XXXV. Rosa pálido

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-Ken... -su voz pesada y cansada resonó en el aire de la habitacion cerrada, dejando una leve reverberación tras de sí.

-Mmh. -de forma inmediata, los ya estables ojos turquesa se le posaron encima. Desde que comenzó a recuperar su coordinación y equilibrio, el herrero había estado muy atento y sospechosamente suave con él, tal vez porque continuaba enfermo. Apenas habían pasado tres días desde la última vez que el pelirrojo tuvo que ser ayudado a caminar y su dolor de cabeza menguó de forma considerable.

-Llevas media hora ahí... -no tenía otro entretenimiento, había estado contando los minutos desde que terminaron de comer. Ichiro no podía quedarse quieto sin ayudar a la mujer como agradecimiento por todo lo que hacía por ellos, incluso si era su "obligación" por pertenecer al blasón de glicinias, por eso se había ofrecido para limpiar con ella los platos y vasos que usaron. Teniendo a Ken en mejor estado, confiaba en que podría ser de apoyo para Daiki. -¿No te duele la cabeza?... -lo preguntaba porque había estado demasiado tiempo con el cuello hacia delante, haciendo algo con el filo violeta de su espada. El otro alzó una ceja y mostró una sonrisa socarrona.

-¿Te preocupas por mí, lagarta? -el tono burlesco fue notorio. Al no recibir más respuesta que aquella mirada entrecerrada y apagada borró su mueca y adquirió una seria. -No, no duele. Estoy bien. -aunque el vendaje no se había retirado aún, por proteger la herida el máximo tiempo posible. -¿Por qué? ¿Qué quieres? -se notaba el cambio de actitud, la manera en la que intentaba hablar más bajo, menos ofensivo. Y lo seguiría haciendo hasta asegurarse de que el otro estaba recuperado. Era la primera vez que le veía enfermo de verdad y no le gustaba, le angustiaba, le hacía sentir miedo con razón aparente, como si pudiera empeorar de un minuto a otro y desaparecer. Estaba seguro, si Daiki se iba, él iría detrás.

-No, nada... -cerró los ojos, dejando que el aire excesivamente caliente se expulsara por su boca. -Solo era eso... -pero la mirada de Ken era tan fuerte que podía notar como le penetraba hasta los huesos, sintiéndose tan vigilado que incomodaba. -Es que... -continuó, forzado. -Te esfuerzas demasiado en eso... -en la espada. Y se suponía que estaban ahí para recuperarse, descansar, despejarse.

-¿Qué clase de herrero inútil sería si no me encargara de la espada de mi espadachín? -alzó una ceja, ligeramente ofendido.

-Pero no está dañada...

-No, pero es mi deber amoldar la espada a tus capacidades para que esté a la altura de lo que haces. Un momento, ¿Daiki había oído exactamente eso? ¿Qué se suponía que significaba? Su espada ya era buena, aunque según el pelirrojo cobrizo, o más bien, la elección de sus palabras... ¿Le estaba diciendo que su arma, una que ya había reparado y mejorado una vez, acababa de quedarse obsoleta, por debajo de sus capacidades? -¡Y no, antes de que pienses idioteces, no estoy diciendo que seas fuerte! -giró la cabeza de golpe, de nuevo hacia su trabajo, pareciendo huir de su atención. -Tengo que recubrir mejor esto para que soporte mejor ese fuego tuyo, ¿entiendes?

-Sí, pero... Date un descanso... -pronunció casi en susurros.

-Los herreros no descansan.

-Ken... -el tono que utilizó fue tan suplicante que el otro no pudo ignorarlo como le hubiera gustado. Quería hacerlo, pero era difícil pelear contra algo dicho de esa manera. Había agarrado el mango de la espada con demasiada fuerza y presionaba la mandíbula.

-Vale. -gruñó derrotado. -Pero solo un rato, esto es trabajo. -se levantó y tomó el termómetro del escritorio que tenía cerca. En su opinión, llevaban un largo rato sin controlarle la temperatura. Se acercó y se arrodilló a un lado, dejando las rodillas clavadas en el futón y los pies en el tatami. -Abre. -ordenó que abriera la boca e introdujo el objeto cuando lo hizo. Se cruzó de brazos y esperó, viendo cómo desde el inició aquellos párpados decorados por largas pestañas tupidas se habían cerrado. Tomó una respiración más profunda de lo normal y se mantuvo en silencio hasta que retiró el termómetro que marcaba 38,8°. Mal, muy mal. Llevaba cerca de dos semanas en el mismo estado, con los mismos grados. Frunció los labios en disgusto. No lo expresaba demasiado, su fuerte no era mostrar algunas emociones, pero estaba mucho más preocupado que los días anteriores, angustiado. Tal vez... un baño tibio pudiera ayudar.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora