LXI. Cuatro meses

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El peso del ambiente era sofocante, el aire escaseaba de una manera fantasiosa e irreal. Respirar se había convertido en un esfuerzo. El sonido agudo de sus pulmones era agudo, leve. Por suerte, a medida que transcurrían los agotadores segundos la presión se levantaba, aligeraba su torso y liberaba todo aquello que le mantenía ahogado. Poco a poco, sin prisas, ligeramente mareado, aturdido, comenzó a abrir sus ojos color limón. Escuchaba palabras, voces conocidas, pero aún se encontraba demasiado adormilado para entender el lenguaje. Despacio, su cerebro se activaba para volver a servirle. Reconocía aquella voz masculina, grave. Intentó despegar sus párpados, aclarar sus pupilas. Se dio cuenta de que sus lentes estaban ahí todavía. No entendía qué había pasado, en que momento se fue a dormir.

-¡Di algo, haz un gesto!

De nuevo, aquel tono tan alto y ruidoso, masculino. No cabía duda. Era imposible equivocarse. Era el Pilar de la Bestia. Sin estar totalmente consciente de su entorno, se alegro internamente por tal compañía, sin importar si en algún momento le tuvo miedo. Trató de incorporarse, notando en aquel momento el apoyo mullido y esponjoso de un colchón muy amplio.

-¡Dios mío, qué alivio!

Una segunda voz le llamó la atención, totalmente diferente. Era una mujer, y a juzgar por su tono y su timbre revelaba una preocupación genuina, tal vez dejando entrever un instinto maternal dulce. Su vista se acostumbró a la luz que se filtraba a traves de unas grandes ventanas con rejas decorativas en el exterior, artísticas y de un profundo color negro. Vio entonces el rostro agraciado de aquel hombre, tan exacto al de su amigo. Sin embargo, parecía ligeramente golpeado, no lo suficiente como para saber si se había tropezado o peleado. Su vista viró hacia aquella dama de hermosos ojos rosados, similares a los de Tanjiro, y un moño despeinado de cabello oscuro. Parecía no haberse peinado en mucho tiempo. Los rostros de ambos parecían haber sufrido la mella del cansancio, tal vez de las lágrimas en el caso de ella. Y en sus brazos delgados, sostenía y abrazaba a una niña rubia de la que reconocía el cabello. Era imposible equivocarse con tal pista. Debían ser la tía y la prima de Daiki, sin duda. Notaba aquellos grandes ojos rosas mirarle con ligero miedo, desconfianza, mientras sus manitas se aferraban a la ropa de la mujer. Fue cuando le devolvió la mirada que la pequeña de 11 años la apartó. Comprendiendo su incomodidad, decidió empezar a inspeccionar aquel lugar. Era una amplia habitación, lujosa, limpia. Tenía todo lo que un cuarto podría tener, incluyendo una puerta entreabierta hacia un baño igual de pulcro. Existía un tocador, un armario, dos camas grandes, un baúl, una librería casi vacía y un suelo con alfombras de terciopelo rojo. No obstante, el estado de ellos era como si no tuvieran nada. Tal vez todo estaba vacío.

-¿Dónde...?

-No lo sé. -Inosuke se adelantó. Ni siquiera ellos sabían dónde estaban. -Llevamos aquí encerrados mucho tiempo. -su tono agresivo comenzó a florecer.

-Inosuke... Cálmate... -ella le puso la mano en el hombro para calmarlo y miró al chico. -No quiero que vuelvas a intentar tirar la puerta abajo, ya estás demasiado golpeado por eso. -en respuesta se escuchó un profundo gruñido.

-Michiro, ¿verdad? -al salvaje no le quedó de otra que obedecer y esquivar el tema. El muchacho pestañeo varias veces por la manera en la que le había llamado. Son embargo, ya sabía por boca de Daiki que él era muy complicado para los nombres.

-Ichiro, pero sí... -se frotó la cabeza y tanteó en su cuero cabelludo con los dedos, buscando posibles heridas. No encontró ninguna.

-Tú eres uno de los amigos de Daiki, ¿cierto? Soy Nezuko, me alegra mucho conocerte aunque no sea en las mejores circunstancias. -su porte pobre era melancólico por la sonrisa que portaba y la tristeza que emanaba. -Ella es Fujiko, mi hija. -bajó la mirada hacia la niña escondida en su pecho y acarició su cabeza.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora