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Un calor ya normal cuando se trataba del roce de su piel se instauró en cada poro de su cuerpo y la hizo dar un bote sobre el asiento.

-          Christos, por favor, compórtate.- musitó.

-          No puedo.

Sus dedos se deslizaban entre su ropa interior con grata maestría, acariciando su tierna piel mientras mantenía sin dificultad la conversación con el resto de comensales.

-          Cosmo y yo tenemos algo que deciros.- interrumpió Calista con un carraspeo.

Se hizo el silencio en la mesa y todos se giraron para mirarlos, sonrientes y cogidos fuertemente de la mano.

-          ¡Estoy embarazada!

Christos sacó lentamente la mano de su entrepierna mientras agrandaba los ojos de la sorpresa. Kassia lo observó, estudiando atentamente su reacción, mientras Holly empezaba a gritar con demasiado entusiasmo.

-          ¡Enhorabuena!

-          ¡Es estupendo, Calista!- exclamó, apretando su mano sobre la mesa.

Christopher se mantuvo en silencio, con una media sonrisa que más parecía propia de un condenado a muerte que de alguien a quien le acababan de otorgar una gran noticia.

Su reacción fue como una puñalada.

A sí que se confirmaba lo que ya sabía, que Afrodakis sólo le exigía un hijo para tener un heredero al que dejar sus empresas y no por deseo de ser padre.

Una hora después, las tres mujeres se dirigieron tras haber recogido algunas cosas de sus respectivas casas, hacia la costa, a una pequeña cala de aguas translúcidas a pocos kilómetros de su nuevo hogar.

-          Dentro de unos meses estaré tan gorda que no podré lucir este bikini.- se quejó Calista con una risita.

Observó casi con envidia su vientre aún plano mientras se recostaban tranquilamente bajo el incisivo sol de la tarde.
Nunca se lo había planteado, pero su reloj biológico empezaba a despertarse en su interior, y se sorprendía a sí misma creando ridículas imágenes en su mente en las que cuidaba de un precioso niño de cabellos azabaches y grandes ojos azules.

-          ¡Vas a estar preciosa!

Sonrió, cruzando con sus nuevas amigas una mirada de complicidad. Tenía tantas ganas de contarles lo que le preocupaba, de pedirles consejo y que alguien conociera la verdad de su vida, de su matrimonio.

Sin embargo, en vez de hablar, cerró los ojos y se acomodó sobre las toallas que habían colocado en la arena.

-          A nosotras sí que nos contarás cosas de tu luna de miel, ¿verdad, Kassia?- oyó preguntar a Holly.

Alzó un párpado para mirarla, sentada a su lado con un gesto infantil que la hizo reír.

-          ¿Qué queréis saber?

-          ¿Qué habéis hecho?

Tener sexo a todas horas, pensó para sí.

-          Pues fuimos de visita por algunas islas de los alrededores- empezó a explicar-, salíamos por la noche a bailar, navegamos por la zona y descansamos mucho.

-          ¡Ahora se llama descansar!

Miró asombrada a Calista, que se echó a reír agarrándose con fuerza el estómago mientras Holly se retorcía con ella.
Sentía ya el calor subiendo a sus mejillas.

-          Déjalos, Calista, son recién casados, que forniquen todo lo que quieran.

-          ¡Oye!- exclamó, avergonzada y divertida al mismo tiempo.

-          ¡Oh, venga! Hemos visto cómo te mira Christos...

¡¿Pero qué estaban diciendo?!

-          Parar ya...

-          Mira que ha salido con mujeres...- apretó los puños con fuerza ante esas palabras-, pero nunca le he visto mirar a alguien como te mira a ti.

-          ¡No exageres, Holly!

Se dio la vuelta sobre la toalla, dispuesta a que sus amigas no vieran el notable sonrojo de su rostro.

-          ¡Si no exagero!

-          Es súper romántico verlo así de tierno contigo.

¿Tierno? Christopher nunca había sido tierno con ella, al menos no en público. Siempre era correcto, amable, como se esperaría que fuera un marido, pero nunca tierno ni, desde luego, romántico.

Oyó su teléfono sonar dentro del bolso y agradeció la interrupción.

-          ¿Sí?

-          Cariño, soy yo.- sonrió ante aquella dulce voz.

-          Hola, mamá, ¿cómo estás?

El suspiro que se escuchó al otro lado de la línea fue tan característico de Dionne que no pudo evitar sonreír.

-          Pues muy bien, aunque me enfada un poco que hayas vuelto de viaje y aún no te hayas pasado por aquí.

Su madre había decidido dejar su trabajo en Brooklyn y mudarse definitivamente a Atenas, de momento junto a sus padres. Los Niniadis habían convencido a su hija de que ya había trabajado suficiente y era hora de descansar. Al parecer, estaban arrepentidos que no haber tenido relación alguna con Dionne durante todos esos años y querían subsanar aquel error procurándola todo el cariño y la atención que le habían negado.

-          ¿Por qué no venís a cenar a casa?- se oyó decir con sorpresa.

-          ¡Oh, qué gran idea!

¿Pero por qué había dicho eso?

-          Seguro que a tus abuelos les entusiasma la invitación.

Claro, a sus abuelos les entusiasmaba cualquier cosa que tuviera que ver con Christopher Afrodakis.

Se despidió de su madre hasta aquella noche y colgó con un gesto de espanto que pareció asustar a sus compañeras.

-          ¿Qué te pasa?

Negó con un cabeceo mientras marcaba el teléfono de Christos.

-          Christopher Afrodakis.

Hasta su voz la provocaba ardores.

-          Soy yo.- contestó con calma- Esta noche vienen a cenar mis abuelos y mi madre.

-          Me parece estupendo.

Alzó el cejo, pasmada. Había creído que se enfadaría por transmitir aquella invitación sin consultarlo con él, pero su tono de voz no reflejaba disgusto alguno.

-          ¿Te parece bien?

-          Por supuesto, es tu familia.

Algo se le escapaba. Christos quería que ella se reconciliara con sus abuelos por alguna razón en especial que no llegaba a comprender. Aunque estaba segura de que no le gustaría nada averiguarlo.

-          Pues luego nos vemos.- dijo, recomponiendo poco a poco su gesto.-Llamaré a Julli para que se encargue de prepararlo todo.

-          Perfecto, hasta esta noche, gynaika.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora