53.

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- ¡¿Cómo que se ha ido?! ¡¿Adónde se ha ido?!

Tenía ganas de estrellar el teléfono contra el suelo.

- ¡Encontradla, joder!- gritó, pulsando el botón que ponía fin a la llamada.

Pagaba una fortuna para que mantuvieran a Kassia vigilada y protegida y la perdían en cinco semanas fuera de Grecia. No podía creérselo.
Si en dos días no le llamaban para decirle el lugar exacto en el que su esposa se había escondido del mundo, contrataría a alguien para que se encargara. O la denunciaría a la Interpol para que la buscaran ellos.
Estaría dispuesto a hacer cualquier cosa por encontrarla.

Marcó el número de Holly como un autómata. Sabía que había llegado el día anterior junto con Calista en un vuelo directo desde Estados Unidos porque Neo le avisó de que iría a recogerlas.

- ¿Sí?

- ¿Dónde está?- preguntó directamente.

- ¿Christos?

Soltó un bufido por lo bajo.

- Dímelo, Holly, ¿dónde está?- repitió, hundiendo los dedos sobre el colchón.

Oyó la respiración entrecortada de la mujer al otro lado de la línea.

- No sé dónde está, no quiso decírnoslo.

Un segundo después, su teléfono se estrellaba con un sonoro golpe contra la pared más alejada de su dormitorio, haciéndose cachitos al caer al suelo.

No aguantaba más. Necesitaba verla ya. La traería de los pelos si fuese necesario, pero no podía dejarle así como así, mucho menos estando embarazada de su hijo.

La puerta de su habitación se abrió y Julliana asomó la cabeza con cierto temor reflejado en los ojos.

- ¿Estás bien?- preguntó lentamente- He oído un golpe.

Señaló con un gesto los restos de su móvil y se levantó con un suspiro de cansancio, removiéndose en cabello impacientemente.

- ¿Por qué has hecho...

- Voy a ir a por ella.- la cortó.

Evitaba mirarla a los ojos, pero sabía que sonreía.

- ¿Te vas a Nueva York?

Sus labios se curvaron en una mueca molesta, apretando los puños bajo los bolsillos de los pantalones de vestir.

- No está en Nueva York- explicó, dejándose caer de nuevo sobre la cama deshecha-, he llamado a Holly y no les ha dicho dónde se fue, nadie sabe nada.

Oyó los cortos pasos de Julli caminando hacia él y la miró con curiosidad esbozar esa sonrisa sabia que le había acompañado toda la vida.

- ¿Tú crees que sería tan imprudente de irse sin decir a nadie adónde?

¿Qué haría sin esa mujer?

Se incorporó con rapidez y prodigó un casto beso sobre su frente antes de salir a la carrera.


Kassia rodó sobre la cama, inquieta. No había podido conseguir sus somníferos habituales y había intentado descansar sin ellos, pero parecía imposible. Sentía frío a pesar de la agradable calidez del ambiente y sabía que era por no tener los brazos de Christopher rodeando su cuerpo.

Le aborrecía tanto que aún no se explicaba por qué tenía que quererle de aquella forma tan irracional. Se había comportado como un auténtico cretino con ella y aun así miraba su teléfono con la ansiedad de quien espera una llamada que nunca va a recibir. Christos era demasiado orgulloso para pedir perdón.

Se acarició el vientre aún prácticamente liso, preguntándose cómo podía ser que un niño estuviera creciendo ahí.
Estaba asustada. ¿Cómo iba a criar sola un bebé? ¿Debía volver a Grecia para que su madre la ayudara al respecto y su hijo pudiera estar más cerca de su padre? ¿O se quedaría en Nueva York junto a su hermano?

Frustrada por su confusión, cogió la novela que el hotel le había dejado en su habitación al entrar en ella como detalle de bienvenida. O más bien para que supiera que la conocían.
Pasó los dedos por la portada. Era una foto que ella misma había sacado desde Pireo en su primer viaje a Grecia el día en que cometió la estupidez de confesarle a Christopher su amor adolescente.

"Kassia N", leyó abajo. Se había negado a publicar el libro con su apellido de casada, poniendo como excusa haberlo escrito antes de la boda; pero tampoco se había atrevido a poner su nombre completo. Se sentía como si estuviera engañando a su marido cada vez que veía aquella orgullosa "N" en su novela.

¡Él sí que la había engañado!

Abrió la última página y leyó.

"¿Podría olvidarle algún día? ¿Podría mirar hacia el Egeo y no pensar en lo mucho que le había querido?
En aquel momento, la idea le era bastante escéptica, pues cualquier tipo de sentimiento que guardara hacia su marido se había adherido a cada centímetro de su cuerpo y no dejaba sitio para nada más.

Pero, ¿para qué querer si es en vano? ¿para qué sufrir si nunca podría cambiar las cosas? ¿por qué seguir pensando en el hombre que había arruinado su vida?

Sabía que aquel arrogante griego sería siempre su gran amor. Nadie olvida a quien le rompe el corazón en pedazos después de haberlo llenado de plenitud.
Pero eso no tenía por qué significar que debía conformarse con vivir de su recuerdo. Aún era joven. Aún podía crear recuerdos nuevos con otras personas.

A lo mejor tenía que estar agradecida. Había conocido al amor de su vida y había disfrutado de él al menos durante un tiempo, algo a lo que no aspiraba todo el mundo.

A pesar de que intentaba que todas aquellas palabras de ánimo calaran en su cabeza, ésta sólo repetía su nombre una y otra vez. Una y otra vez. Sin descanso.

Agotada, cerró los ojos y se dejó caer sobre la fría arena de la playa, dejando que las suaves olas del mar mojaran sus ropas y se llevaran todos sus recuerdos felices mientras una pregunta escapaba de sus labios:

- ¿Un amor se olvida? "

Una lágrima resbaló por su mejilla.

Aquella era la parte que todo el mundo quería que cambiara. Pero, ¿para qué? Ella era periodista, nunca le había gustado escribir mentiras, y con su novela no iba a ser distinto. Sólo relataba la verdad, aunque la gente no se diera cuenta.
Y no podía escribir un final feliz.

Christopher la había engañado, sobornado y manipulado, no se había preocupado por ir a ver cómo estaba después de su último encuentro. No podía perdonárselo nunca.

"Se perdona mejor a alguien que te es indiferente que a quien quieres" le había dicho su madre hacía unos días. Y cuánta razón tenía.

El teléfono de su habitación sonó con estrépito y se incorporó, asustada.

- Señora Afrodakis, hay aquí un caballero que quiere invitarla a desayunar.

Sus manos temblaron. ¿Christopher...? No, era una idea estúpida, él nunca se rebajaría a perseguirla hasta allí.

- ¿De quién se trata?- se oyó preguntar con un deje asustado.

- Dice que se llama Howard Christakis.

¿Ir a desayunar con Christakis? Eso enfadaría a Christos.

- Dígale que ahora mismo bajo.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora