LV. Brillos nocturnos

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Su cuerpo se tensó, tan rígido como una piedra. Dejó de respirar para poder escuchar. Se mantuvo quieto, tanto que podría fundirse con la tierra. Daiki estuvo caminando por horas desde que abandonó aquella madrugada el pueblo marítimo. Horas en las que se movió a un ritmo lento para no agotarse tan pronto, pero continuo, sin pausa, lo que le llevó a alejarse bastante. La noche no estaba siendo diferente, no paró ni un miserable segundo a descansar. El cansancio ya estaba estrangulándolo, necesitaba sentarse, como mínimo, pero no quería ceder. Creía que apenas habían pasado treinta minutos desde que se cruzó con aquella chica. Se equivocaba, transcurrieron cuatro horas. Le pareció una persona amable y fácil de tratar. Aunque hubo algo que lo dejó un poco desquiciado. ¿Desde hacía cuánto tiempo ella llevaba observándolo desde las sombras? Rini dijo eso, que le miraba desde lejos... No le gustaba demasiado pensar que ella estuviera interesada en él de "esa" manera si ni siquiera se conocían de verdad. Sacudió ligeramente la cabeza, dejando las tonterías de lado. Ahora mismo el muchacho no estaba para pensar en otra cosa que en saber si algo lo estaba acechando. Se sentía inquieto, que no estaba solo. Y por primera vez en mucho tiempo deseó estarlo. Respiraba lo más despacio posible, evitando generar todo ruido. Había escuchado algo que no parecía haber sido el movimiento de las hojas o los pájaros. Se detuvo por segunda vez en su camino, clavando los pies. Sus ojos viajaban hacia todas sus direcciones, asustados. Y tras unos largos segundos de pequeña agonía, se llevó la mano a la frente y suspiró. Pensó que era estúpido por haberse acojonado con un ruido así, siendo consciente de que estaba en un bosque donde habría muchísimos animales pequeños. No obstante, cuando quiso dar un paso, lo escuchó de nuevo. Y esta vez, logró vislumbrar a su izquierda algo morado moverse. Los animales no eran de color morado... Giró la cabeza, angustiado. Era en aquel árbol que tenía al lado. El tronco poseía un agujero oscuro y profundo, un tronco hueco. Tragó saliva con dureza y colocó la mano en la empuñadura de su espada, preparado para enfrentar cualquier amenaza. Se acercó un paso. Dos pasos. Tres pasos, fue todo lo que dio. Una cabeza pequeña de un color que no sabía describir se asomó. Vio esos ojos. Unos ojos enormes y lilas que lo miraban, y un par de extrañas antenas gruesas que parecían orejas. ¿Qué rayos era eso? Parecía un bicho, pero estaba seguro de que no lo era. Los insectos no eran tan grandes... Era un demonio, entonces. Uno muy raro que trataba de jugar sucio con él para engañarle y pillarle desprevenido. Aquella cabecita apenas se inclinó hacia un lado y Daiki desenvainó la espada lo más rápido que pudo, desesperado. El miedo en su cuerpo podía olerse, escucharse y verse. El roce metálico de la hoja al ser sacada y la apariencia afilada hizo al insecto emitir un chillido muy pequeño y esconderse por completo en aquel agujero, cosa que le aturdió lo suficiente como para dudar. El agarre en su espada ya no era confiado y su expresión se torno extrañada, confusa. Se asomó un poco más. Logró vislumbrar sus temblores y oír esos débiles chillidos de miedo, similares a lloriqueos. No podía creer que fuera en serio, pero no parecía una trampa o algo parecido. Aun así, dudoso, bajó despacio el arma y sin hacer ruido alguno la envainó. Debía admitir que aquella cosa era bastante tierna y adorable. Tragó saliva con dureza, y sin estar muy seguro de lo que iba a hacer, metió la mano en el agujero, despacio. Su brazo era tragado lentamente por el árbol. Fue solo un toque, un mínimo roce sobre una de esas antenas brillantes y gruesas. Aquel bicho dio un leve salto y un chillido, cosa que asustó un poco al chico y le hizo retirarse unos centímetros por precaución. Sin embargo, a los pocos segundos repitió el gesto, esta vez con aquellos ojos mirándole con temor. Despacio, terminó plantando la mano sobre aquella cabeza. El pequeño lo observaba confundido, y después con una expresión que no sabría describir. Tal vez de placer, o de gusto. Lo que sí estaba viendo era que el mismo insecto regordete estaba frotándose contra su mano, cerrando sus grandes ojos. No parecía peligroso, y se alivió bastante por ello. Suspiró y se permitió seguir acariciándolo por un minuto. Pero no podía perder más el tiempo, debía encontrar refugio antes de que algún demonio lo encontrara. Retirar el brazo del agujero y sacarlo dejó a la oruga inquieta. Daiki no tardó en darse media vuelta, un poco más animado por el tierno encuentro. Apenas dio dos pasos y sintió algo enroscado a su tobillo. Nada más bajas la mirada lo vio. Había salido del árbol para enganchar a su pie. Parpadeó, nervioso, sin saber exactamente qué hacer.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora