L. Sierva de la diosa

215 20 38
                                    

No le gustó. Ver aquellos ojos tan muertos fue como una puñalada directa al pecho. Era desagradable la sensación de extraña culpa que comenzaba a cubrirle la existencia. Lo peor era que recibía una mirada jamás vista. Una mirada cargada de dulzura tóxica, de admiración oscura. No era él. Esa persona no era el herrero que conocía. Era aterrador, le inspiraba miedo, le temía, como si en cualquier momento pudiera lanzarse sobre él y llevarse por la fuerza todo lo que mantenía puro su cuerpo.

-¿K-Ken?... -pasó la mano dos veces por delante de sus pupilas oscuras. Estas no se movieron, se mantenían fijas en las propias, ignorando el movimiento. Estuvo a punto de retirarla, pero fue muy tarde. El herrero la había tomado por sorpresa. Impactado e inquieto, Daiki observó sus actos, cómo el otro le guiaba la mano hasta sus labios y besaba su dorso con delicadeza. No pudo evitarlo, el rojo regresó a cubrir gran parte de sus pómulos y nariz, y el calor que creyó haber controlado subió de golpe por un segundo.

Funcionaba. La sustancia bermellón que usaba de labial funcionaba. Tal vez demasiado bien para que le agradase tener al joven pelirrojo bajo su control, metido en un enamoramiento forzado, severo y falso. No le gustaba cómo se comportaba. Bueno, más bien, no le gustaba que estuviera bajo un influjo mental. Debido a que no dijo nada contra sus actos, Ken continuó con su limitada libertad, dejando otro beso, ahora en su muñeca. Y otro en su antebrazo. Subía por la longitud de su brazo con cada uno, causándole escalofríos en la espalda, cosquillas en el vientre. Quería decirle que parara, pero estaba atontado y sorprendido por aquella manera de comportamiento. Comenzó a ponerse rígido cuando aquellos labios llegaron a la cara interna de su codo y continuaron subiendo, toque a toque. Daiki tartamudeo buscando las sílabas para detenerle hasta que cualquier indicio de voz se ahogó. No era capaz de pararle físicamente tampoco. El herrero dio un salto del brazo al cuello debido al kimono. Daiki jadeó leve cuando sintió el contacto de los labios y la lengua, aumentando el rojo del rostro y el calor en cada célula del cuerpo. Era lo mismo que le había pedido a Ichiro antes, pero al mismo tiempo no. El ambiente estaba demasiado caldeado para él, los movimientos de aquella boca en su piel no parecían buscar un masaje inocente como su otro amigo hacía. No sabía describirlo, era sofocante y excitante. Tal vez hubiera permitido que continuara si no fuera porque su bajo vientre comenzaba a darle alertas, avisos sobre la tensión que se acumulaba en dicha zona. Un poco desesperado, sacó el valor para empujarlo un poco de la cercanía.

-P-para... -pronunció tartamudeando, casi inentendible. Hizo contacto visual con él. Vio esa sonrisa extraña y débil, tan "dulce" que era bizarra. Ken tomó distancia y regresó a su posición, dejando un último beso de nuevo en la mano más pálida y dejándola ir. -¿E-estás bien?... -era tan raro verle con una cara que no era ruda...

-Estoy bien. -contestó casi de forma automática, con un filro diferente, casi suave. Su voz no era la misma. Era grave, como siempre, y sonaba a él, pero el tono no. Era... demasiado tranquilo, sin una pizca de energía explosiva, amable. Había que decirlo, se escuchaba diferente, pero no era para nada desagradable, al contrario, era incitante, tal vez sensual.

El otro estuvo a punto de contestar, ya más relajado por la distancia y con un tono de piel menos ruborizado, pero la puerta se abrió entonces, dejando ver a Ichiro en un mejor estado, más decidido. El simple hecho de que el herrero no le prestara atención y siguiera mirando al de ojos verdes fue demasiado sospechoso. No podía ver bien sin sus gafas, pero tampoco estaba ciego o algo así.

-¿Has... probado con él? -le costó un poco creerlo, pero tenía lógica. Él los dejó tirados por el pánico y les habría hecho perder el tiempo en caso de esperarle.

-Sí... -no supo por qué, pero ahora se sentía inquieto. -¿Estás molesto por eso?...

Ichiro parpadeó un par de veces. ¿Estaba molesto? No. Creía que no. No estaba enfadado, aunque... Había algo que le causaba un poco de rechazo a la idea, una picazón desagradable en el pecho. De todas formas, ignoró eso. No quiso darle demasiadas vueltas al asunto, principalmente porque debían hacerlo por obligación para continuar con el plan sólido.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora