Epílogo.

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Renovaron sus votos en el juzgado, tal y como había dicho Christopher, una semana después de volver a Grecia y celebraron una pequeña fiesta para sus más allegados. Todos parecían encantados con aquella reconciliación, incluso la madre de Christos, que siempre había tenido reticencias hacia ella.

Siete semanas después, volaron a Nueva York y, mientras Christopher se dedicaba a fustigar a Ryan Jones en el juzgado, ella disfrutaba escribiendo cada vista sentada entre el público. Verle en plena acción era excitante. Todo el país sabía que era uno de los mejores abogados que había en activo, pero poder comprobarlo en directo había sido emocionante. Tan emocionante como cuando se dictó sentencia firme y Jones fue declarado culpable por once de los dieciocho delitos que se le imputaban y condenado a setenta y cuatro años de prisión sin posibilidad de fianza.

Después de aquello y tras la apoteósica boda de su hermano con Lauren, regresaron a Atenas con una felicidad plena y Christos se tomó unas vacaciones, que dedicó a mimarla demasiado durante los últimos meses de su embarazo. Decidieron no querer saber el sexo del bebé hasta el parto, pero, una vez más, él no se equivocó.

Adara Afrodakis nació el dieciocho de mayo, un día antes de cuando se la esperaba. Cuando la pusieron en sus brazos y pudo acariciar su suave cabello caoba, sintió que aquel era el momento más feliz de su vida. Incluso vio a Christopher al borde de las lágrimas al poder coger a su hija por primera vez.

- ¡Gynaika, vamos, que llegamos tarde!

Escuchó su grito impaciente desde el pasillo y sacudió la cabeza, intentando volver a la realidad.

- No te preocupes, Kassia, Adara estará bien.- oyó decir a Christos, esta vez a su espalda.

Miró a su preciosa niña y sus grandes ojos azules brillaron al esbozar esa sonrisa infantil que siempre adornaba su rostro.

- Pero mírala, sólo tiene cuatro meses, es tan pequeña...

- Julliana cuidó de mí desde el primer día y no he salido tan mal.

Rió, divertida, pero se alzó para depositar un suave beso en sus labios ante el gorgoreo de Adara y dejó a la pequeña en los brazos de Julli, que esperaba pacientemente junto a la puerta.

- Estaremos bien, Señorita Kassia- dijo, intentando calmar sus nervios-, esta pequeña preciosidad es la niña más buena que he conocido.

Ambos sabían que era improbable que fuese así. Adara era inquieta incluso a pesar de ser tan pequeña, se impacientaba si no recibía su comida a la hora y se irritaba si no era el centro de atención de sus padres, Julliana o cualquier otra visita que recibieran.

A todos se les caía la baba con la niña. Tanto su madre y sus abuelos como los padres de Christos pasaban allí prácticamente todas las tardes, además de las frecuentes visitas de sus amigos, con el pequeño Julius, el hijo de Cosmo y Calista, a la cabeza.

- Vámonos antes de que me arrepienta.- murmuró, procurando un suave beso en la mejilla caliente de su hija antes de apresurarse a salir por la puerta.

Oyó con claridad la risa de Christopher a su espalda mientras se despedía de la pequeña y la seguía escaleras abajo.

- Para, agapi mou, al final te vas a caer si sigues corriendo con esos tacones.

Kassia miró hacia abajo para observar el vuelo de su vestido blanco y los altos zapatos azules, los mismos que había utilizado en su boda.

Dio un respingo cuando los fuertes brazos de su marido la rodearon por detrás para conducirla hasta el precioso Maserati azul que tanto le gustaba y que, por supuesto, había decidido utilizar según volvió a Grecia. Christopher insistía en comprar otro coche para ella, el que más le gustara, pero se negaba a entrar en aquella espiral de gasto sinsentido.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora