LXVI. El origen

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No sé como vaya a estar la calidad de los siguientes capítulos en cuanto a narrativa. Estoy un poco asustada por lo que está haciendo Rusia, esta mañana ha comenzado un bombardeo en el aeropuerto de Ucrania, y como miembro de la OTAN, España, donde vivo, está obligado a ingresar en el conflicto, así como otros muchos paises de Europa junto con EEUU. Solo espero que esto acabe en unas semanas, quiero confiar en que no irá más allá.

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El rugido constante de los raíles era interminable, así como los chirridos metálicos de la maquinaria interna bajo sus pies, las múltiples voces de fondo, tanto de niños, mujeres y hombres. Los agudos silbidos de las tuberías y de la chimenea del transporte, el chocar constante del viento en las ventanas. Era un popurrí vivaz de energía, la melodía del avance y la tecnología, la canción diaria de la sociedad a la que pronto todos aspirarían en cada rincón. Para unos desagradable, para otros la rutina. Fuera como fuere, había una persona que desconectó por completo su sentido del oído y se sumergió en un silencio profundo donde no existía nada más que el flujo de su sangre, el tamborilero de su corazón roto y los de alguien más. Su mirada profunda, azul, subió ligeramente hacia el frente. Observó al muchacho más joven sentado en su lugar de aquel tren, abrazando la mochila en la que guardaba suministros. Dormía, su cabeza se encontraba inclinada hacia un lado, mas no parecía descansar. La imagen de su rostro era intranquila, tensa. Sufría, y Eiji no necesitaba demasiada información para saber por qué. Era evidente cuáles eran las preocupaciones de Ichiro. No obstante, había algo que no comprendía. El chico desprendía aquel sonido sentimental, especial, cada vez que Daiki era recordado o mencionado. No era intenso, no se asemejaba al sonido de Sugimoto, y tampoco al suyo propio. Era más... suave, tal vez ahogado. Podía darse cuenta de que eran melodías encerradas a propósito. Las escondía y las hacía más pequeñas y débiles. Entendía el miedo, posiblemente a perder una hermosa amistad. O tal vez, simplemente era por sus valores morales. Para Eiji era lógico que Daiki atrajera y atrapara en sus redes a cualquiera, a su criterio, era como un demonio. No uno de los que ellos enfrentaban, sino uno del plano desconocido, un demonio irresistible y dotado de gran belleza que hacía pecar con pensamientos a la persona más pura. Para él era muy normal creer que cualquiera terminaría prendado del joven debido a que cayó por completo a sus pies desde el minuto uno. Sin embargo, ahora la pregunta rondaba su cabeza. ¿Por qué Ichiro no? Aunque no era un "no" real, podía escucharlo a través de sus tímpanos. Existía esa atracción, existía ese deseo carnal, ese cariño superior a lo que era una amistad, pero no había un amor profundo como el que encadenó al herrero y a él mismo. Se preguntaba cómo era posible, dado que el muchacho de las gafas era el más sensible de ellos. No tuvo que pensar mucho más para encontrar la respuesta. El de ojos amarillos poseía un autocontrol de espanto, pero jamás creyó que una persona humana pudiera poner a raya sus propios sentimientos de aquella manera para evitar que crecieran más. Era admirable a la par que aterrador y triste. No lo juzgaba. Si él hubiera tenido la misma habilidad, habría hecho lo mismo a partir del día en el que supo que Daiki era un hombre. Aunque aquello ya no era un problema. Le daba lástima. Le daba pena que el pobre muchacho callara por respeto o miedo un amor que quería crecer.

-Eiji-san... -no supo en qué momento se había desconectado de la realidad, cuándo Ichiro se había despertado y comenzado a mirarle con insistencia. No le devolvió la mirada, simplemente le hizo saber que le escuchaba al enderezar la cabeza. -Entiendo y respeto que no quieras hablar... puedo percibir muy bien lo que sientes... -y no era agradable, todo era negativo, tristeza, un dolor inimaginable. -Pero necesito saber... ¿cuál es la razón por la que decidiste continuar buscando?...

Silencio. El más bajo se lo esperaba, no iba a presionar, no sería invasivo. Si Eiji no deseaba responder no lo forzaría. Por suerte o desgracia, Ichiro no necesitaba palabras en muchas ocasiones. Era capaz de percibir esas vibraciones, unas que se abrían paso entre toda aquella amargura, unas que eran suaves y agradables. Era la sensación de la esperanza, aunque fuera diminuta. La cabeza creía lo lógico con fuerza, mas el corazón todavía dudaba de la veracidad de la situación. -Entiendo... -no era lo que él mismo sentía. El muchacho no tenía esperanza en encontrarlos vivos. Pero sí alguna pista, alguna huella que indicara qué sucedió exactamente. -No sé mucho sobre tu relación con Daiki... pero puedo decir que eras muy importante para él. No sé exactamente cómo o por qué, ya que él mismo comentó que habéis tenido pocos encuentros... Él tenía como una especie de sexto sentido... -suspiró por la nariz. -Podía saber qué personas merecían la pena y cuáles no sin necesidad de conocerlas. O al menos, es lo que yo creo... Desde el principio, Ken siempre fue un idiota con él, no lo trataba muy bien... Y aun así Daiki quería que estuviera. Contigo nos contó que eras extraño, poco hablador y demasiado tímido para su gusto, pero hizo exactamente lo mismo que con Ken, él quería forjar una amistad contigo a pesar de todo. -pausó, creando un silencio falso. -Creo que... todos nosotros deberíamos sentirnos afortunados por eso... Porque él nos escogiera... -él lo tuvo más fácil, puesto que demostró interés y afabilidad desde el primer momento, sin vergüenzas, sin timidez, sin discusiones. Evolucionó rápidamente gracias a la atención y el cariño que no les importaba demostrarse. Sin embargo... a partir de cierto punto, el pobre Ichiro comenzó a notarlo. Comenzó a sentir más y más. Se asustó por ello, y como medida desesperada, encerró aquello. Aquel sentimiento se detuvo ahí, pero pagaba un precio por mantenerlo cautivo... Sacrificó los abrazos constantes, los besos amistosos, las caricias diarias... Y dolió. Dolió tanto como si acabaran de atravesar su pecho con una katana raspada, pero debía hacerlo. Tuvo pánico a dejar de ver a Daiki como un amigo porque, ¿y si era rechazado? Nada sería lo mismo de nuevo, prefería evitar que la situación avanzara y sentir solo esa atracción, ese flechazo y nada más. -Ha sido mi primer amigo... Y Ken es como... un hermano idiota... -presionó la mochila con los brazos, notando su garganta volverse pesada, sintiendo los ojos picar y humedecerse. -Si hay una esperanza de que estén bien, aunque sea solo una...

El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora