XXXVI. Castigo

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-Vale, humm... Según esto, estamos en... -Ichiro arrastró la "n", buscando en el mapa que la mujer les había obsequiado la siguiente casa de las glicinias. No solo obtuvieron la guía, también nuevas provisiones y sacos de dormir. Después de aquel derrumbe todo lo que no llevaran en las ropas se perdió y ella no fue capaz de permitirles marchar con las manos vacías. -Aquí. Y el noroeste está... -miró el despejado cielo, soleado y mentiroso, pues fácilmente podían encontrarse a menos de 10° centígrados. Veía con claridad su propio vaho cálido cada vez que abría la boca o expulsaba el aire al respirar. Lo primero era más notorio. Ah, pero no estaba siendo nada fácil concentrarse en la posición del sol y la hora exacta... A medida que iba inspeccionando y poniendo su cerebro a trabajar, que los segundos pasaban, las voces de los otros dos detrás de él se convertían en algo irritante, agotador.

-¡No tienes ni la más jodida idea, lagarta!

-¡Claro que sí, lo he hecho muchas veces!

-¡Ya lo sé, te he visto y todas esas putas veces lo haces mal! -Ken había tomado la costumbre de picarle con el dedo el centro de las clavículas a Daiki, siempre con un ritmo concreto, cada vez que se enfrentaban.

-¡Vas a ver, hortalizo de mierda! -el más bajo sacó la espada, generando el sonido metálico al roce con la carcasa.

-¿Podríais darme silencio...?

-¡Venga, te vas a tragar tus palabras! -volvió a picotearle con el dedo.

-¡¿SOLO POR CINCO MINUTOS?

Silencio. Ambos chicos sudaron frío observando la espalda de su amigo. Un niñito bueno que parecía un demonio cuando se enojaba, y no a los demonios que pisaban tierra, no. A otros mucho más horrorosos. Y era que no habían dejado de discutir desde que salieron de la mansión, hacía diez minutos atrás. Fue un silencio que a los cuatro segundos se rompió por el susurro cabreado de Daiki, forzoso, volviendo a mirarse con el herrero que portaba la máscara roja.

-¡Y tú te vas a tragar el puto diccionario entero! -murmuró tan bajo y tan molesto que se notaba el esfuerzo en su garganta. -¡Observa! -volvió a envainar la espada y Ken casi saltó sobre él. Este se la arrebató, sacándola de nuevo.

-¡Mal, mal, mal! ¡Eres un inútil! -le respondió también en susurros rasgados. Si pensaban que Ichiro no les estaba oyendo, se equivocaban, y el chico no podía creer que estuvieran peleando a murmullos con tal de seguir discutiendo hasta que hubiera un ganador. Era surrealista, tal para cual...

-¡¿Eres tonto o te lo haces?! ¡Dame mi espada! -el de cabello largo trató de recuperar el arma de filo violeta, estirando el brazo y dando un leve brinco, pero el pelirrojo la apartó de su alcance fácilmente.

-¡No hasta que aprendas a cómo envainar! ¡Si no hubiera puesto sangre, sudor y lágrimas en esta espada ahora mismo la tendrías rallada de lo mal que la guardas!

-¡Que me la des! -era una escena vergonzosa porque ninguno de los dos alzaba la voz, y aun así se esforzaban por sonar cabreados.

-El noroeste... -el de las gafas seguía buscando la ubicación exacta, luchando por ignorarlos solo porque hacían el esfuerzo de pelearse en voz baja.

-¡Te la daré cuando mires cómo se hace! -mantenía el brazo en alto, nada más, viendo a través de la máscara cómo el otro saltaba intentando alcanzar su espada, como tiraba de su bíceps grueso hacia abajo en vano, puesto que no lo movía ni un milímetro. Si quisiera el de ojos verdes podría colgarse y él lo aguantaría. Casi parecía que compartían una neurona. Daiki sí se colgó, pero no para quedarse ahí. Intentó subírsele al hombro y Ken reaccionó, abriendo más los ojos. -¡Hey! -bajo en brazo de golpe y le hizo caer de sentón en el suelo. -¡¿Por qué mierda te cuesta tanto admitir que no sabes?! -aquellas esmeraldas lo miraban con rabia contenida.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora