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Si buscara el significado de "paraíso" en un diccionario, la imagen que estaba viendo en aquel momento debería ser toda explicación.

Habían llegado a la pequeña isla a mitad de mañana, después de que Christos parara el pequeño barco de recreo  a mitad de camino con intención de "hacer lo que los recién casados hacen" como dijo él. La verdad es que dudaba mucho que todos los matrimonios se comportaran de la misma forma que ellos. Aquello no podía ser humanamente posible.

En ese momento se encontraba tumbada cómodamente en una de las hamacas de aquel jardín tan peculiar de su bungaló que daba directamente a la playa. La playa más impresionante que había visto en su vida, a pesar de que había creído que no habría nada mejor que las costas griegas en cuanto a belleza.

Christos había reservado ese enorme bungaló de más de doscientos metros cuadrados en el único resort de la isla y se había encargado de que tuvieran total privacidad durante su estancia.
Eso le ponía nerviosa. A pesar de que había intentado evitarlo con todas sus fuerzas, se había vuelto a enamorar de Christopher, si es que aquel sentimiento había desaparecido en algún momento de esos últimos cinco años; y el que se mostrara tan atento con ella, tan encantador y apasionado, tal y como le conoció la primera vez, no hacía más que enaltecer  aquel amor condenado al fracaso.

-          ¿Kassia?

Incluso con oír aquella voz, sus labios se curvaban en una sonrisa.

-          Estoy aquí fuera.- contestó.

Christos salió, agachándose para no golpearse con el marco de la puerta, y le tendió una gran copa con un líquido verde que no supo identificar. Ella siguió observando su maravilloso cuerpo mientras se llevaba la pajita a la boca y absorbía.

-          Deberías decirle a tus maravillosos estilistas que para que esto que llevo puesto se le considere "bikini" necesita unos cuantos centímetros más de tela.

Su mirada azul la recorrió de arriba abajo, deteniéndose premeditadamente donde más escaso era el traje de baño rojo que se había enfundado según llegaron.

-          Me parece que está perfecto.- repuso él con una leve risa.- Aunque mandaré que hagan uno menos... provocativo para cuando estemos en público.

-          ¿Te avergüenzas de mí, maridito?

-          Más bien me avergüenzo de mí cuando estás cerca.

Christopher señaló el pronunciado bulto de su entrepierna sin timidez alguna y Kassia apartó la mirada rápidamente, como si quemara.

-          Eres un poco exagerado.

-          ¿Cuándo te vas a dar cuenta de lo preciosa que eres?- contestó él con cierta irritación.

No tan preciosa como tus antiguas amantes, estuvo a punto de responder.

-          Adulador.

-          Deja de dudar de mí, gynaika.- se inclinó hacia ella, cuan largo era, para hablar cerca de su rostro- Es nuestra luna de miel, concédeme una tregua.

-           ¿Una tregua?

-          Nuestro matrimonio no puede ser una guerra constante, tienes que dejar de atacarme al menos unos días.

Después de esas vacaciones, volverían a la carga. Ese parecía el trato.

Le echó los brazos al cuello para procurarle un tierno beso y él la alzó con facilidad de la hamaca para cargarla hacia el mar.

-          ¡No se te ocurra!- gritó, pataleando.

Pero pelear contra él era como hacerlo contra un muro de hormigón. Su única contestación fue echarse a reír y meterse a grandes zancadas en el agua sujetándola sobre su hombro derecho.
Siguió protestando hasta que Christos agarró su cintura para descenderla poco a poco al agua, que le caló hasta los huesos. Desde luego, su temperatura no era tan gélida como el río Hudson, pero tampoco era la agradable calidez del Egeo, por lo que empezó a tiritar.

-          Para ser una neoyorkina tan rebelde, tienes poca tolerancia el frío.

Mientras se carcajeaba de ella, sus brazos la apretaron contra su torso extrañamente caliente y no pudo evitar agradecer en silencio su contacto.

Christopher observó su espesa cabellera, ahora roja por la luz del sol, y presionó los labios sobre lo alto de su cabeza unos segundos.
Estaban recostados sobre la arena, dejando que el fuerte sol calentara su piel fría después del baño.

-          Tengo hambre.- la oyó musitar.

-          Vamos a pedir que nos traigan algo de comer.

Se levantó y la ayudó a incorporarse, observándola atentamente caminar hacia el bungaló privado. Era un sitio maravilloso.
Aunque más maravilloso sería cuando se metiera bajo las sábanas con su pequeña esposa.

-          Quiero postre.

Su sonrisa se hizo socarrona.

-          ¿Qué tipo de postre?- preguntó, sugerente.

Ella no pareció percatarse de la explícita invitación.

-          Chocolate.

-          Está bien, pediremos chocolate para la niña.

Sus ojos se entornaron con una furia fingida que no engañaba a nadie mientras entraban en la habitación aclimatada. Las paredes eran una simulación de bambú, y la estancia se dividía en dos partes: el espacioso baño equipado con todo lo que alguien coqueto necesitaría para acicalarse y la sala principal, con unos grandes sofás azules y verdes frente a la televisión panorámica y una cama colocada sobre un alza de madera que daba la impresión de ser alguna especie de escenario.
Y él sólo pensaba en subirse a ese escenario y pasar el día entero haciendo gemir a Kassia.

-          No soy una niña.- la oyó protestar- Voy a hacer unas llamadas mientras pides la comida.

Asintió y la dejó ir a la línea internacional telefónica que había instalada en la habitación mientras llamaba por el interfono al servicio del hotel.

-          Claro que puedes vivir en mi casa- escuchó que decía su semigriega por teléfono-, que sí, no seas pesado, yo te avalo con la beca, sí,..., ¡Claro que tienes que volver a pedirla!- se acercó a ella en silencio- sí, ya sé que está difícil, no seas protestón y ponte a estudiar,..., sí, yo también te quiero, ahora llamaré a mamá. Adiós, grandullón.

Cuando colgó, volteó para mirarle.

-          ¿Qué es eso de una beca?

-          Jamie estaba estudiando en Columbia gracias a una beca de estudios, al igual que hice yo; pero cuando ingresó en prisión se la retiraron.

Una vez más, se sorprendía de lo poco que sabía de la familia de Kassia. Aunque, al fin y al cabo, a ellos no los había estado investigando durante los últimos años.

-          ¿Qué estudia?- preguntó, sentándose sobre el cómodo sofá.

-          Ciencias económicas, se le da muy bien.

Una idea clara rondó su mente.

-          Yo le pagaré la carrera y el máster que quiera- decidió-, si tan bien se le da me vendrá bien para la empresa.

De esa forma tendría al pequeño Jamie trabajando a su lado y, por lo tanto, ataría un poco más a su preciosa y rebelde hermana.

Kassia permaneció callada unos minutos, con la mirada fija en él.

-          ¿No vas a protestar?

-          No me voy a oponer a que gastes tu dinero en la formación de mi hermano- contestó ella-, porque no es un niño rico que se paga una carrera para aparentar, él vale y se lo merece.

El timbre de la puerta sonó y un delicioso olor a comida plagó toda la estancia, arrancando una leve sonrisa de ella. 

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora