10.

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Reacia, dejó que Julliana le recomendara un elegante pero sencillo vestido blanco que se ajustaba a su torso como un guante para en la cadera caer con un suave vuelo por encima de las rodillas. Tenía que reconocer que era precioso.
Se observó en el enorme espejo de su habitación. Le gustaba el cuello de barco, el refinado pero provocativo escote, la graciosa caída del vestido.

Dio un par de vueltas con una media sonrisa y se calzó unos altísimos tacones rojos a juego con un diminuto bolso de mano. Después de peinarse con un moño, ignorando los ofrecimientos de algunas de las sirvientas que siempre rondaban por allí, sólo hizo falta un poco de maquillaje y el carmín de un rojo intenso para sentirse lista.

-          Muy bella...- oyó murmurar a Julli cuando pasó por su lado, escaleras abajo.

Al pie de ellas, un impaciente Christopher esperaba repiqueteando los dedos contra la madera de la barandilla. Alzó la mirada, aquellos increíbles ojos azules mar, hacia ella cuando empezó a descender.

Estaba impresionante. Como siempre. Vestía un elegante traje negro con finas líneas grises, camisa blanca y sin corbata, con el botón del cuello desabrochado. Aquella piel morena la torturaba.

-          Pio polýtima apó tous theoús...

Sabía lo justo de griego para saber que aquello era un elogio.

-          Igualmente.- contestó, sin ser muy consciente de lo que decía.

Christos cogió su mano para ayudarla a bajar los últimos escalones, apoyándola luego sobre su brazo. Besó levemente su mejilla.

Parecía que aquella noche habría una tregua entre los dos. Era justo.

-          ¿Adónde me llevas?

Él esbozó una media sonrisa mientras la conducía a un precioso Maserati azul. Desde luego no escatimaba en gastos.

-          Ya lo verás.- contestó, ayudándola a entrar en el asiento del copiloto.

Si por fuera era impresionante, el interior quitaba en aliento. Cuero beige, asientos climatizados, un extraño ordenador de abordo... Ella ni siquiera tenía coche, aunque se había sacado el carnet nada más cumplir los diecisiete años. Le gustaba moverse a través del abarrotado metro neoyorquino.

Christopher dio la vuelta por fuera para acomodarse frente al volante y arrancó casi al instante, haciendo rugir el motor italiano.

-          Un trasto precioso.

Él rió, mirándola de soslayo.

-          ¿Quieres uno como regalo de boda?- le oyó preguntar.

-          ¿Para qué quiero un coche?

"Regalo de boda"... se le caía el alma a los pies.

-          Esto no es Nueva York, gynaika, vas a necesitar un coche para moverte por aquí.

Guardó silencio.

¿Iba a cambiar toda su vida? Se negaba.

-          No quiero un coche.- finalizó.

Christos sacudió la cabeza.

-          Ya lo veremos...

-          Nunca te das por vencido, ¿verdad?

Le irritaba que siempre estuviera tan pagado de sí mismo.

-          Nunca.- le oyó murmurar con una media sonrisa.

Estaba tan atractiva que las manos le temblaban de deseo desde que la había visto bajar hacia él. Christos apretó un poco más el acelerador, intentando no mirarla.

Estaba perdiendo la cabeza. De la misma forma que la perdió cinco años atrás.

-          Ya hemos llegado.

Aparcó con un suave movimiento junto a un pequeño edificio iluminado con decenas de bombillas blancas. Se encontraba justo en el muelle, casi rozando los cimientos el mar calmo.
Ayudó a Kassia a bajar del vehículo, llevándola del brazo hasta la puerta. La oyó contener un suspiro al mirar a su alrededor.

Un amable maître les acompañó con una sonrisa hasta la mesa que Christopher había pedido por teléfono previamente. Una sala apartada del resto de comensales, en una pequeña terracita  sobre el mar.

-          Es precioso...

Esa era la reacción que quería, aquella sonrisa inmensa.

Antes de llegar a sentarse, una voz lo llamó con el estruendo propio de la gente griega.

-          ¡Christopher Afrodakis!

-          Clío, me alegro de verte.- rió, divertido, estrechando la mano de su pequeño amigo.

Clío Zisis era regente del restaurante desde que tenía memoria. Era, con diferencia, la persona con más energía vital que había conocido en la vida, a pesar de su baja altura y su delgada constitución. Tenía unos grandes ojos oscuros y una sonrisa tallada durante los muchos años de tratar con todo tipo de clientes.

-          ¿Quién es esta preciosa señorita que te acompaña?

Le agradeció con un gesto que siguiera hablando en el idioma de Kassia para que ésta pudiera entenderle.

-          Te presento a mi prometida Kassia.

-          Es un placer.

-          Igualmente.- sonrió su futura esposa.

Clío los observó con curiosidad antes de hablar de nuevo.

-          Si no me equivoco... es usted nieta de Dante Niniadis, ¿es así?

-          ¿Conoce a mi abuelo?- preguntó Kassia mientras él la agarraba, posesivo, por la cintura.

-          ¡Todo el mundo conoce a Dante Niniadis!

Eso provocó una mueca en sus labios pintados de carmín.

-          Bueno, me alegro mucho de conocerla, Kassia.- se giró hacia él con una sonrisa cómplice- Y también me alegro de que sientas la cabeza por fin, que ya era hora que te casaras, y más con una mujer tan bella.

No pudo reprimir un asentimiento. Iba a ser la esposa ideal para su puesto.

-          Gracias, Clío.- le dio un amistoso apretón de manos- Tráenos ese vino italiano que tanto me gusta.

-          ¡Marchando!

Se fue casi al trote, causando las risas de Kassia, que se tapó la boca al instante. La cogió del brazo para acercarla a él.

-          Dame un beso, agapi mou.

La vio dudar un segundo antes de echarle los brazos al cuello y besarle con suavidad. Casi se sintió sorprendido, pero no tardó en reaccionar. Rodeó su cintura y la apretó contra su cuerpo para responder a su beso.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora