26.

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Cuando sonó el plato número sesenta al romperse, ya ni se inmutó.

A pesar de sus propias reticencias, el banquete fue incluso agradable. La comida fue fantástica, el ambiente festivo y jovial y los invitados encantadores. Christopher le presentó a decenas de personas, y todos ellos se esforzaron por hablar con ella en inglés y en unos términos afectuosos. Trató de entablar una conversación en griego con Bastiaan, pero estaba tan limitada que precisó de la ayuda de su madre para poder continuar. Era un hombre realmente entrañable.

Al terminar la cena, apartaron las mesas y sillas y el salón se convirtió en una enorme pista de baile. Como manda la tradición, inauguraron los recién casados. Christopher volvió a sorprenderla una vez más por su gracia al hacerla girar por toda la habitación, causando las risas de los invitados.

Bailó también con su hermano, con su abuelo, incluso con el padre de Christos, sus amigos y otras docenas de invitados de los que olvidaba el nombre.

Christopher observaba a su esposa bailar con todo aquel que se lo pedía, deslizándose por la pista como si fuera lo más sencillo del mundo.

-          ¿Celoso?

Digirió la mirada hacia Cosmo, que le ofreció una copa y se sentó junto a él con otra en la mano.

-          No.- se limitó a contestar.- Sólo observo que ningún galán se pase de listo.

Su amigo rio, dando una palmadita en su espalda.

Hacía demasiado calor. O Kassia le producía demasiada calentura.
Se deshizo de la chaqueta del traje y se quitó la corbata, abriendo los primeros botones de su camisa blanca, aún con el chaleco puesto.

-          Parece que se lo pasa bien.

Asintió, siguiendo con la mirada las gráciles vueltas que Kassia realizaba alrededor de su hermano. Ambos sonreían como si fueran lo más importante el uno para el otro, y volvió a sentir ese pinchazo de rivalidad.

Como si hubiera oído sus pensamientos, su diosa griega particular giró el rostro hacia él y correteó infantilmente hasta sentarse sobre sus rodillas. La atrapó por la cintura antes de que cayera, deslizando los dedos por la suave gasa de su vestido. Cosmo desapareció de su vista con una risita.

-          Ha sido una boda preciosa.- dijo ella, agarrando su brazo para no resbalar.

-          Aún no ha terminado.

Sus ojos negros brillaron un instante antes de bajar la cabeza en un gesto que no supo descifrar si de miedo o emoción.

-          ¡Un brindis por los novios!

Alzó la copa en respuesta y los gritos se multiplicaron.

-          ¡Que se besen, que se besen!- oyó gritar a Neo, seguido de otros invitados.

Kassia enrojeció de cabeza a pies, pero se acercó a su rostro para que él acortara los últimos centímetros que los separaban y apresara sus cálidos labios en un beso apasionado que pareció entretener a toda la sala.

-          Vámonos de aquí.

La vio asentir, aún con las mejillas sonrojadas, y ambos se levantaron, aún ante la atenta mirada de los invitados.

-          Nosotros nos retiramos- dijo, deslizando el brazo alrededor de los hombros de Kassia-, pero podéis quedaros disfrutando de la fiesta el tiempo que deseéis. Muchísimas gracias por acompañarnos en este día tan especial.

Vio las risitas de sus amigos a pocos metros y apretó los labios para no imitarles. Dirigió a su recién estrenada esposa a la salida del salón ante los aplausos y el continuo replicar de la cerámica contra el suelo.

Tal y como había pedido, el Maserati azul los esperaba en la entrada con decenas de rosas blancas abarrotando los asientos traseros. Las pupilas de Kassia brillaron con emoción al abrir la puerta y acariciar los suaves pétalos.

Necesitó de toda su persuasión para convencerla de que le dejara poner una tela negra sobre sus ojos para que no pudiera adivinar dónde la llevaba. Una vez conseguido, arrancó el coche y se dirigió hacia el Puerto de Pireo.

Estaba completamente de los nervios. Christopher se negaba a revelar su destino y eso no hacía más que aumentar su ansiedad. Sabía que, siendo su noche de bodas, él esperaba que por fin dejara que ocurriera lo que llevaba tiempo buscando, pero ella... ni siquiera tenía muy claro cómo reaccionaría su cuerpo en ese momento, ¿volvería a huir? ¿podría superarlo de una vez por todas?

Sintió cómo el automóvil se detenía y se tensó sobre el asiento a tiempo de oír cómo la puerta del piloto se abría y cerraba casi al instante. Dio un respingo cuando unos brazos se deslizaron bajo su cuerpo para alzarla con insultante facilidad. Alzó las manos con un grito, agarrándose a sus hombros con desesperación.

-          Asustadiza.- rio Christos, empezando a caminar con ella en brazos.

El olor familiar que los rodeaba le hizo esbozar una sonrisa. Estaba casi segura de dónde se encontraban. Ese aroma a mar era delatador.

Y sus sospechas fueron confirmadas cuando, después de unas maniobras bruscas de su marido, que parecía estar bajando unas pequeñas escaleras, la dejó sobre el suelo y retiró la tela que cubría su mirada.

Todo seguía tal y como lo recordaba. La superficie del barco de recreo brillante, reflejando el mar bajo él, la pequeña puerta que conducía al camarote a la izquierda, y, en proa, las decenas de cojines blancos, ahora cubiertos con miles de pétalos de rosa de distintos colores, junto con una pequeña mesa donde les esperaban una botella de champagne y dos copas.

-          Está precioso...

-          Creo que Julli se ha pasado con los pétalos.- oyó decir a Christos a su espalda.

-          Es perfecto.

Sintió su mano cogiendo la suya para guiarla hacia proa y sentarla sobre los cojines. La gasa de su vestido ondeó a su alrededor como la suave brisa que mecía el yate.

-          Espérame aquí, voy a sacar el barco del puerto.

Se recostó con una media sonrisa y le observó manejar el timón. Era como si hubieran vuelto cinco años atrás. Ella ahí sentada, mirándole atentamente mientras se alejaban del puerto. Solo que esta vez acababan de contraer matrimonio. No se lo podía creer.

Le miró en silencio. Había colgado la chaqueta junto al timón, llevaba el chaleco abierto y la camisa desabrochada hasta el tercer botón. Sus ojos marinos estaban fijos en algún punto del horizonte, el cabello azabache completamente despeinado y las grandes manos bronceadas manejaban el rumbo con destreza. Estaba tremendamente sexy.

Veinte minutos después, habían dejado atrás todas las luces del puerto y parecían estar completamente solos en el Egeo, a varios kilómetros de tierra firme.
Christopher había echado el ancla hacía unos minutos y ahora se encontraba acomodado a su lado. Era la tercera copa de champagne cuando Christos la sentó en su regazo y le robó el aliento con un beso abrasador.

A pesar de las altas horas de la madrugada y la brisa marina que soplaba, no sentía frío. Cada parte de su cuerpo, cada centímetro de su piel, ardía por los cálidos besos de su ahora marido.  Dejó que sus manos acariciaran su cuello y, sorprendentemente, no podía pensar en otra cosa que no fueran las horas de pasión que, estaba segura, iba a pasar junto a él.

Solos su dios griego y ella.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora