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Volvieron a la realidad una semana después, cuando pisaron tierra ateniense, más bronceados, con algún kilo más y una gran sonrisa que a Christopher se le borró según atravesaron las puertas de desembarque.

Después de aquella maravillosa semana en el paraíso, donde casi habían parecido un matrimonio enamorado, él volvía a esa pose de superioridad inalcanzable que siempre le había caracterizado y que parecía haberse disuelto durante los últimos días.

Kassia se sintió estafada, aunque recordó con claridad el peculiar acuerdo al que habían llegado en la isla: habría una tregua temporal.
Y esa tregua se había roto. Volvían a la guerra.

Le iba a costar demasiado. Aquellos días habían sido, sin dudarlo, los mejores de toda su vida, incluso más especiales que la primera vez que Christos le enseñó Atenas.
¡Si incluso habían bailado música latina!
Una vez más, Christopher la había sorprendido con su maravillosa habilidad en el baile cuando una noche, en un pequeño garito de Motu Mute al que solían acudir, él la había sacado a bailar una canción de salsa caribeña.

-          ¿Cómo has aprendido a bailar así?- preguntó tras un chachachá muy divertido.

-          Julli me enseñó cuando era adolescente, me dijo que así le gustaría más a las chicas.

-          Bueno, desde luego impresiona.

Él se echó a reír, girándola a su alrededor mientras seguía a la perfección el frenético ritmo de la música.

-          Y que la primera vez que necesite bailar para impresionar a una chica sea con mi propia esposa...- musitó con una gran sonrisa que hizo brillar sus ojos azules.

-          ¿Hay algo que se te dé mal?

De nuevo, una carcajada juguetona.

-          Si te sirve de consuelo, no se me dan bien los idiomas, me costó mucho aprender a hablar inglés.

Lo dudaba mucho, pero agradeció que al menos intentara quitarle puntos a su perfección.

Guardaría recuerdos como aquel siempre, para poder evadirse en ellos cuando la realidad le asestara otro puñetazo. Algo que con Christopher sabía que ocurriría.

-          Te dejo en casa y me voy a la oficina.- le oyó decir mientras la guiaba hacia el parking, donde alguno de sus perritos falderos había dejado aparcado uno de sus coches.

Asintió con un cabeceo, convenciéndose una vez más de que aquel matrimonio nunca sería real. Lo que habían aparentado durante aquellas cortas vacaciones no era auténtico, sólo se habían dejado llevar por las pasiones más primarias.
Y con él siempre sería así. Tendría sexo maravilloso, el mejor de su vida, pero nunca podría aspirar a ser para él algo más que una especie de trofeo bonito del que estar orgulloso en público.

La veracidad de sus pensamientos la sumió en una honda amargura.

Dejó a Kassia en la mansión y condujo aquel fantástico Jaguar blanco, una de sus últimas adquisiciones, hacia el centro de Atenas donde se encontraba la sede principal de Afrodakis Ploío, S.A., la empresa dedicada al alquiler, compra y venta de barcos de recreo fundada por su bisabuelo hacía décadas.

-          ¡Ya está aquí nuestro recién casado!

Sintió ganas de estrangular a Cosmo en cuanto traspasó las puertas de cristal del antiguo edificio y escuchó su estridente grito.

-          ¿No puedes comportarte como una persona adulta?- preguntó, dirigiéndose hacia su despacho, en la última planta, con su amigo pisándole los talones.

-          Venga, gruñón, cuéntame qué tal tu luna de miel.

Casi se arrepentía de haber contado con él para el proyecto que hacía años tenía en mente: la expansión mundial de la empresa. Pero, en el fondo, sabía que Cosmo era el mejor en lo suyo, no había encontrado hasta el momento ningún contable con mayor habilidad con los números que él.

-          Estupendamente.

Vio a su amigo torcer los labios en una mueca mientras entraban en su espacioso despacho y se sentaba con un bufido sobre el sillón de cuero frente al escritorio.

-          ¿Es lo único que vas a decir?- le oyó preguntar.

-          ¿Qué quieres que te cuente?

Cosmo se sentó frente a él.

-          Creí que una semana de descanso con Kassia te haría más agradable.

Gruñó, disgustado, y encendió el ordenador de mesa, dispuesto a ignorar sus quejas y centrarse en lo realmente importante.

-          ¿Ves esa montaña de papeles de ahí?- inquirió, señalando las decenas de carpetas blancas que se acumulaban en una mesa auxiliar junto a la puerta- Todo eso es lo que me habéis dejado en esta semana que dices que he estado descansando, así que ahora mismo no tengo tiempo para contar batallitas.

Su amigo se levantó con un suspiro y se dirigió hacia la puerta.

-          Como seas igual de desagradable con Kassia, no me extrañaría que te pidiera el divorcio mañana mismo.

Alzó la mirada de la pantalla para mandarlo al infierno, pero la única persona que se encontraba allí era Helene, su secretaria, que esperaba con un infantil sonrojo mientras apretaba con fuerza un archivador contra el pecho. Era una gran chica, guapa, con un largo cabello castaño recogido en la nuca, los ojos pardos y una bonita figura, y lista, sabía perfectamente cómo manejarlos tanto a él como al trabajo que tenía asignado.

-          Kaliméra, Señor Afrodakis.

-          Kaliméra.- hizo un gesto con la mano- Pasa, pasa.

Helene se situó con palpable incomodidad frente a él. Hacía unos meses ella había intentado tentarle a pasar una noche juntos, pero no pareció tomarse demasiado bien el rechazo. Kassia tenía razón, no podía evitar dejar tras de sí un reguero de mujeres despechadas.

-          ¿Qué tal su luna de miel?- preguntó ella.

-          Muy bien, gracias, Helene.

-          Siento decirle que hemos acumulado mucho trabajo esta semana para usted.

Sonrió, mirando significativamente la montonera de papeles.

-          Ya lo veo.

-          Le dejo aquí la correspondencia y las notas interiores de estos últimos días.- dijo finalmente Helene, soltando el archivador sobre su mesa.

Después, se fue casi al trote sobre los altos tacones de aguja. Según la puerta se cerró tras ella, cogió el teléfono y marcó un número más que conocido: el de su bufete de abogados en Nueva York.

-          Despacho de Christopher Afrodakis.

-          Soy yo.- contestó- Jason, es hora de empezar con lo que hablamos antes de irme.

Se oyó un suspiro cansado y casi pudo imaginárselo mostrando aquel gesto de desaprobación que tanto le molestaba.

-          ¿Estás seguro?

Era al menos la cuarta vez que le preguntaba aquello desde que le había expuesto su nuevo deseo.

-          Sí- replicó con un gruñido- ¿te importaría trasladarte a Atenas unas semanas? Necesito que trabajemos juntos en esto y no puedo moverme de aquí.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora