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-          Estás espectacular, agapi mou.

Y no mentía. Kassia lucía un sobrio vestido de gala de raso negro, con los hombros al descubierto, un sutil escote y la espalda anudada con un lazo rojo al más puro estilo corsé.

Estaba deseando deshacer ese lazo y desnudarla de nuevo.

-          Gracias.

Como le había sugerido, lucía los rubíes en las orejas con una elegancia templada y latente, y se había recogido el espeso cabello caoba en un moño italiano.

-          Pero te falta algo.- dijo con una sonrisa.

-          ¿El qué?

A modo de respuesta, se colocó a su espalda y sacó del bolsillo el brillante collar que había encargado junto a los pendientes días antes. Ambas joyas combinaban a la perfección, y sabía que el ardiente pelo de Kassia y su pálida piel lucirían resplandecientes con ellas.
Lo abrochó a su suave cuello conteniendo la respiración al poder acariciar la piel cálida y tersa de su mujer sabiendo que no habría tiempo para más.

-          ¡Oh, es... Christos, no deberías haberte gastado...- murmuró ella ante los teatrales suspiros de Holly a pocos pasos.

-          Es un regalo, sólo di gracias.

Sus enormes ojos azabaches se clavaron en él con intensidad antes de esbozar una gran sonrisa que le contagió. Se inclinó para apretar los labios contra los suyos y deslizó la lengua por su boca como si fuera agua en el desierto.

-          ¡Parejita, que vamos a llegar tarde!

Evitó un nada amable gruñido dirigido a su amigo y guio a Kassia hacia el interior de la limusina, rumbo a aquella estúpida fiesta que le negaba el placer de hacer gemir a su receptiva mujer durante toda la noche.

-          Gracias.- dijo Kassia con un sensual susurro en su oído.

Las manos le temblaron de impaciencia por desprenderla de aquel precioso vestido.

Iba a ser una velada muy larga.

El saber que podría buscar los rostros conocidos de Holly y Neo en aquella pedante fiesta de sociedad la tranquilizó. Pero su cuidada calma parecía derretirse como chocolate al fuego cuando Christos la miraba, con esos ojos impenetrables que no dejaban adivinar ni un ápice de cualquier tipo de sentimiento, a excepción de esa pasión abrumadora que los consumía cada noche, cuando las pupilas marinas parecían arder al contacto con las suyas.

Cuando llegaron al Met, el Museo Metropolitano de Arte, Christopher la ayudó a salir de la limusina y se agarró a su brazo con nerviosismo.
Había estado allí en más de una ocasión, pero sólo como una simple espectadora anónima que disfrutaba del arte moderno y vanguardista que se exponía. Nunca como invitada a la fiesta del año en Nueva York.

Se sentía como un niño frente a la consulta del dentista. Y, en un desesperado intento por terminar de relajarse, observó a su ahora marido con curiosidad, lo que sólo provocó que el animal deseo al que le tenía acostumbrada despertara una vez más. Era el hombre más guapo y elegante que había visto en su vida y, vestido con aquel traje negro de corte impecable, este hecho quedaba acentuado.

-          Quiero que vayamos a la cama.- se oyó decir sólo para él.

¿Pero qué le pasaba? ¿Por qué siempre conseguía que su autocontrol se esfumara?

Christos sonrió con una ronca carcajada antes de inclinarse sobre ella para buscar sus labios en un leve beso.

-          No intentes distraerme, gynaika, tienes que empezar a asumir el puesto que te corresponde como mi esposa.

Ni siquiera ese arrogante recordatorio alivió el ardor de su cuerpo. Hacía días que no podía separar la inquina y el deseo por él.

Un hombre trajeado recibió a las dos parejas en la original entrada del museo con una larga lista de papel repleta de nombres. Nombres que seguramente se encontraban en sus propios artículos.

-          Los Señores Afrodakis y los Señores Lemonis, ¿no es así?

-          Correcto.- contestó Christopher con cierta autoridad.

El mismo hombre se encargó de acompañarlos dentro antes de despedirse con una leve inclinación más propia de la realeza que de una panda de ricachones.
Como si hubieran olido su presencia cual perro de presa, la mayor parte de los invitados voltearon hacia ellos. Y, cuando se vieron rodeados por ellos y los murmullos se multiplicaron, supo que ya no había escapatoria alguna.

-          ¡Christopher, querido!

Incluso antes de llegar a verla, su voz la irritó y supo inmediatamente de quién se trataba: Fiona Swank, la despampanante modelo australiana con la que le habían visto pocas semanas antes de que ella fuera a su despacho.

Cuando se hizo paso entre la gente no pudo evitar un gruñido disconforme. Si en las fotos de la prensa rosa lucía impresionante, en persona casi deslumbraba con aquel cabello rubio peinado con un divertido corte por encima de los hombros, los ojos verdes como manzanas maduras y ese largo cuerpo enfundado en un cortísimo vestido rojo que no dejaba nada a la imaginación.

Guarra, pensó para sí.

-          Fiona, te presento a mi esposa, Kassia.- dijo amablemente Christos sin soltar el brazo de su cintura.

Sólo entonces ella desvió la mirada ansiosa y apasionada de Christopher hacia su dirección con un gesto de incomprensión palpable.
Kassia no pudo evitar regodearse en su desconcierto mientras la bella mujer trataba sin éxito de encontrar las palabras adecuadas.

-          ¡Te has casado! Es... quiero decir que...- balbuceaba- bueno, supongo que..., lo que quiero decir es que... enhorabuena.

Después, se alejó de ellos casi despavorida.

-          No es muy lista, ¿no?

Christopher rio por su comentario y depositó un casto beso en lo alto de su cabeza.

-          No la pagan por pensar, gynaika.- contestó, guiando al grupo entre la multitud de gente que se agolpaba a su alrededor.

-          Ya, la pagan por lucir ese bonito trasero por vallas publicitarias.

Tenía que aguantar encontrarla en la ropa interior más escasa que había visto en su vida por todos los carteles de la ciudad, y, cada vez que pasaba ante ella uno de esos autobuses con anuncios, su humor se oscurecía al pensar en ese cuerpo estilizado pegado al de su marido.

-          ¿Estás celosa, agapi mou?

-          ¿Por qué iba a estarlo?- replicó con una seguridad que no sentía- Me gusta mi propio trasero.

Y es el trasero que está pegado a ti cada noche y no las flacas nalgas de esa zorra, estuvo a punto de añadir, pero se mordió con fuerza la lengua.

-          Tu trasero es perfecto, desde luego.

Una media sonrisa se curvó en sus labios.

-          ¡Vamos a tomarnos unas copas y hacer que este muermo se anime un poco!- exclamó con entusiasmo Holly antes de atrapar su brazo libre y tirar de ella.

Christos la soltó, divertido, y dejó que ambas se dirigieran hacia una de las improvisadas barras que había repartidas por el museo.
Rio, encantada por la idea, y se bebió el primer Cosmopolitan de un trago, deseando que aquella noche acabara, pues sabía que tendría que aguantar más amantes despechadas de su marido con esa mirada de incredulidad que tanto la ofendía.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora