11.

19.7K 1.3K 5
                                    

¿Qué se suponía que estaba haciendo?

Estaban ya esperando los postres y Christopher seguía mirándola con esa pasión tan abrumadora. La ponía de los nervios.

-          Christos, deja de mirarme así.- pidió, casi en un susurro.

Le oyó reír mientras tomaba su mano y la apoyaba contra sus labios. Aún ardían por su beso.

-          Me encanta cuando te haces la tímida.

-          Cállate, idiota.- gruñó.

Apartó los dedos de su rostro para aferrarse al tenedor, evitando su mirada marina. La tarta de queso llegó justo cuando más la necesitaba, acompañada por un café solo para Christopher.

-          ¿Ya has elegido vestido para la pedida de mano?

Su gesto se crispó al instante.

-          Ya me lo elegirá alguien...-musitó- como todo.

-          ¿Quieres que te ayude?

Abrió los ojos, sorprendida, mientras dejaba caer el cubierto sobre la mesa.

¿Christos ayudándola a vestirse? Era lo que le faltaba.

-          ¿Perdona?

-          Puedo decirte lo que mejor te queda.- contestó él con calma- Aunque con ese cuerpazo dudo que haya algo que no lo haga.

-          No intentes ligar conmigo.

Le miró enfadada cuando se echó a reír con una sonrisa divertida.

-          Vas a ser mi esposa, sería muy raro que no lo hiciera.

-          Lo nuestro no va a ser un matrimonio de verdad.- se levantó echa una furia- Sólo es un simple acuerdo.

Un acuerdo. Un acuerdo. Se repetía.

Gélida. Su chica de fuego estaba gélida.

-          Siéntate, Kassia.- ordenó con calma.- No montes un espectáculo.

Le miró en silencio unos segundos antes de obedecer.

-          Quiero que saques a Jaime de la cárcel ya.

Suspiró, cansado, mientras removía su café.

-          Si me contaras lo que intentáis ocultar con tanto ahínco me sería mucho más fácil, pero ya que no es así, no esperes que haga milagros.

-          No oculto nada.- se apresuró a contestarle.

El tembleque de sus preciosos labios la delataba.

-          Eres una mala mentirosa, gynaika.

No hubo una palabra más durante toda la cena. Se limitaron a observarse, como midiéndose, hasta que anunció el momento de volver a casa. Pagó discretamente a Clío mientras salían del restaurante, proporcionándole una generosa propina.

Al parecer, el tiempo de tregua había terminado.

La ayudó a subir al deportivo y se acomodó en su asiento antes de arrancar. El dulce rugido lo animó.

-          Me llamó tu jefe ayer, por cierto.- se le había olvidado por completo.

-          ¿A ti? ¿Para qué?

Esta noticia no le haría ni pizca de gracia.

-          Como no consiguió contactar contigo, llamó a mi asistente.

-          Eso no contesta a mi pregunta.- la oyó contestar con lentitud.

Dirigió una mirada a Kassia. Estaba sentada muy rígida sobre el cuero claro, con las rodillas apretadas una contra la otra y las manos enroscadas en el pequeño bolso rojo.

-          Dirige un periódico, ¿crees que no se enteraría de nuestro compromiso?

-          ¡¿Y cómo narices se ha enterado?!

Ya empezaba a alzar la voz.

-          Las noticias vuelan, agapi mou.

La vio, de reojo, contener el aliento unos minutos y murmurar algo en voz baja. Después, con calma, suspiró y sacudió la cabeza.

-          Bueno, ¿y qué quería?- acabó preguntando.

-          Según dijo, confirmar que estabas bien.

Y debía reconocer que se había molestado. ¿A qué venía tanto interés? Conocía a Rick Hollande, director del Queens Tribune, desde hacía años. A menudo coincidían en las fiestas neoyorkinas de la alta sociedad, y, desde luego, no era santo de su devoción. No se trataba de la clase de hombre que quería cerca de Kassia.

-          Ya le llamé para decirle que me tomaba vacaciones.

Se mordió los labios para contenerse a decir lo que pensaba. Hollande era un mujeriego, o al menos lo intentaba, y estaba seguro de que su preciosa semigriega había sido su objetivo más de una vez. Y no había llamado para saber de ella, sino para corroborar su compromiso, aunque no lo había expuesto abiertamente, claro.

Una cosa estaba clara, después de la charla que habían mantenido, no se le ocurriría acercarse a ella. Nunca.

-          Dejemos el tema.- liquidó, terminando de aparcar el coche.- Vamos a tomarnos una copa.

Y, por una vez, ella no le contradijo.

Mar y fuego. Rendida a su chantaje ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora