Ninguno fue capaz de moverse, de reaccionar sin perder el tiempo en un estado de bloqueo. El mundo se pausó para ellos. No obstante, fue al revés. Ellos eran los que estaban en pausa. Ichiro apenas respiraba, observando por encima de su propio hombro al niño de ojos turquesa que fruncía su diminuto ceño de una forma tierna. Mantenía los codos a los lados del cuerpo en ropa interior que se encontraba debajo de él. Daiki había ladeado la cabeza para mirar aquellas pupilas pequeñas que los juzgaban. No fue hasta cinco segundos después que el botón de continuar fue presionado. El joven de gafas ahogó un jadeo y se apartó a su lugar anterior en el futón, renovando el color de su rostro en uno potente y chillón. Sentado, con las cobijas sobre el regazo y mostrando la zona centra del torso por la prenda semiabierta, temblaba a causa de los nervios, la vergüenza. El otro chico solo atinó a tomar las mantas de su propio lado de la cama y cubrirse hasta el pecho, manteniendo los hombros y brazos descubiertos. Fue un acto reflejo la necesidad de ocultar su figura, su delgadez. Lentamente en el silencio incómodo, ambos adolescentes comenzaban a recuperar el sentido común que no tuvieron la noche anterior, ni en el inicio de aquella mañana hasta ahora. El de ojos esmeralda presionó las telas contra sí, tiñendo sus mejillas de rojo intenso y apartando la cabeza de la dirección que pudiera hacerle conectar con el chico del mechón albino. Lo mismo le ocurrió a este. No era capaz de enderezar la cabeza. No podía mirarlo de reojo siquiera. Ambos sentían que miles de termitas se los estaban comiendo por dentro, comenzando por las tripas y los pulmones. No sabían como rayos habían llegado a aquel punto, tan lejos. Lo peor era que no se arrepentían y la sensación de culpa no existía.
-¡No vale disimular, os he visto! -el pequeño chilló, apretando los puños con esfuerzo.
-¡No estábamos haciendo eso! -Ichiro agitó las manos en negación, sudando frío por todas partes, sofocado.
-¡Mentiroso! -replicó. -¡Cuando una mamá y un papá se abrazan hacen bebés!
-¡Eso no funciona de esa mane-! Espera... -el de ojos color limón se cortó a sí mismo en medio de la exclamación. Repasó mentalmente la frase del niño, palabra por palabra. Su rostro enrojecido más todavía, si era posible. De fondo, escuchó la risa nasal y retenida de Daiki, que miraba al lado contrario, encogido por el esfuerzo de no dejar escapar una risotada.
-Papá... -murmuró entre carcajadas aguantas, bajas y forzosas.
-¡T-t-tú me has...! ¡Y-yo no soy tu p-! -manotazo al canto en toda la boca, cortesía del chico de cabello largo, quien se había acercado lo suficiente para susurrarle en la oreja, observando de reojo el mohín del infante.
-Cierra la boca. No le digas que no lo eres, le vas a dar un disgusto. -susurró, dejándole claro que tenía que imitar la manera en la que él aceptaba que le llamara "mamá". Retiró la mano para descubrir los labios y alrededores enrojecidos del otro a causa del impacto, alejándose a su posición. Estuvo a punto de pedirle a Ken que se marchara un momento para poder destaparse, pero... Rayos, era solo un crío, y cabía la posibilidad de que cuando regresara a su estado normal recordara todo. Si se mostraba ahora se quitaba el enorme peso de tener que hacerlo después, nervioso y temeroso por la reacción. Tomó aire profundamente y aflojó el agarre en las mantas. Visualizó su yukata a los pies del pequeño. Recordaba que lo había dejado caer cuando estuvo encima de su amigo. Entre los movimientos de sus piernas al dormir pudieron haberlo empujado hasta ahí. Soltó las cobijas, se destapó y se levantó, un poco inquieto. De espaldas al futón, vistiendo el fundoshi blanco tradicional.
Para Ichiro no hubiera sido un problema mirar sin querer de no ser porque no se esperaba tal retaguardia. Ya no era solo aquel cuerpo repleto de curvas que ahora era perfectamente visible a la luz. Despampanante, endemoniadamente atractivo. La costumbre japonesa estaba presente en cada detalle, era normal para los hombres portar aquella especie de tanga de seda. Lo que no era normal era que pareciera que lo portaba una mujer que realmente no era mujer. Su cerebro estalló desde dentro, incluso sintió los estallidos dolorosos en la cabeza. Quería dejar de observar, deseaba apartar la mirada. Imposible, aquella zona tan pomposa y de aspecto suave estaba maldita o embrujada. Arraigó sus pupilas por la fuerza. Lo intentó. Trató de no hacerlo, se gritaba que dejara de mirar, que era irrespetuoso, mas todo era en vano. La situación empeoró cuando comenzó a caminar. Botaban, se movían. No pudo soportarlo, la presión mental pudo con su cuerpo ahogado. Mareado, al borde del desmayo, se desplomó como una piedra, de espaldas, chocando contra el futón y la almohada. Los hizo sonar con un ruido esponjoso y seco. Sus ojos en blanco y a punto de comenzar a erupcionar espuma.
ESTÁS LEYENDO
El Ascenso del Dragón: La infidelidad y la crisálida del amor
Fanfiction-Segundo libro de la historia "El Ascenso del Dragón". -InoTan (Tanjirou x Inosuke). -OC (fanchild). Tras una vida en jaula, solitaria y estricta, pero feliz, Daiki descubre por primera vez el mundo real fuera de las puertas de su hogar. Preparado...