15.

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Sorprendentemente, y tras lanzarle una mirada airada, se levantó y salió de la bañera ante sus ojos desorbitados.

-          Theus...

Era aún mejor de lo que imaginaba, incluso más impresionante de lo que recordaba. Apretó los puños dentro de los bolsillos de los pantalones para no estirar la mano y tocar aquella brillante tez pálida. Kassia le miró, desafiante, mientras se secaba con calma y alzó una de sus largas piernas hasta apoyarla a su lado en el borde de la bañera.

Un gruñido escapó de sus labios al poder observar cada pequeña parte de su precioso cuerpo; aquellos caderas redondeadas, los voluptuosos pechos...

-          Mira bien, Christos, porque es lo único que vas a poder hacer con esto.- dijo Kassia, señalando su desnudez con un brazo.

Acto seguido, salió, dando tras de sí un fuerte portazo.

-          Es Satanás.- murmuró para sí.

Permaneció unos minutos más en la misma posición hasta que su visible endurecimiento se relajó. No podía convivir  más tiempo en la misma casa que ella sin que le dejara meterse entre sus sábanas. Y menos después de aquello. El tiempo la había sentado asombrosamente bien.

Finalmente, salió del cuarto de baño a tiempo de ver a su preciosa prometida terminando de calzarse unos altísimos tacones negros a juego con su vestido a rallas.

La cogió por el brazo cuando se levantó y la llevó escaleras abajo hasta el enorme salón de la casa, justo a la derecha del recibidor. Observó su rostro por el rabillo del ojo antes de atravesar el umbral. Mantenía la cabeza altiva, la mirada airada y los labios fruncidos.

-          Cambia esa cara- protestó, cerrando más su férreo agarre- Se supone que tienes que ser la mujer más dichosa de Grecia.

Su gesto se volvió un poco más hosco. Antes de poder articular palabra, cerró sus labios sobre los de ella, robándola el poco aliento que le quedaba. Sus enormes ojos negros brillaron por la sorpresa.

-          Mucho mejor.

La arrastró hacia la estancia, guiándola a los sofás, donde sus progenitores esperaban con una mueca de impaciencia.

-          Ya era hora, nos habéis hecho esperar mucho tiempo.- se quejó su madre con un inglés parco.

Ignoró su comentario y colocó a Kassia delante de él.

-          Mitéra, patéras, mi por segunda vez prometida, Kassia Neville Niniadis.

-          Kassia, querida, espero que no nos avergüences de nuevo.- dijo su madre mientras prodigaba dos besos en sus mejillas.

-          Mitéra...- la reprendió con una dura mirada.

Se hizo el silencio.

-          No se preocupe, señora Afrodakis, he aprendido la lección, seré la mujer perfecta para su hijo.

Apretó el brazo en torno a ella unos centímetros más.

-          Eso esperamos todos.

La tensión se palpaba en el ambiente, las miradas airadas de su madre y su prometida le mantenían en una rigidez incómoda.

-          Bueno, bueno, relajaos, gynaikón.- su padre le miró con una sonrisa- Las mujeres griegas son tan fogosas.

Rio, divertido. Esperaba que pronto su preciosa Kassia le dejara comprobar de nuevo esa fogosidad que sabía que escondía.

La comida con sus futuros suegros transcurrió en un ambiente tirante e irritante, y la tarde se presentaba de lo más inaguantable. Odiaba con todas sus ganas a Lilah Afrodakis, era la mujer más retorcida y desagradable que había conocido en toda su vida, y no podía dejar de pensar en el encuentro entre esa bruja y su propia madre. Vendría en menos de una semana y esperaba que no se conocieran hasta el inminente día de la boda.

Dios, cada vez que le venía a la cabeza la palabra "boda" le daban nauseas.

Su prometido la guio hacia la salida para acompañar a sus padres.

-          ¡Theus, Christos!- oyó gritar a Lilah en el umbral de la puerta- ¡Cómo se te ocurre regalarle ese anillo tan mediocre! ¡La gente pensará que estamos arruinados!

Un bufido escapó de sus labios mientras apretaba con fuerza la mano de la alianza.

-          Es un anillo precioso, mítera, y me da igual lo que piense la gente.

-          Te estás convirtiendo en un barriobajero.- le dijo a su hijo, mirándola a ella de reojo.- ¿Por qué será...?

Sorprendentemente, Christopher cerró la puerta en sus narices con un gruñido.

-          Cada día más impertinente.

-          ¿Por qué no le has dicho simplemente que lo elegí yo?- preguntó con una media sonrisa.

Sus brillantes ojos zafiro la miraron con asombro.

-          No tengo por qué darle ninguna explicación a sus estupideces.

Sin previo aviso, robó un intenso beso de sus labios que la dejó sin respiración durante unos segundos. A pesar de lo mucho que lo odiaba, era realmente delicioso. Aunque nunca lo reconocería en voz alta. Jamás.

-          Vamos, quiero llevarte a un sitio.

La condujo sin ninguna dificultad hacia el inmenso jardín, que atravesaron casi a la carrera.

-          ¡No corras tanto, no puedo andar con estos zapatos!- se quejó, parándose a respirar.

-          Todo son lamentos.

Un segundo después, Christopher la alzaba en brazos, acomodándola contra su cálido pecho. Sus mejillas enrojecieron.

-          Suéltame, idiota.

Ignoró su protesta y la llevó cono si fuera lo más liviano que hubiera cargado nunca hacia la linde del jardín que tenía vistas al mar.

-          Este sitio es precioso.- pensó en voz alta.

-          Espera a ver adónde te llevo.

Su sonrisa era hipnótica.

En cuanto vio las empinadas escaleras que bajaban hacia una pequeña cala se agarró con fuerza a su cuello mientras él reía.

-          Eres muy asustadiza.- se burló.- He bajado por aquí millones de veces.

Se tragó la lengua al entenderlo. Había bajado allí a decenas de mujeres, tal y como hacía con ella. Y las seguiría bajando después de la boda, se lo había dejado claro, sólo quería una esposa de cara al público.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora