47.

12.8K 1K 7
                                    

Había tenido una discusión estúpida con Julliana y su humor se agrió un poco más. Cuando volvió de casa de los Niniadis, ambas se sentaron a tomar su acostumbrado café de media tarde en la terraza sobre el jardín.
No pudo aguantarlo más.

-          Está con otra.- se oyó decir, bebiendo un largo trago de su taza.

-          Estoy segura de que no.

-          Yo estoy segura de que sí.

-          ¿Y por qué está tan segura, Kassia?- preguntó Julli.

Se encogió de hombros, apretando fuertemente los ojos para contener la rabia y no soltarle todos los rumores que le habían llegado sobre Christos y esa actriz de medio pelo.

-          Tú misma me reconociste el otro día que nunca lo habías visto tan atareado.

-          Sólo tiene más trabajo, ustedes están casados.

-          No va a Atenas a trabajar, Julli, tiene una amante.- se levantó de un salto- Sabes tan bien como yo que este matrimonio no es real.

-          Dios los unió, es un matrimonio real.

Kassia bufó por lo bajo y miró el reloj de su muñeca.

-         Me voy a arreglar.

-         Llamaré a la peluquera.

Subió a su habitación casi a la carrera y se dio una larga ducha antes de dejar que los estilistas a los que Julli había llamado la peinaran y maquillaran.
Cuando se fueron, suspiró con alivio y dejó que el largo vestido de seda burdeos que habían elegido para ella se deslizara por su cuerpo como una caricia.

No podía dejar de mirar hacia el cajón de su mesilla con lágrimas en los ojos. Creía que lo tenía asumido, que ya sabía todo lo que había y lo entendía, pero no, no pudo evitar el llanto callado que la sorprendió al leer aquel horrible papel.

-          Estás preciosa.

Se giró hacia él, manteniendo los brazos sobre el pecho, como si quisiera interponer algo entre ambos.
Estaba espléndido. Vestido de esmoquin, parecía que la palabra elegancia había sido creada para él.

-          ¿Qué haces aquí?- inquirió en un leve susurro- ¿No ibas a esperarme abajo?

-          Quería darte algo antes de irnos.

Se acercó a ella con esa calma felina que la irritaba y excitaba al mismo tiempo y no pudo evitar un escalofrío.

Christos sacó de su espalda una discreta caja cuadrada, que abrió ante sus ojos desorbitados.

-          No puedo aceptarlo.

-          Claro que puedes, agapi mou, mi esposa se lo merece todo.

Calló, tragándose las lágrimas, cuando un maravilloso collar de oro blanco engarzado en diamantes se posó alrededor de su cuello y se cerró con un leve click.

-          Sabía que quedaría precioso sobre tu piel.- le oyó susurrar cerca de su oído.

-          Gracias.

Kassia se apartó de él para sentarse sobre la cama y enfundarse los altos tacones negros que le harían parecer más esbelta.

-          Vámonos.- acabó por decir cuando terminó de abrocharse los cierres.

Afrodakis tomó su brazo para acompañarla escaleras abajo hasta el Mercedes negro apostado en la puerta, donde se acomodó con un suspiro cansado.

-          ¿Por qué estás tan enfadada?

Evitó mirarlo a los ojos.

-          No estoy enfadada.

-          Te conozco.

-          No, Christopher, no me conoces.- rebatió con un siseo de rabia.

-          ¿Me vas a contar de una puñetera vez qué te pasa?

Deslizó los dedos por el collar, alzando la vista hacia sus ojos marinos.

-          ¿Te ayudó a elegirlo ella?

-          ¿Quién es ella?

Lanzó una leve carcajada carente de humor.

¿Se creía que era idiota?

-          Conmigo no tienes que fingir- dijo mientras sentía que se rompía por dentro-, estamos tú y yo solos.

Sus ojos reflejaban un pasmo que no era habitual. Parecía ser la primera vez que algo le tomaba por sorpresa.

-          No entiendo lo que me dices.

Ya lo entenderás, pensó para sí. Entonces será demasiado tarde.

-          Señores Afrodakis, hemos llegado.

Christopher se apeó con un gruñido y rodeó el coche para ayudarla, apoyando su mano con fuerza sobre los músculos de su brazo. Se agarró a él a pesar de la rabia que sentía y esbozó esa sonrisa que había aprendido a fingir en las últimas semanas.

No entendía nada. ¿A qué venía aquella actitud? ¿A quién se refería con "ella"?

Ese matrimonio que había creído que tenía con Kassia, tranquilo y apasionado, se desmoronaba cada día un poco más. Ella ya no era esa mujer, o esa muchacha, que había conocido; desde la visita de sus abuelos hacía tres semanas se había vuelto fría e indiferente, como si conociera algún tipo de secreto imperdonable.

Lo cual era estúpido, pensó para sí. Si alguna vez había hecho algo que la hiriera, desde luego estaba corrigiendo su error.

-          ¡Christopher Afrodakis!

Se estaba empezando a cansar de que le llamaran a gritos por cada sitio que pasaba.

Entornó la mirada para reconocer aquel rostro bronceado y sonriente.

-          Howard, te presento a mi esposa Kassia.- dijo cuando su antiguo amigo llegó a su altura.- Él es Howard Christakis, un compañero de la facultad.

-          Encantada.

Los ojos grisáceos de Christakis relampaguearon con un ardor que ya había visto otras veces al mirar a su preciosa semigriega, lo que le irritó profundamente.

-          ¿Dónde has estado escondiendo a tal belleza, Christos?

La suave risa de Kassia le hizo torcer los labios en una mueca que pareció divertirla.

-          Te aseguro que la tengo a buen recaudo de donjuanes como tú.- contestó con palpable ironía.

-          No seas maleducado.

Christakis rió, encantado por la contestación de su esposa, que le observaba con una mirada retadora que no entendió.

-          Una mujer con carácter...- "de las que me gustan" parecían decir sus ojos.

No puedes imaginártelo, pensó para sí.

Era tan diferente de las mujeres con las que había salido antes de ella que ahora no sabía si sería capaz de refrenar aquella forma de ser tan dominante que guardaba en su pequeño cuerpo.

-          Bueno, pareja, os voy a dejar, que habrá mucha gente que querrá conocerte, preciosa Kassia.- apretó la mano en un puño- Si alguna vez te aburres de Afrodakis, llámame.

Lo decía con cierta socarronería, pero sabía que, en el fondo, esperaba anhelantemente que le abandonara y le eligiera a él. Su rivalidad había sido patente desde el primer curso en la Universidad, y, ahora, tantísimos años después, no se había desprendido de aquel resentimiento.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora