II. Odioso

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Si pudieran pasarían el resto de sus días de aquella manera. El pasto acolchado y fresco se sentía como las nubes que observaban, a las que sacaban formas y figuras con la imaginación. La suave brisa era maravillosa sobre sus pieles, acariciando cada fino vello. El delicado aroma a flores limpiaba sus pulmones como un aire medicinal capaz de curar cualquier enfermedad. la tranquilidad y la belleza los rodeaba, los protegía de cualquier cosa. La luz del sol, más sutil en intensidad aquel día, daba pequeños golpes en las telas de sus ropas, sin sofocarlos. Señalaban al cielo, brillante y luminoso, jugando a crear objetos y criaturas con aquellos algodones blancos que flotaban sin peso alguno. Desde el más diminuto ratón hasta la casa más grande. Criaturas inventadas incluso. No necesitaban nada más para reír juntos, para disfrutar. Lo más simple frente a sus ojo era suficiente. El silencio solo se rompía por sus carcajadas, por sus adivinanzas, por sus comentarios, por sus bromas. Una situación magnífica para el corazón sensible de ambos, un bello momento roto por los graznidos de un ave Ambos chicos se mantuvieron callados. Ichiro se sentó, dejando de estar recostado, y alzó suavemente el brazo ante la presencia de su cuervo blanco. El animal se posó en este y habló con más soltura.

-¡Diríjanse al sureste! ¡Al sureste! -repitió, agitando las alas y alzando de nuevo el vuelo sobre sus cabezas.

-¿Te vas?...

El chico del mechón blanco ladeó la cabeza en dirección a su amigo, viéndolo ahora sentado de la misma manera. Su bonito rostro afligido y triste le estrujó por completo el pecho. pero antes de que su boca funcionara, sus neuronas trabajaban con eficiencia. Alzó la cabeza y vio al ave sobrevolarles, esperando.

-Sí, pero creo que también te dice a ti. -no lo sabía con exactitud, pero si había escuchado bien, su cuervo dijo "diríjanse". Las muecas cuestionaban aquello, dudando. Verde y amarillo se encontraron entonces, preguntándose mutuamente la cuestión. El pájaro repitió una segunda vez, añadiendo como novedad los nombres de ambos. Tardaron en reaccionar, sin saber del todo qué hacer o cómo comenzar. Era una situación de lo más extraña, pero... -¡Ah, no hace falta que vengas si no quieres! -agitó las manos, nervioso. -Digo... Al ser mi cuervo me dice a mí principalmente, aunque te mencione tú no estás obligado... -no quería imponerle una misión de aquella manera tan directa. El rostro impasible del otro no le ayudaba a determinar lo que estaba pasando por su cabeza.

-¿Estás de coña? ¡Claro que quiero ir! -eufórico, se levantó de un salto. Era consciente de que debía avisar a su padre. No obstante, en las misiones nunca había tiempo para eso... Cada minuto era crucial. Se disculpaba internamente y esperara que el adulto lo entendiera cuando regresara a casa. Que no se asustara si no le veía llegar aquel día, Aunque había otra manera. Pensando en ello, Ichiro aprovechó su corto trance para levantarse también. -¿Tu cuervo puede ir a avisar a mi padre por mí? No quiero que se asuste cuando vea que no vuelvo a la hora... -apenas le dio tiempo al otro a responder. El ave ya había levantado el vuelo hacia una dirección concreta tras su petición. Ambos chicos lo miraban alejarse en el horizonte azul. Daiki esbozó una sonrisa alegre y despreocupada. -Tú pájaro es muy servicial.

-Sí. -la misma expresión arribó en el rostro contrario. -Tuve suerte de que me lo asignaran, es muy agradable. -buscó la posición del sol, y sabiendo que Daiki lo seguiría, se levantó y comenzó a caminar. Su deducción fue correcta, escuchaba los leves ruidos de su amigo detrás. O al menos hasta que decidió avanzar unos pasos para colocarse a su lado.

-El cuervo de mi padre apenas se acerca a casa, tiene mucho miedo de mi mamá.

Aquella confesión hizo reaccionar la respiración de Ichiro con un leve corte en esta, girando la cabeza para observarle. Sus ojos abiertos de par en par expresaban la más pura de las sorpresas y un inmenso alivio. Desde que lo conoció creyó que su madre estaba fallecida porque nunca la mencionaron, y ella tampoco estaba nunca presente cuando él aparecía. Entendía ahora que podía estar muy ocupada trabajando a menudo. No era extraño teniendo en cuenta que Tanjirou tenía un brazo muy débil y un ojo ciego.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora