LII. Defectuoso

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Una pesadilla, eso era lo que parecía. Había un vacío entre unos acontecimientos y otros. Podía sentir la comodidad, la suavidad y el calor. Su cuerpo percibía la seguridad de algo esponjoso y atinó a adivinar que se trataba de una cama. Sus párpados se negaban a abrirse, se encontraba en un limbo, libre de cualquier peso, de preocupaciones, de presencias. El descanso le reparaba cada célula, despacio. Veía su sonrisa, escuchaba su voz carcajearse, le iluminaban sus hermosos ojos. La imagen se hacía poco a poco más interpretable. Sabía quién era, pero al mismo tiempo no. Quería más. Anhelaba verlo entero, deleitarse con esa apariencia misteriosa y conocida. Hasta que, a medida que su consciencia regresaba, comenzó a sentir dolor en su abdomen. La maravilla se resquebrajó y los cristales de su cielo personal volaron por todas partes. El paraíso no regresó, fue sustituido por silencio y oscuridad. Una oscuridad que comenzó a disiparse en cuanto abrió los ojos. Le costó, pero pudo vislumbrar el techo de madera y una bombilla un poco más allá, tal vez en el centro del lugar. Se frotó el ojo izquierdo y giró la cabeza, despacio, sobre la almohada. Alcanzó sus gafas en una mesita y se las puso para poder ver mejor. Ken estaba ahí, sentado en una silla. Su postura... no era buena. Y sus vibraciones tampoco. Lo veía inclinado hacia delante, apoyando los codos en las rodillas y tapándose la cara con las manos, dejando caer en ellas el peso de la cabeza. Jamás había visto a su amigo en tal pose de angustia. Más allá de él fue capaz de vislumbrar otra cama. Su vista se agudizó todavía más, todo lo que sus retinas dañadas le permitían. Era Daiki, estaba arropado hasta el cuello. No se veía mal, su expresión era tranquila, durmiente. Eso hizo que su pecho se relajara, pero por poco tiempo. Los flashes de recuerdos atacaron su cerebro entonces con imágenes y palabras rápidas sobre lo recién vivido; la discusión de cómo ejecutarían el plan, los besos, la gruta, la demonio y... El rumbo de sus pensamientos se interrumpió por el sonido de la puerta. Sus pupilas viajaron hacia esta y recorrieron de arriba a abajo a una anciana muy ancha, pero baja. Ella cerró con mucha parsimonia y observó a los chicos. Ichiro quiso sentarse, pero el dolor agudo en su vientre le impidió siquiera tensarlo para hacerlo.

-Estás despierto, es una buena noticia. -hablaba lento, y aun así, era agradable oírla. Únicamente por respeto, Ken se irguió sobre el asiento, destapando su rostro. Si el azabache tuviera que escoger una palabra para describirlo ahora que podía verlo sería... moribundo, como si fuera el último soldado vivo en el campo de batalla en ruinas tras una guerra. -Ha sido una suerte que unos vecinos escucharan el derrumbe de las rocas desde sus casas... Si hubieran tardado más las piedras os habrían aplastado. -caminó con pasos muy pequeños hacia el centró de la habitación. -Soy Yaba, la dueña de la posada. He traído vuestras pertenencias del otro cuarto para que las tengáis cerca. -ahora que Ichiro se fijaba, la decoración era la misma que la de la posada. Suponía que estaban en una sala apartada de la zona de enfermería. -Te pondrás bien, jovencito. Esa flecha no dañó nada importante y no perdiste tanta sangre como para que sea grave. Pero no debes moverte o se te saldrán los puntos de sutura. -su sonrisa arrugada se desvaneció al momento de mirar la otra cama. -Vuestro amigo deberá quedarse por un tiempo aquí... No sé si se debió a causa de una roca, pero su brazo está hecho trizas y necesitará más de una operación para reconstruirlo... Tampoco podrá caminar, sus gemelos están rasgados. Debió de haber hecho mucho esfuerzo para correr, imagino que para salir de la gruta... -volvió a mirar a los dos jóvenes, sonriendo de nuevo y ajena a la verdad. -Me he tomado la libertad de cortarle las uñas, espero que no le vaya a molestar... -dejó escapar una suave risa. -A algunas personas les gusta dejarlas crecer bastante, pero creo que él las descuidó de más. -ninguno de los chicos dijo nada, acto que hizo perder la normalidad a la anciana. -Sé que no ha sido un derrumbe normal. Sois cazadores de demonios, ¿verdad? -fue en ese momento cuando ambos la miraron, aunque Ken no estaba sorprendido, estaba vistiendo el uniforme ahora. -Gracias. Pocos sabemos que ese demonio era quien se estaba comiendo a nuestros hombres...

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora