28.

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Observar aquel cuerpo hercúleo siempre lograría asombrarla. Su total magnitud era tan apabullante que sentía que seguía siendo aquella chiquilla enamoradiza de la primera vez.

Temblaba como una hoja seca, pero se dejaba mecer por sus brazos, no podía dejar de acariciar esa piel bronceada y endurecida por el sol ateniense. Christos, desprovisto ya de la camisa y los pantalones del traje, la alzó con facilidad hasta ponerla en pie junto a la cama. Enrojeció al instante, sorprendida y avergonzada, tratando de cubrirse con los brazos. A pesar de la semioscuridad, sentía los ojos hambrientos de su marido recorriendo la escasa ropa interior blanca, a juego con los ligueros de encaje.

-          Eres preciosa.- oyó su voz ronca, apasionada- No te tapes.

Enlazó sus manos tras la espalda, cerrando los ojos para intentar controlar sus nervios. Pero no pudo evitar un leve suspiro cuando sintió los cálidos labios de Christopher recorriendo con apenas un roce su vientre.

Un calor conocido se extendía desde el pecho a cada parte de su cuerpo, su mente había dejado atrás cualquier pensamiento racional y sus manos se retorcían, inquietas e impacientes, esperando su turno.

-          Pareces más nerviosa que la última vez.

Oyó su risa suave y no pudo contenerse. Lo deseaba. Lo deseaba tanto que ardía.
Alzó los párpados y se sentó sobre su regazo, apretándose con un jadeo a su cuerpo. Agarró su rostro para besarlo una vez más.

Christopher apretó con fuerza el firme trasero de su ahora esposa. Lo iba a volver loco. Igual de loco que hacía cinco años, cuando ella lo encandiló con esas risas coquetas, la atención que ponía en cada palabra que pronunciaba y ese atractivo tan abrumador que poseía, incluso siendo tan joven.

Sus besos eran húmedos y sensuales, y aquellas pequeñas manos suyas apretaban su cuello casi con ansiedad. Notaba su impaciencia, la pasión de sus gestos y caricias. Ella misma se deshizo de su propia ropa interior, dejando únicamente los ligueros en una escena completamente sensual.

La tumbó sobre la cama, expectante, y se desprendió de la única prenda que le cubría para después echarse sobre ella, rozándose dolorosamente contra su piel suave.

-          Hazlo ya, Christos...- la oyó susurrar con un jadeo.

No parecía atemorizada como hacía unas horas. Mantenía aquellos enormes ojos azabaches fijos en él mientras mordía su labio inferior y arañaba sus hombros, instándole a que continuara.
Por lo que no se hizo esperar.

Separó sus pálidos muslos con las manos y se adentró en su calidez con un gemido de placer. Theus, era exactamente como lo recordaba. Tan estrecha y caliente, tan húmeda y acogedora.

Las horas siguientes fueron como minutos de un baile sensual y sumamente placentero que le provocó esos cosquilleos, ese estallido de magia, que había creído perdidos. Kassia era receptiva y ardiente, y sus gemidos y jadeos lo empujaban a continuar, a seguir volviéndola loca una y otra vez. Era como si nunca pudiera saciarse por completo de ella.

Unas horas después, Kassia se encontraba tumbada sobre los cojines de cubierta, dejando que la suave brisa marina acariciara su piel. El sol de la mañana ya era cálido, por lo que la fina sábana que la cubría era suficiente.

Por fin. Había superado sus miedos, aunque tuviera que agradecérselo a Christopher. Estaba sorprendida de su paciencia, pero no de su pasión. Cinco años después, seguía siendo aquel torbellino de caricias y gemidos que la había encandilado.

-          ¿Gynaika?

Alzó la mirada a tiempo de ver a su ahora marido caminando hacia ella únicamente vestido con la ropa interior. Era tan tremendamente sexy.
Le odiaba y le deseaba tanto que dolía.

-          ¿Qué haces aquí fuera?- le oyó preguntar al tiempo que la alzaba con facilidad para sentarla sobre sus piernas.

-          Tomar el aire.

Apoyó los labios sobre su cuello cálido con un suspiro.

-          Tengo que volver a Nueva York.

-          ¿Te llevas a Jamie?- susurró, apenada.

-          Sabes que tengo que hacerlo, agapi mou.

Había vivido toda la vida junto a su hermano, y el tenerlo tan lejos y sabiendo el porqué era insufrible.

-          Quiero ir con vosotros.

Christopher la observó con atención. ¿Debería correr ese riesgo? Sabía que si conseguía que Kassia permaneciera en Atenas cierto tiempo, acabaría por cogerle cariño a vivir en Grecia; sin embargo si volvía a Nueva York, aunque sólo fuera para una temporada, era probable que la añoranza de su tierra la hiciera infeliz toda la vida.

-          Me lo pensaré.- dijo, incómodo.

Deslizó los brazos alrededor de la cintura de Kassia por debajo de la sábana. Su piel era tan suave que parecía estar acariciando seda. Y, una vez más, sintió ese calor bajo la piel, ese cosquilleo en las entrañas, ese deseo arrollador.

-          Christos, voy a ir y lo sabes.

Cállate, estuvo a punto de decir mientras besaba su nuca y aspiraba el suave olor de su cabello de fuego.

-          No vas a distraerme.- la escuchó jadear.

-          Puede que sí.

Y así parecía por los suaves gemidos que se escapaban de sus labios mientras cubría todo su cuerpo de caricias. Ninguno se inmutó cuando la sábana cayó al suelo, descubriendo por completo a su sensual semigriega.
Esa silueta le acompañaba en sueños cada noche desde hacía cinco años para atormentarlo con su perfección.

-          Llévame contigo.- susurró ella en su oído, apretándose maliciosamente contra sus músculos endurecidos.

Era perversa y sabía del poder que podía utilizar contra él.

La agarró con fuerza de la cintura para cargarla de nuevo al interior del camarote. Si al final iba a ceder a su chantaje, tendría que compensarlo con creces.

-          Vendrás, pero quietecita en mi apartamento.

Incluso sin mirarla, sabía que lucía esa sonrisa irónica que le sacaba de quicio, pero estaba demasiado ocupado recorriendo con los labios cada rincón de su cuerpo.

-          Tengo asuntos que resolver.- la oyó musitar con un jadeo en los labios.

Se alzó para atrapar su boca en un beso feroz mientras apretaba con firmeza su muslo contra él, dejando que notara su increíble excitación por ella.

-          Deja de que yo me ocupe de todo.

No se refería sólo a la turbia cuestión de Jones y la mirada en llamas de Kassia le confirmó que se había percatado.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora