XVI. ¿Amistad, amor u obsesión?

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No podía más. Una noche había sido suficiente para sentir que estaba en el infierno otra vez. Dolía tanto que había pasado toda la noche gimiendo y llorando de dolor a tal punto que tuvo que ser trasladado de nuevo a la habitación de la que salió hacía poco. Fue por petición propia, no deseaba que sus amigos pasaran una mala noche despiertos por sus quejidos. La herida lo estaba matando, el calmante no fue suficiente. Se sentía como el momento en el que se le habían cosido la primera vez, con todo el sufrimiento sobre él. Por mucho que sus intenciones fueran no molestar a sus compañeros, estos ya no volvieron a pegar ojo. Ichiro no dejó de pensar en él, en lo mal que lo estaba pasando, en que lo único que quería era estar a su lado, tomándole la mano, brindándole su apoyo, hacerle saber que estaría presente sin importar la situación, que no volvería a dejarlo solo. Pero no se lo permitieron. En cuanto a Ken, tampoco durmió nada aquella noche. El sentimiento de culpa explotó de tal manera cuando el grito del chico resonó que solo deseaba disculparse una y otra vez, golpearse a sí mismo hasta sangrar, insultándose incluso si ya le habían hecho entender un poco que él no era el causante del estado de su amigo. Aun así, sentía que había traicionado la confianza de Kamado, Hashibira y la de Daiki al no llegar a la pelea a tiempo. Continuaba pensando que si no hubiera sido por eso él estaría bien ahora. Por ello consideraba que era el único culpable. Y era horroroso sentir que por su error hizo tanto daño a una familia. Ahora el de cabello largo necesitaría una semana más para curarse. Una semana más añadida al tiempo que le habían dado.

Solo pudo ser a la mañana siguiente cuando el joven pudo dormir, cuando su dolor menguó en comparación con la noche. Una de las mellizas, Sumi, en su turno de limpieza, vio que la sangre seca salpicaba por la ventana de la enfermería. Sus ojos viajaron con el ceño fruncido hacia el jardín, donde goteaba en cantidades considerables. Era evidente a quién pertenecía por lo que había ocurrido. ¿A quién se le pasaría por la cabeza salir por la ventana en su estado, de noche?... Salió del edificio y caminó hacia el lugar, comenzando a seguir el rastro, desconfiada. Las manchas se terminaban frente a un muro. Alzó la cabeza y acabó frente a otra ventana abierta. Se asomó hacia el interior. Si no se equivocaba, era el cuarto de Tanjirou e Inosuke. Desde ahí, gracias a la luz, pudo cerciorarse de que el color rojo oscuro y seco se arrastraba hasta debajo de la cama... Y no parecía haber salido de ahí a menos que repitiera el mismo recorrido sobre sus pasos para regresar fuera. Para ella, que tenía sus conocimientos puros sobre el muchacho, lo más evidente era que había salido hasta la habitación de sus padres por el jardín. ¿Para qué? ¿Realmente fue necesario hacer aquello en lugar de solo caminar por los pasillos? Aunque tal vez temió despertar a alguien. Sin embargo, no parecía que el niño supiera nada, no al menos cuando supo por las palabras de Aoi que él estaba metido en la cama cuando gritó. Tal vez era sonámbulo. Eso tenía sentido, y una herida fresca como la suya podía abrirse con cualquier movimiento tonto. Suspiró un poco y volvió sobre sus pasos para continuar con su trabajo, sumando que tendría que limpiar un poco más fuerte las manchas de sangre seca. El problema sería el césped. Cuando terminara informaría a las dos mujeres de que el chico tenía pinta de ser sonámbulo. Tendrían que cerrar las ventanas y las puertas con seguro durante las noches para que no caminara sin rumbo en un lugar que él no conocía de memoria, eso podía llevarlo a hacerse daño.

Los tres adolescentes no fueron los únicos en no pegar ojo, Tanjirou e Inosuke tampoco lo hicieron. Pasaron todas las horas nocturnas sentados, cada uno en un lateral de la cama de su hijo, despiertos, vigilantes a cualquier cosa, tratando de calmar por todos los medios los gemidos débiles de dolor que Daiki estuvo murmurando todo el tiempo hasta el amanecer. No fue hasta ese momento que cayó dormido por agotamiento. No obstante, apenas fueron dos horas de sueño. Le dolía. Menos, pero le dolía. No se quejaba, ya no tenía fuerza alguna para ello y las ojeras profundas y los ojos vacíos obviaban el hecho de cuán cansado estaba.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora