9.

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En dos días se celebraría la fiesta de su pedida de mano.

Ya llevaba una semana completa aguantando el desfile de modistas tomando sus medidas una y otra vez para crearle un armario completamente nuevo. Y, como le repetía Christopher, adecuado a su nueva posición.

Largos vestidos de noche, otros más cortos de cocktail, elegantes trajes, altísimos zapatos de tacón, lencería de seda y encaje...

Cada vez que veía alguna prenda nueva estaba más cerca de echarse atrás. Pero no podía.

-          Jamie...- musitó para sí mientras se cubría con una larga bata de algún material demasiado caro y el séquito de estilistas desaparecía por la puerta de su enorme habitación.

Sólo habían podido hablar una vez. Lo justo para que él le asegurara que estaba bien y que Christos se estaba encargando de todo.

-          No lo cuentes, Jamie, no lo cuentes nunca.- se había apresurado a recordarle antes de que el teléfono cambiara de manos.

-          ¿El qué no tiene que contar?

Su nerviosismo había crecido al escuchar su voz.

-          Cosas nuestras.

Colgó en ese instante. No podía permitir que Christopher supiera lo que había pasado. Ni él ni nadie. Sería humillante.

Como su "prometido" llevaba con Jamie desde que ella había aceptado casarse con él, su única compañía desde hacía siete días era Julliana. Y casi lo prefería.

El teléfono de su habitación sonó con estruendo. Lo cogió con una mueca disgustada.

-          ¿Sí?

-          Podrías dignarte a utilizar el móvil que te regalé y contestarme a las llamadas.

De nuevo su voz grave, atrayente como ninguna que hubiera escuchado.

-          No sé dónde está.- contestó con una leve sonrisa.

-          ¿Has vuelto a perderlo a propósito, gynaika?

-          No me gusta ese cacharro, me gustaba mi teléfono.

Se oyó una risa al otro lado de la línea.

-          Deberías haberlo pensado antes de tirarlo a la piscina.

-          ¿Cómo está Jamie?- preguntó, ignorando su acusación.

-          Está perfectamente, aunque esto se va a alargar más de lo que pensaba.

Silencio.

-          ¿Qué me ocultas, Kassia?

Una vez más, silencio.

-          Lo descubriré y lo sabes.- concluyó él con impaciencia- He ido a ver a tu madre esta mañana.

-          ¿Por qué a mi madre?

Su cuerpo se tensó. No quería que alguien como Christos tratara con su madre. Tan buena, tan sensible.

-          Es mi futura suegra, quería hablar con ella.- contestó a la defensiva- En unas semanas irá para allá para ayudarte con la boda.

Tenía ganas de llorar. Cuanta menos gente implicara en aquella pantomima mejor, pero Chistopher se empeñaba en enredarlo todo, en hacer de aquello un espectáculo.

-          Tengo que colgar.

Sin un adiós. Ni un "te echo de menos". Ninguno de los dos dijo nada antes del pitido que señalaba el fin de la llamada.

Estaba tan fría desde que había aceptado su particular acuerdo. Tampoco importaba demasiado si se comportaba como debía frente a los demás. Ya se encargaría él de... caldear su situación privada.

-          Señor Afrodakis, aquí tiene la llave del 5A.

Se giró hacia el pequeño conserje que custodiaba el enorme y feo edificio en el que vivía Kassia y cogió la llave que le tendía. Perfecto.

-          Y felicidades por su enlace.- el hombre sonrió con amabilidad.- Es muy buena chica.

-          Es perfecta, gracias.

Subió por el demacrado ascensor hasta el quinto piso procurando no tocar nada.

Algo no encajaba en las piezas del puzle del que formaban parte Jamie y el adinerado Ryan Jones, y estaba seguro de que tenía algo que ver con su futura mujercita. No podía quitarse el "no lo cuentes nunca" ansioso que le había dicho a su hermano pequeño, y, aunque no hubiera escuchado nada, sólo hacía falta pasar unas cuantas horas con el joven para darse cuenta de qué sería lo que le llevaría a atacar a alguien tan poderoso como Jones, Kassia o su madre. A pesar de ser unos cuantos años más joven que su hermana, parecía querer protegerla en todo momento. Por eso seguramente él no era demasiado de su agrado.

Pero, si estaba en lo cierto, ¿qué relación unía a Kassia con el tipejo de Jones?

Miró su reloj a la vez que empujaba la puerta del apartamento para entrar. En media hora le irían a recoger para ir al aeropuerto, tenía que ser rápido.

Rebuscó entre los millones de papeles que se agolpaban en distintas mesas del diminuto pisito. No entendía cómo podía vivir en un espacio tan reducido. Era asfixiante.

No encontró nada digno de mención. Los bocetos de sus artículos se agolpaban aquí y allá sin un orden establecido, todos ellos sarcásticos y críticos con la alta burguesía.

-          Me odia.- se dijo para sí con una media sonrisa.

Algunos hablaban de lo innecesario de las grandes fiestas, del derroche de los millonarios, de la injusticia de éstos comparado con la gente que se muere de hambre... otros eran más serios, había investigaciones de corrupción de varios nombres notables, encuentros ilícitos con prostitutas de los bajos fondos, pederastia, etc, etc.

En ninguna parte hablaba de Ryan Jones.

Pasada la media hora, decidió llevarse el ordenador portátil que, inexplicablemente, se encontraba guardado en un cajón de la cocina, junto con los cubiertos. Extraño sitio para guardar algo así.

Dejó todo como lo encontró, cerró el apartamento con llave y se la guardó en el bolsillo de su americana. Custodiando el ordenador, el Mercedes negro le llevó directamente a la pista del JF Keneddy donde su avión privado le esperaba. Tendría todo el vuelo para revisar la información que contenía.

Antes de despegar, hizo una rápida llamada a Jason, su ayudante, para dar algunas instrucciones respecto a Jamie. Nadie hablaría sin su presencia. Nadie. Ni una palabra.

Simple.

Una nueva modista le ayudaba a probarse un largo vestido de seda color berenjena. Kassia ni se molestó en mirarse al espejo. Los vestidos caros no tenían sentido para ella.

El movimiento de los estilistas cesó a su alrededor, pero no se molestó en averiguar el porqué, continuó inerte, los brazos caídos a los lados y los ojos cerrados.

-          Estás preciosa.

Se dio la vuelta tan rápido que el pequeño atril en el que estaba subida resbaló, precipitándola hacia los brazos de Christopher. Parecía hecho a posta.

-          Yo también tenía ganas de verte- rió él, atrapándola con firmeza.

La seda del vestido era demasiada poca contención contra el calor de su piel. Sentía cada uno de sus músculos contra su pequeño cuerpo.

-          Suéltame, bruto.

-          Oye, que has sido tú la que se ha lanzado a mis brazos.

Lanzó un bufido disconforme, pero Christos seguía sin soltarla. De hecho, la apretó un poco más a su duro pecho.

-          Vístete, agapi mou, nos vamos a cenar.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora