que le parecían estúpidos. ¿Por qué querría que su padre lo matara? Qué idiotez. Si era porque su humor estaba depresivo entonces suponía que con un poco de terapia se pasaría. Pero ni siquiera estaba deprimido, no se sentía como tal. Tampoco iba a darle demasiadas vueltas a la cabeza, solo eran sueños y estaba todo bien ahora. O eso era lo que le hubiera gustado... A medida que él se iba encontrando mejor, que Ken comenzaba a cicatrizar su piel como si nunca se hubiera despellejado, Ichiro daba marcha atrás. Bueno, no en realidad. Él iba sanando poco a poco al igual que ellos, pero para él dicho proceso era más y más doloroso cada día debido a los cambios físicos, a la deformidad que debía regresar a su lugar. Sus ojos dolían, sus manos también, su cabeza, su mentón, sus encías... Allí donde hubo transformación. Lo estaba pasando fatal y no había calmante que pudiera ayudarle.  Daiki era quien se levantaba de su propia cama, arriesgándose a abrirse de nuevo la herida, pero para él era más importante su amigo que eso. Llegaba siempre hasta la cama ajena y se sentaba a acariciarlo, a mimarlo para disipar un poco su sufrimiento. A veces se metía con él bajo las sábanas cuando el otro tenía demasiado frío, y le abanicaba cuando le subía la temperatura. Su cuerpo estaba siempre en completo cambio de todo, afectado por el antídoto que ya empezaba a comerse el veneno. Ken no llegan a tan lejos con esas cosas, tampoco tenía mucha idea de cómo tratar a alguien así, así que solo se quedaba presente en su propia cama a menos que el de cabello largo le pidiera algo para Ichiro. Así como este estuvo varios días atento al joven de ojos verdes durante todas las horas diurnas, ahora era él quien le devolvía el trato, ayudándolo a comer, haciendo más amenos sus ratos, contándole todo tipo de cosas que se le pasaban por la cabeza, dándole cariño físico y placentero tanto como emocional. Pero el pobre muchacho tenía que repartirse entre dos, puesto que cada vez que pasaba demasiado rato cuidando del chico con mechón blanco el herrero se hundía cada vez más en esa depresión de culpa. Tenía que pausar su deber con Ichiro y acompañar al otro, solo que se ahorraba el contacto físico demasiado pegajoso, sabía que no le gustaban los abrazos, ni que le tocaran en exceso. Nunca se lo permitió. Por suerte, podía cogerle de las manos o acercarse un poco más de lo normal a pesar de las primeras quejas que solo eran causadas por la nula costumbre. Daiki no se cansaba, puesto que iba de cama en cama y su único problema eran las heridas que ya parecían no necesitar los puntos, pero se los dejaron un poco más por prevenir. Una vez que mejoró hasta ahí, sus padres pudieron volver a respirar tranquilos y retomar su importante trabajo, no sin antes despedirse con tantos besos que el chico creyó que le habían dejado las mejillas dormidas. Todavía lo veían como en el día en que nació, tan pequeño, frágil y lindo. No importaba si ya tenía 15 años, la edad en la que se conocieron, siempre sería su bebé por toda la eternidad.

Y como el resto de días, aquel no fue diferente. Había estado tres horas seguidas con Ichiro a partir del momento en el que se despertaron aquella mañana y hasta que el pobre muchacho cayó dormido por pasar mala noche a causa de las fiebres y los dolores del antídoto. Daiki estaba algo cansado de la situación, no por su amigo, sino porque odiaba verlo sufrir tanto. Le quitaba las energías y el humor, pero debía mantenerlos por Ken, porque él no estaba bien del todo todavía. Iba recuperando su actitud, pero no había terminado. Tan vez su amigo del mechón blanco tenía razón y el herrero no tenía intenciones de regresar a ser él mismo hasta que el de ojos esmeralda estuviera completamente curado de sus heridas. Tras dejar la cama de uno, caminó con calma hacia la del más mayor de los tres, quien solo se mantenía con la espalda recostada en el cabecero, usando la almohada, y de brazos cruzados. Parecía estar esperándolo, y también con un humor algo... irritable. El chico se sentó en el borde y subió una rodilla.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora