IV. Con el pie izquierdo

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-Ahora mismo te odio como no te imaginas.

-No me digas eso, me vas a hacer llorar. -el poco interés en mostrarse dolido fue nulo. El sarcasmo fue muy fácil de captar. No obtuvo respuesta.

Ambos estaban cansados, pelear requería esfuerzo, y los vapores del agua caliente no ayudaban. La comodidad de la temperatura los adormilaba. Era evidente el por qué todavía había una enorme molestia en el aire. El herrero tenía la cabeza a punto de explotar, el intenso dolor en ella era culpa de la persona que tenía al lado, aunque a Daiki parecía no importarle. Él le había destrozado el hueso de la pierna, no iba a arrepentirse de los dos golpes que le dio en la cabeza, uno solo por dejadez. Ambos mantuvieron sus ojos cerrados todo el tiempo, en las mismas posiciones que hacía un par de minutos. Hasta que el de mayor tamaño los abrió y frunció con fuerza las cejas.

-¿Y ahora qué hice? -chapoteó un poco el agua al golpearse las piernas con los puños, girando la cabeza para observar con mueca arrugada el fino y perfecto perfil del otro. El de cabello largo ni siquiera abrió los párpados de su comodidad cálida, sumergido hasta el cuello y con la mitad inferior de su pelo flotando a la deriva en la superficie.

-Decirme que me odias. Es desagradable que te digan eso, así que te mereces que te conteste. -apenas parecía importarle, mucho menos que el contrario chasqueara la lengua y gruñera.

-¿Perdona? ¿Quién casi me parte la cabeza? -se señaló la prominente herida de la frente, irritado.

-¿Quién me partió la pierna primero?

Se instaló un silencio extrañamente incómodo. Apenas lo conocía de dos encuentros y ya le resultaba muy raro que no le hubiera respondido con un "tú me provocaste" o algo similar, lo cual le habría dado ventaja al ser cierto. Pero el de cabello pelirrojo cobrizo no lo hizo. No emitió ni un sonido, tan solo su respiración ligeramente acelerada, el agua moverse cuando el más grande se retorció en su asiento en la tina. El chico a su lado no lo veía, clavó sus canicas turquesa en la nada. Suponía que era por el posible enfado que trataba de controlar, aunque lo veía capaz de tirársele encima incluso en aquella situación. Todo con tal de partirle la boca si llegaba a cabrearse como anteriormente. O tal vez... por algo que no estaba relacionado con el enfado. Lo que sí desprendía era inquietud. Sin embargo, el ruido del aire entrando por sus vías menguó hasta normalizarse. Tal vez él no tuviera ningún sentido especial, mas podía deducir muy bien que se había calmado de nuevo. Se encontraba algo indeciso, sin saber si debía o no pronunciar palabra, sobretodo las que le rondaban la cabeza en aquel momento. ¿Volvería a enojarse si lo decía? No sería normal que lo hiciera, pero en caso contrario, confirmaría que ese sujeto estaba muy mal de la cabeza. Abrió sus ojos esmeralda, reflejando el brillo del agua, observando al frente sin interés.

-Sugimoto-kun.

-Ergh, di solo Ken. -esa fue toda su respuesta asqueada. Escuchar su apellido era... Podía decirse que le hacía sentir náuseas en la boca del estómago.

-¿Por qué me compraste la carne ese día?

Más silencio, pesado, peculiar. No obstante, Daiki esperó. No era un chico paciente, pero... esta vez haría la excepción. Pasó cerca de un minuto y todavía no hubo contestación. Moviendo el pie bajo el agua, el chico de los aretes se impacientaba. ¿Qué tanto tenía que pensar? Le hizo una pregunta muy sencilla que hasta un niño de tres años podría responder. Torció los labios y suspiró rápido, perdiendo la compostura interior con cada segundo. Estuvo a punto de hablar, de mostrar su descontento por lo mucho que estaba tardando. No lo hizo, no le dio tiempo.

-¿Acaso importa?

-¿Un minuto esperando para eso? -el joven de cabello bicolor dibujó una sonrisa torcida, tensa y el ceño fruncido en su totalidad. Aquello le estaba comenzando a enojar.

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora