Se había apagado. Todo impulso necesario para continuar se había detenido. Se preguntaba por qué. Por qué a todo. Cómo, cuándo. No entendía nada. Su existencia carecía de sentido, así era como lo percibía. Perdido, incomprensible. No pronunció palabra desde aquel último momento en el que se despertó, esa agonizante situación en la que descubrió que Ken estuvo a punto de matarlo. Ichiro le había contado después lo que pasó, lo que decidirían, lo que hablaron. Le dijo que no iban a dejarlo solo, que él no era un demonio debido a las incongruencias, a que el sol no era dañino y a su vida perfecta sin sangre y carne humana. Y sobre todo, a su salud y mortalidad. En el peor de los casos, siéndolo de verdad, había demostrado consciencia sana y capacidad para alimentarse como una persona normal. Que él no era una amenaza y jamás lo sería. Que el herrero se precipitó porque él era así, porque formaba parte de su personalidad lanzarse al vacío sin pensarlo dos veces. Incluso el propio Ken no se defendió contra la culpabilidad, afirmando en silencio que el otro tenía razón. Pero para Daiki eran palabras de simple consuelo, palabras por pena. Él sabía lo que había hecho, no podía ser perdonado, debía pagar por la vida humana que se llevó. No quería continuar con una carga así. Más bien, era incapaz. El corazón se le estrujaba continuamente, sentía tanto dolor en el pecho. Un dolor imposible de expresar, intenso, insoportable. Todo su cuerpo le pesaba, como si alguien le hubiera maldecido en lo más profundo de la miseria. Ichiro intentó hacer todo por verle sonreír, aunque fuera un poco. Devolverle una pizca del brillo. Tocó para él esas melodías con su shakuhachi que el chico tanto amaba, y el herrero, en su incomodidad por lo que hizo, se esforzó por hacerle reír con estúpidos chistes sin sentido, humor absurdo que a Daiki le encantaba. Hasta se disculpó con él varias veces de corazón, tragándose el orgullo. Todo fue inútil. Ni siquiera los miró en ningún momento. Aquella mañana la anciana les llevó una silla de ruedas para él, para que pudieran ayudarle a desplazarse en lugar de tener que cargarle en brazos. O simplemente para estar en otro lugar. Tampoco le dedicó a ella una sola mirada. Se asemejaba a un cadáver que respiraba, tendido en la misma postura que el día anterior, observando con las pupilas vacías la nada del techo. Estaba presente, escuchaba, veía, sentía, olía... Pero parecía como si no, porque todo había perdido significado para él. Su única realidad era su mente, y ni siquiera esta tenía sentido a causa de su nueva y confusa identidad desconocida. Además... El pelirrojo había dejado muy claro que ya no quería ser asesino de demonios, que continuaba allí por ayudarle a encontrar a su madre. ¿Merecía seguir él siéndolo? No, opinaba que no. Un cazador de demonios no mataba personas... No era digno de serlo. Daba igual cuánto insistieran en animarle, en hacerle entender que nada había cambiado por el simple hecho de saber si era o no humano. Era demasiado cabezota y sentía que debía pagar por el asesinato de esa chica.
-Daiki, no has desayunado nada... -su amigo de gafas redondas se había movido de su cama por él para estar sentado a su lado en una silla acolchada. Se había arriesgado para acompañarle de cerca aun teniendo la herida cosida. Sostenía en su regazo la bandeja de comida que estaba sin tocar. -Por favor, come algo... -suplicó, preocupado. Desde el día anterior el chico de ojos verdes no probó bocado alguno. Lo único que el pobre muchacho recibió fue un gesto; Daiki ladeó la cabeza hacia el lado contrario, rechazándolo. El alma de Ichiro dolió más que su propia herida, más que el ataque de aquella flecha, más que los huesos rotos de otras ocasiones. No le gustaban las vibraciones que el otro emitía. Eran las de alguien que deseaba morir, alguien vivo, pero sin vida al mismo tiempo. Le costaba percibirlas por lo débiles que eran. Estaba muy preocupado, tenía miedo de que su amigo hiciera una locura en cuanto no lo mirara...
Fue en ese momento cuando Ken apareció por la puerta después de haberse ausentado dos minutos. Se detuvo al cerrar cuando el azabache le observó con aquella expresión de miedo y tristeza, pálido. Imaginó que no había conseguido nada, ningún avance. Sobre todo porque veía aquella bandeja de comida sin tocar y a Daiki ignorar la habitación completa. Inspiró profundamente y expiró, tratando de evitar que las náuseas del malestar emocional se le subieran a la garganta.
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El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amor
Fanfiction-Segundo libro de la historia "El Ascenso del Dragón". -InoTan (Tanjirou x Inosuke). -OC (fanchild). Tras una vida en jaula, solitaria y estricta, pero feliz, Daiki descubre por primera vez el mundo real fuera de las puertas de su hogar. Preparado...